“La música tiene algo esotérico que nadie sabe de dónde viene y, una vez que te pones a ello, lo sacas o no, eso es todo: no hay medición de ningún tipo”
Julio de la Rosa, 2012.
Instrucciones
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2. Escuche a Julio de la Rosa. Vea La Isla Mínima o Grupo 7. Escúchelas también. No lea el texto, escriba su propia historia y póngale música (si es de Julio, muchísimo mejor).
Mi Rulot and I
La primera vez que le escuché iba en un Twingo amarillo camino de Santiago. En plena adolescencia, víctima del ritmo monótono de Pereza en su momento-oda a la generación teen, mis gustos musicales eran variopintos y, he de reconocerlo, pobres desde cualquier punto de vista. Si a alguien le agradezco mi salida del pozo sin fondo en el que casi me caigo es a una buena educación musical paterna. Mi caso no estaba perdido. Pero la influencia externa… Esos guetos tan sugerentes y a la vez tan perturbadores. Qué gracia. El caso es que estábamos en aquel coche que parecía haber sido fabricado para nosotras, tan pequeño y acogedor. Imaginad la escena: los collares que en los sesenta lucían Betty y Vilma en Los Picapiedra, color fluorescente añadido, eran el complemento perfecto para los pantalones pirata y los Nike (o Mike, Tike, y derivados). Y yo no me cortaba un pelo. Que no fuera por no probar. Todo un cuadro iba hecha, diría mi madre. Era aquella primera década de los 2000, a la que por cierto no le hubiera venido mal, como apuntaba el protagonista de Peaje (primera novela de la razón de ser de este artículo), los servicios de una policía estética.
La mujer que conducía en este trayecto (acompañadnos si queréis a través de Google Maps), es una feminista tan luchadora como especial, y desde hace un año una acérrima defensora de sus ideas desde una de las butacas del Parlamento de Galicia. [Canción 4. Gigante] Sirviéndose de los dotes de una maestra de ayer que siempre mira hacia el mañana, me explicaba cómo la vida pasa, gira, da vueltas, se complica, nos deshace y recompone. Para ejemplificarlo y acercarse a mi (niña hormonada y difícil), y a falta de pizarra y tiza, se valió de un instrumento tan valioso como complejo: la música [Canción 5. Salas de Espera]. Y así, con la decisión que curiosamente una adquiere al convertirse en madre, cogió uno de los cedés que habían grabado sus hijas y cuya etiqueta rezaba un "Mix bien". Todavía no tengo muy claro a qué se referían con el calificativo, pero he de reconocer que todavía me apropio de la expresión para catalogar carpetas en el ordenador. Hacia adelante, hacia atrás, pista uno, dos, tres. Cuatro, era la cuatro. Ahí estaba. La pieza no era clásica, en absoluto. Tampoco te invitaba a pensar más allá de lo que la letra te decía (entiéndase esto último en el mejor de los sentidos). "Bye bye baby, sé de una vida mejor". No te invitaba, pero, osada de mí, entré sin permiso.
No era uno de esos locos
La voz era de Julio de la Rosa (en Twitter, @juliodelarrosa), que de aquellas pertenecía a El Hombre Burbuja. Desde aquel último disco con obituario incluido, llegaron cinco trabajos en solitario, un poemario, dos relatos cortos, una novela y la banda sonora de varios largometrajes. Se dice pronto, pero imaginen, en una entrevista que le hacía en marzo de 2012, cuando aún no había empezado a componer su último disco, esperaba que alguna editorial respondiese a sus “deseos de publicar una novelita, de título Peaje”. Lo consiguió, por supuesto. Un libro de retratos con un único hilo conductor: los ojos privilegiados del hombre que se esconde tras la ventanilla.
Este año, en la noche de los Goya, lejos de la alfombra rosa que cada edición es juez y parte de lo mejor de nuestra moda, además de escenario de carne jugosa para la crítica, llegaban Helena y Julio con la esperanza (o no) de irse con otro premio más (entonces ya había recibido un Feroz, el CEC, y el Premio ASECAN) por la mejor música original. Una celebración amena (la de los Goya), menos crítica y reivindicativa, en la que la película que musicó De la Rosa, La Isla Mínima, llegó a recibir 10 premios de los 17 a los que aspiraba. No fue su nominación una de las 7 que quedó en el olvido. Julio de la Rosa, que me sonó como un "¡Pedro!" de Penélope Cruz en los Oscar, un golpe en el corazón tras serle reconocida de nuevo la belleza con la que escribe, compone, y crea. Helena (en Twitter, @helenagoch), que por cierto no la he presentado, su otra mitad y la dulzura hecha persona, lloraba emocionada y uno no sabía si alegrarse más por él o por ella. Me van a permitir que sea Perhaps la penúltima canción de la playlist. Pocas veces he visto tanto entusiasmo y sobre todo tantas ganas de entregarse al público como en los ojos de Helena Goch. Por cierto, que si ven la fashion film de Women´s Secret, escuchen lo mismo que Elsa Pataky. ¡Sí, es Perhaps!
El traje
Julio de la Rosa lleva traje como una suerte de armadura o caparazón. Personalmente, prefiero los zapatos bonitos, pero ese no es el caso. Él se aferra a la música como el devoto a la religión. Sublima así sus miedos a la creación, porque, dice, reúne todos los requisitos del culto, incluyendo el factor místico y devocionario. Y no se sirve de santuarios; los cambia por estudios, conciertos, y, sí, lavanderías.
Julio de la Rosa es mi banda sonora por excelencia, el refugio que me lleva a entrar y salir, que me enseña el camino y a la vez borra las huellas. Lo mejor y lo peor de mi misma se podría musicar recurriendo a sus letras. Así que cuando se le reconoce su trabajo, como el pasado 7 de febrero, los que seguimos su trayectoria profesional nos sentimos también recompensados. Porque es indirectamente el responsable, no culpable, de que no entienda vivir sin banda sonora.
#porunusoadecuadoyresponsabledetodoaquelloquenosgusta