17 de diciembre de 2014. Es posible que la fecha no le diga demasiado ahora. Todavía hoy no tiene gran significado. Un día más, un miércoles más. El invierno, con sus temperaturas cada vez más bajas, se acercaba. Los ciudadanos se ocupaban de las compras navideñas y los representantes políticos españoles se reunían en el Congreso de los Diputados para llevar a cabo la habitual sesión de control al Gobierno. Son acontecimientos que se repiten los miércoles de diciembre.
Pero ese miércoles también se tomó una decisión lejos de Madrid que sentaba un peligroso precedente. Sony Pictures Entertainment, el estudio de Hollywood, cancelaba el estreno de la comedia The Interview, sobre el ficticio asesinato del líder norcoreano Kim Jong-un. El motivo, el ciberataque que la empresa había sufrido el 24 de noviembre en su sistema informático y que había hecho públicos los correos, salarios, números de la seguridad social y otros datos personales de sus trabajadores.
Desde entonces, la publicación de informaciones más o menos comprometidas había sido constante. También las amenazas pidiendo la cancelación del estreno de The Interview por parte de los Guardianes de la Paz. Así se autodenominaban los ciberdelincuentes que, como más tarde confirmó el FBI, habían actuado a las órdenes de Corea del Norte. No sorprendió la revelación, pues el régimen comunista ya había exigido la retirada de la película. Hace unos días, incluso amenazó al festival de cine de Berlín, pues Pyongyang creía que el certamen se disponía a exhibir la cinta. Las informaciones que habían llegado al Líder Supremo eran incorrectas, como recordaron desde la capital alemana los organizadores del evento.
Pero lo grave no son las exigencias de un dictador delirante. Lo peligroso es que Estados Unidos, una democracia que se dice fundada sobre el principio de la libertad, se plegara por unos días a los deseos de Corea del Norte y olvidara sus valores, de los que tanto presumen sus líderes en discursos dirigidos, muchas veces, a terceros países.
Es cierto, los ciberdelincuentes habían amenazado con atentar en los cines. Es cierto, algún lobo solitario con una escopeta podía haberse aprovechado de la situación y provocar una masacre. Lo segundo es, seguramente, más probable que lo primero, ya que el régimen comunista rara vez ha logrado que sus cohetes recorran más de unos pocos kilómetros. Es cierto, si alguna desgracia hubiera ocurrido porque Sony hubiera obligado a los exhibidores a respetar los contratos para proyectar la película, el estudio probablemente tendría que haber hecho frente a demandas de los cines y perder aún más dinero del que la cancelación del estreno inicial ha supuesto, treinta millones de dólares según la Asociación Nacional de Propietarios de Cines. Igualmente, los cines podrían haberse visto inundados de demandas presentadas por las hipotéticas víctimas. El dinero y el miedo pesaron más que la libertad.
Sin embargo, tras asegurar que The Interview no llegaría al público, Sony Pictures Entertainment reflexionó y decidió permitir el estreno en las 581 salas que deseaban proyectar la película, lejos de las alrededor de 2.000 inicialmente previstas, así como ofrecerla en plataformas digitales de visionado. Con éxito relativo.
Sí, finalmente, la cinta se ha podido ver. Pronto llegará a Alemania y Reino Unido. Y numerosas copias ilegales circulan por la red. Pero no se debe olvidar que el retraso y modificación de la naturaleza del estreno otorga la victoria a una dictadura que, sorprendentemente, logró por unos días imponer su mordaza a un país extranjero. El más poderoso del mundo, nada menos.
Y es que desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 se ha intentado convencer a la población de que la libertad debe subordinarse a la seguridad, principio absurdo, pues el control absoluto es imposible. Al fin y al cabo, somos humanos, imperfectos.
Lo peor del caso es que no se trate de una situación aislada y que a partir de ahora cualquier expresión artística con cierto contenido político, social o económico susceptible de provocar la más mínima polémica no llegue a producirse por miedo a hipotéticos sabotajes. Desde luego, los atentados de París contra Charlie Hebdo no ayudan a descartar la tesis. Tampoco la cancelación de la película Pyongyang, adaptación del cómic homónimo escrito por Guy Delisle que preparaba New Regency con Steve Carell en el papel principal.
Por su parte, George Clooney intentó recoger firmas para denunciar el ataque a la libertad de expresión que supuso el hackeo del estudio. Pero, nadie firmó. Muy pocos se atrevieron a romper el hielo. Permanecieron en silencio. El miedo les hizo callar. Cuando se anunció la cancelación del estreno inicial, algunas voces conocidas como las de Michael Moore, Rob Lowe, Steve Carell y Ben Stiller se unieron a la de Clooney. Otras permanecieron en silencio. ¿Tan poco importa la libertad?