David Trueba es uno de esos tipos que cae bien por una simpatía, que emana de forma natural por su humildad a la hora de expresarse y una falta de afectación que sorprende a aquellos que puedan verse influidos por su aspecto de empollón repelente de la clase.
He tenido la oportunidad de asistir a un par de conferencias suyas y he salido de ellas bastante satisfecho tras haber oído a un tipo sensato en lo que dice y que sabe cómo expresarlo con naturalidad, sin necesidad de ponerse intenso ni de creerse el rey del mambo, como único dueño de la verdad (algo que no es tan fácil de encontrar como parece). También he leído sus novelas, “Abierto toda la noche”, “Cuatro amigos” y “Saber perder” y me ha gustado mucho el tono realista y melancólico que tienen, en especial de la última que ha publicado hasta el momento, que le valió el Premio de la Crítica hace unos años.
Pero si hay algo por lo que mucha gente identifica a David Trueba es por el cine y su familiar apellido, ya que es hermano de Fernando Trueba (“Belle Epoque”, “Two Much”, “El artista y la modelo”) y tiene ya un cierto recorrido en el séptimo arte, habiendo sido director de películas como “La buena vida”, “Obra maestra”, “Soldados de Salamina”, “Bienvenido a casa” o “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, galardonada con seis Premios Goya. Y sin embargo, a pesar de apreciar su capacidad como orador y escritos, no consigo ponerme tan de acuerdo con el David Trueba cineasta, que me parece bastante menos destacable. Sus películas tienen siempre algún detalle interesante, pero en la mayoría de los casos me parece que se quedan a medio camino y no terminan de dar todo lo que prometen. Y algo así me ha sucedido con la película suya que me quedaba por ver, “Madrid, 1987”.
La cinta nos cuenta la historia de un día del verano de 1987, cuando Miguel (José Sacristán), un veterano articulista y Ángela (María Valverde), una joven estudiante de periodismo, se encuentran para que el escritor revise un trabajo que ella ha hecho sobre él. Él siente una gran atracción por la chica y la convence para ir al estudio de un amigo, donde él espera conquistarla. Por una casualidad, se quedan encerrados en el baño y allí se irán conociendo a la fuerza, mientras esperan hasta que venga alguien a rescatarlos.
“Madrid, 1987” enfrenta a dos generaciones que provenían de momentos históricos muy diferentes. Por un lado está el articulista, temido y respetado, que lleva escribiendo en prensa desde el franquismo y que se empieza a sentir desplazado por los nuevos tiempos, con una España ya democrática que se quita a marchas forzadas el pelo de la dehesa para integrarse en la OTAN y la Unión Europea. Y la estudiante es símbolo de esa juventud que ha crecido con las recién estrenadas libertades y que no se siente identificada con muchos de los anhelos de sus mayores, que ve su país y sus costumbres con otros ojos. El escritor es el clásico intelectual que ironiza con todo y habla sentenciando, haciendo ver que nada vale la pena, ni siquiera lo que él escribe, aunque eso no sea más que la forma de ocultar la impotencia por el paso del tiempo y las ilusiones perdidas. Y en esto aparece esa jovencita que le admira y en la que ve la posibilidad de recuperar algo de esa ilusión a través del deseo sexual que le inspira. La chica no tardará en darse cuenta de las flaquezas muy humanas de alguien a quien idolatra y que no tarda en decepcionarse al verle mostrarse como un pretencioso amargado y salido. Aunque quizá ella tenga la clave para desarmar las defensas de ese hombre y no solamente con el sexo.
David Trueba opta por una puesta en escena minimalista, muy teatral, desarrollando los actos en un único espacio, con un primer acto en el café en el que se encuentran los protagonistas (el popular Café Comercial de Madrid) y después la mayor del parte del metraje en el baño en el que quedan atrapados el escritor y la estudiante. Ambos han dejados las ropas fuera y solo cuentan con una pequeña toalla para taparse, por lo que están expuestos a una desnudez física que acabará siendo también emocional, cuando vayan conociéndose en una larga conversación dentro de esas cuatro paredes. Para algunos, el atractivo de esta película será ver las respingonas formas de la actriz María Valverde (felizmente descubierta en “La flaqueza del bolchevique” y conocida entre el gran público por sus papeles en películas como “A tres metros sobre el cielo” y la reciente “Exodus. Dioses y Reyes”, donde interpreta a la mujer de Moisés), pero aunque éstas quedan a la vista durante varias ocasiones, al final el director consigue lo que se propone, que es que dejemos de mirar la piel y veamos el interior de sus personajes.
Hasta ahí todo bien, pero el principal problema de esta película es que, mientras la veía, no podía evitar pensar en que quedaría aún mejor como relato literario, pues el texto está por encima de la imagen. A esa idea ayuda lo irregular de su ritmo, que hace que a ratos sea interesante y a ratos sea redundante en lo que cuenta, llegando a echar alguna que otra mirada al reloj en su parte final, cuando los dos personajes “van al cine” (los que vean la película lo entenderán). Ahí se produce una fuga de ese enfrentamiento de dos formas de ver la vida que a algunos les habrá gustado, pero que a mí no me convenció. Y una lástima que el último plano de la película quede enmarcado por unos efectos visuales un tanto chapuceros, donde ella parece caminar por un chroma mientras le superponen de forma poco realista imágenes de Madrid, con una profundidad y una velocidad que no se molestan en ocultar que han sido grabadas desde un vehículo y que cantan como aquellas imágenes de carretera cuando los personajes iban conduciendo (moviendo el volante todo el tiempo) en las películas clásicas. Un detalle quizás nimio para muchos, pero que a mí me saca de la película, rompiendo el ambiente de credulidad.
A pesar de todo, debo admitir que “Madrid, 1987” me ha parecido la mejor película de David Trueba hasta la fecha, posiblemente por haber cargado el peso más en el texto que en la cámara. También hay que destacar la labor de sus protagonistas, sobre todo la del veterano José Sacristán, estupendo como ese escritor encantado de escucharse a sí mismo. Por su parte, María Valverde sabe transmitir el necesario grado de timidez y de ingenuidad aparente como para reflejar más lista de los que parece a su estudiante de Periodismo, que va a aprender por la vía rápida lo que no le enseñan en la facultad, aunque también ella tiene alguna lección que dar. Un filme destinado a ser más de culto que comercial, pero que tiene atractivos mayores que muchas de las otras películas de su director. En mi caso, esta vez le voy a dar un “sí” al David Trueba cineasta.