Un desafortunadísimo, triste, lamentable, preocupante – no existen suficientes adjetivos para calificarlo – incidente ha sacudido el mundo del deporte y la vida española. Recientemente, un hombre ha perdido la vida en una pelea organizada por grupos de hinchas radicales de dos equipos de fútbol. Una auténtica batalla campal vivida en Madrid Río, un sitio al que acuden jóvenes a correr, montar en bici, patinar, abuelos con nietos; pero que esta vez sirvió de escenario para una verdadera guerra de guerrillas. No se luchaba por tierra, ni por dinero, ni por bienes materiales, ni herencias… No es que ninguna guerra esté bien fundamentada: no existe principio ni bien material que merezca la destrucción ni de una sola vida humana. Pero, ¿es que España no tiene mejores razones por las que salir a las calles? ¿Es España un país libre? ¿Un país con justicia? ¿Un país con democracia? ¿Un país con igualdad? Parece que mientras la nación se hunde en una montaña de corrupción gubernamental, desigualdades sociales, lacras institucionales, incompetentes a discreción y un largo etc., a algunos solo les preocupa aplastar al equipo contrario. ¡Y hasta tal punto de llegar a quitar vidas! En qué momento la ilusión, la pasión, la excitación, la competitividad – todos valores del deporte – se transforman en odio irracional, violencia descomunal, maldad humana. ¿Qué está pasando?
España ha sido siempre un pueblo luchador. Lo han intentado conquistar, a veces lo han conseguido, pero no se ha dejado manejar fácilmente. Nunca ha soportado que otros de fuera vinieran a mandar, pero sí que los de dentro manden, manguen, se lucren ellos y sus familias, se aniquile a base de impuestos a los ciudadanos... Pero, eso sí, el fútbol ni tocarlo. Ay de aquél político que le roce un pelo al circo romano. Ese que se ideó, en tiempos ancestrales, para distraer al pueblo de los verdaderos problemas que sufre y cuya función sigue manteniéndose hoy en día. España tiene muchísimos problemas, gravísimos, pero uno de ellos se ha hecho evidente al resto del mundo en ese acto de barbarie: la falta de educación. Es fundamental que, para que una comunidad avance, tenga conocimiento y educación. Valores que nos enseñan a vivir en una sociedad y a querer hacerla mejor. El respeto es, sin duda, imprescindible para convivir. Y qué decir del respeto a la vida.
Sócrates decía: “sé lo que te gustaría parecer”. Estaría bien parecer un país democrático, donde unos pocos no robasen a otros muchos, donde los corruptos no anduvieran libremente por la calle. Estaría bien parecer un país donde la justicia fuera justa y ejemplarizante. Sé que esto lo pensamos muchos, pero hay bárbaros que tienen una voz más fuerte y sus atrocidades desmerecen al resto de la sociedad.
La ley, como suele decirse, debe caer con toda su fuerza sobre aquellos que cometen atrocidades y sobre aquellos que permiten que estas ocurran. Puede que en otra cosa nos ganen, pero en España somos campeones del “yo no he sido”. Señorías, ya basta: tan culpable es el que asesina como el que idea el plan. Tan culpable es el que roba millones como el que permite que se roben. Aquí no hay sólo un culpable. La impunidad imperante en este país es otro de los grandes problemas existentes. No pasa nada. Nunca pasa nada. O, al menos, no le pasa a la élite. España tiene una aristocracia capaz de llevar a cabo desfalcos millonarios, robos flagrantes, cutres – porque se saben tan intocables que ni se molestan en ocultar, al menos un poco, sus intenciones – y salir de rositas. Siempre es fácil conseguir una cabeza de turco que pague el pato. Esta impunidad, más propia de países bananeros, es lo que está llevando a la ruina al país.
La sociedad tiene un papel de responsabilidad que ha de llevar a término. No nos pueden distraer de los problemas con estrategias infantiles. ¿Hasta qué punto hemos llegado si quedar para pelearse nos parece mejor idea que reunirse para demandar los derechos que nos han ido quitando paulatinamente? Idiotizar es la mejor manera de controlar a la masa. Como muy bien decía una sabia profesora mía “sois víctimas de unos planes de estudio diseñados para pervertiros”. No dejemos que nos idioticen.