Hace 75 años el cine nos enseñó que no hay lugar cómo el hogar. Eso aprendió la pequeña Dorothy, una jovencísima Judy Garland, tras su fantástica visita al reino de Oz. Una película milenaria y que hoy quiero traer al recuerdo.
Es mucho más que un cuento. Yo diría que esto último es accidental. Es un despliegue de valores, de educación y sabiduría. Una obra maestra cuyo creador, y el que debería haberse llevado todos los galones, fue Frank Baum, autor de El maravilloso mago de Oz. Un texto del año 1900. Desde entonces, se ha convertido en uno de los libros más editados, tanto en Estados Unidos como en Europa, dónde se narran las aventuras de una niña de Kansas que viaja a una tierra fantástica donde habitan brujas buenas y malas, un espantapájaros sin cerebro, un león cobarde y un hombre de hojalata sin corazón.
Y con esos tres personajes, los niños aprenden a tener valor, cerebro para pensar y sentimientos nobles. Las tres enseñanzas fundamentales de la vida que se recogen en un pequeño librito, pero grande en calidad; de la que ya no está de moda, porque se dan por hecho demasiadas cosas, y se pierden por el camino otras tantas. Grandes historiadores y economistas piensan que hay algo más detrás de este cuento. Y no van mal encaminados. El premio nobel de economía Paul Krugman opina que el cuento es una alegoría directa de la lucha política y social entre los partidarios del patrón oro y los defensores del bimetalismo, en los Estados Unidos del siglo XIX.
La carretera de baldosas amarillas podría ser una metáfora de la falsa promesa del oro, Kansas el Estado agrícola endeudado, los zapatos de plata el camino de vuelta a casa, y Oz, la medida de peso del oro (onza). Son muchas casualidades para no pensar que el autor sabía muy bien lo que escribía, en el momento que se inspiró para ello. Y tuvo la habilidad de hacer crítica política y social a la vez. El oro llevó a Dorothy hacia el mago, pero los zapatos le trasladaron de vuelta a su casa y se quedó con una lección bien aprendida: en casa como en ningún sitio.
Un mensaje que parece no estar de moda, en este mundo de las tecnologías, las videoconferencias y los números. Nunca viene mal recordar que, lo que alimenta al ser humano es el amor y el respeto a los demás. A veces, es complicado conseguirlo cuando los barrios se han convertido de Washington o Tokio, pero no hay que olvidar que el hogar de uno, debe ser el refugio al que se debe acudir siempre, aunque en ocasiones, no podamos estar todo lo que quisiéramos.
Lo importante es estar, y sobre todo ser, aunque sea encima del arcoíris.