Todo el mundo ha oído hablar alguna vez de la malaria o paludismo. Sabemos de esta enfermedad que se da en países tropicales, que es transmitida por la picadura de un mosquito, y que siempre se identifica con la muerte. Un mal que, sobretodo en África, parece no tener remedio y se ceba con las personas. Estas ideas no están lejos de la realidad. Las cifras de muertes por malaria son enormes y son reales. Pero cuando uno se acerca más a esta enfermedad, se da cuenta también de que esa realidad depende de factores como el poder adquisitivo o las políticas públicas. La malaria no es igual para todos.
Para viajar a muchos países africanos son necesarias vacunas como la de la fiebre amarilla, el cólera o la hepatitis B. Dependiendo de la duración de la estancia se ponen unas u otras, la mayoría relacionadas con las infecciones transmitidas a través del agua. Las vacunas, unos pinchazos que a veces sirven de por vida y otras durante unos cuantos años, son sencillas y asequibles en Europa. Para la malaria basta un tratamiento con pastillas de prevención que en España, por ejemplo, se puede conseguir por poco más de 4 euros con receta médica. No existe una vacuna probada para el paludismo, aunque últimamente se han dado a conocer estudios muy esperanzadores en este sentido que hablan de posibles vacunas e incluso de la posibilidad de la erradicación del parásito.
La malaria es una bacteria que se transmite a los humanos a través de la picadura de un mosquito. Por eso, los productos y recetas caseras que los repelen y por encima de todo las mosquiteras, son indispensables para la vida en los lugares en los que reside este parásito. Es raro ver una casa donde no haya mosquiteras en las camas, más aún si viven niños pequeños. Hay muchos mosquitos y los que consiguen picar tienen bastantes probabilidades de transmitir paludismo, una bacteria que a su vez se introduce en el animal al picar a un humano infectado. Sin embargo, la malaria puede contraerse hoy, y no manifestarse síntomas hasta pasados días o semanas, incluso antes puede ser detectada en un análisis de sangre.
Los síntomas son los de una gripe común, pero dependen también de cada persona, del tipo de parásito y de los días que la infección evolucione: dolor de cabeza, diarrea, dolor de estómago, fiebre, cansancio en las extremidades… Hay diferentes tipos de malaria, pero en general para quien puede pagarse un hospital o un médico, la prueba, y los medicamentos, no hay problema si no se producen complicaciones.
Para alguien que viaja esta información es útil: si nota alguno de estos síntomas acude al hospital o a una farmacia para hacerse un test. La prueba de la malaria es sencilla: un pinchazo en un dedo con una pequeña aguja para extraer un par de gotas de sangre que veinte minutos más tarde determinarán si estamos infectados o no. La prueba cuesta (dependiendo del hospital y del lugar) entre 1 y 5 euros.
Si la respuesta es negativa, ya se puede tomar un Ibuprofeno. Si es positiva, es necesario un tratamiento con pastillas durante tres días (algunos medicamentos de prevención de la malaria, como el famoso Malarone, pueden utilizarse también como tratamiento), que pueden costar alrededor de 6 euros. Pasados esos tres días, es recomendable hacerse otra prueba para corroborar que la bacteria ha desaparecido por completo. Para quien tiene dinero y un adecuado acceso a la sanidad es un proceso fácil y sencillo.
Pero hay un desmesurado porcentaje de la población africana que no puede permitirse pagar una prueba. Y uno mucho más grande que no puede costearse el tratamiento. Porque en su casa con el dinero que cuestan los medicamentos comen una semana, o dos. O porque el médico, hospital o dispensario más cercano está además a 70 km de su lugar de residencia, y entonces hay que añadir el coste del transporte, y el de las ganancias que se pierdan en el negocio que ese día no funcionará. Es entonces cuando la situación se complica. Y es así como más de medio millón de personas, la mayoría niños menores de cinco años, mueren al año de malaria en África.