El verano y el exceso de horas libres me han llevado a acudir al cine con demasiada asiduidad durante los últimos meses. En este tiempo he podido ver películas tan comerciales como la de Lucy- dudo que haya un solo humano que no la haya visto anunciada por doquier-, y cosas con mucho menos presupuesto y bastante más exquisitas, como el film de 10.000 kms, de Carlos Marques-Marcet.
Lo cierto es que sí he apreciado una tendencia a que la tecnología sea un elemento clave en el argumento de estas películas. En 10.000 kms la historia se desarrolla a partir de videollamadas por Skype, Her se basa en la relación amorosa de una persona con un programa informático, y Locke, de la que os voy a hablar a continuación, se establece a partir de conversaciones telefónicas por medio de un sistema de manos libres de última generación. Es lógico, nuestra sociedad cambia y nuestra manera de relacionarnos también, y el cine, la televisión, el teatro e incluso la literatura, debe tener estos cambios en cuenta para seguir provocando la identificación de los espectadores con la historia que se muestra.
Si bien las tres películas mencionadas son producciones que me apetece destacar por su concepto y su profundidad emocional, la última fue la que me dejó más confusa. Me produjo rechazo y a la vez fascinación, me hizo pensar mucho en ella después de acudir al cine a verla. Locke... el título sólo te hace pensar en el padre del empirismo, pero tanto en el trailer como en la carátula de la película no hay más que la imagen de un tipo detrás de un volante. Algo moderno y a priori totalmente superficial. Podría llevarte a pensar incluso en cualquiera de las decenas de películas de carreras de coches envueltas en drogas y criminalidad que estamos acostumbrados a ver en las carteleras de los cines.
Ni siquiera sabría catalogarla como comercial o no, pues si bien es una producción de Hollywood, protagonizada por Tom Hardy y dirigida por el mismísimo Steven Knight, director de Redemption (2013), el formato no tiene nada que ver con lo que comúnmente se asocia a una película comercial.
Todo transcurre durante un trayecto en coche por una autopista británica, en plena noche. Los noventa minutos de película se dedican a mostrar desde distintos ángulos al conductor y único ocupante de ese vehículo, de modo que la acción en sí se reduce a un tipo que va hablando por teléfono mientras conduce.
La trama pues, se desarrolla a través del diálogo que va manteniendo el protagonista con distintas personas a través de su manos libres. Esa conversación nos desvela que el protagonista ha tenido un encuentro sexual de una sola noche con una mujer y que la ha dejado embarazada. Han pasado varios meses y ahora decide responsabilizarse de la criatura, asistiendo al parto de la madre, a la que no quiere pero por la que siente verdadera compasión. Identificado por traumas infantiles, decide hacer las cosas mejor de como se hicieron con él de niño, tratar a esa madre y a ese bebé con una consideración que no se tuvo en su propio nacimiento. Esa decisión implica muchas otras cosas que el protagonista se ha dispuesto a afrontar y que van a modificar su vida por completo. En primer lugar, ser consecuente le exige revelar a su esposa su aventura sexual y el inminente nacimiento de su hijo. Esto, porsupuesto, podría suponer su divorcio con una mujer a la que sí ama, y la pérdida de su hogar y del respeto de sus otros hijos. En segundo lugar, lo obliga también a no asistir a un importante evento en su trabajo, en el que ocupa un cargo de muy alta responsabilidad.
Hasta el final de la película, el protagonista hace cuanto puede por tratar de conservar a su familia y su trabajo a pesar de saber que les ha fallado. Se ve capaz de controlarlo todo, de hacer que su mundo no se desmorone. Hacer las cosas bien sin que nadie salga herido, pero esto no suele ser nunca factible. Locke nos recuerda que toda acción tiene unas consecuencias y uno sólo puede controlar lo que uno mismo hace o dice, pero no lo que piensen o hagan los demás, pues eso ya no está en nuestras manos. No es humanamente posible controlarlo todo, a pesar de que nuestro ego, e incluso nuestro sentido del deber o de la conciencia nos lleven a ello.
La película cuenta con una buena realización, sin duda. Pero hay que tener en cuenta que en ella hay un sólo espacio que controlar, el coche y, claro está, la complejidad se reduce drásticamente. Se aprecia una buena gestión de los momentos de tensión y sí que es cierto que el hecho de que transcurra de noche, y en el interior de un espacio reducido ayudan a enfatizar la sensación de agobio que gira entorno al protagonista. Aún así opino que los diálogos podrían ser muchísimo más ingeniosos, que se echa de menos un mayor dinamismo y creatividad, y que, en realidad, no es un concepto tan rupturista. Ya muchas otras películas, como es el caso de Buried (2010) han mostrado historias similares, algunas de ellas de forma bastante más original.
Hay que tener en cuenta que el presupuesto para hacer una película así es más que escaso y, a nueve euros que asciende la entrada de cine, rápidamente se rentabiliza cualquier posible inversión en marketing. Lo que está claro es que habrá más de uno que se sienta estafado al salir del cine, pero hay que aplaudir que desde Hollywood se apueste por formatos que busquen la inovación y la profundidad psicológica.