“Una cultura que se enfoca en la delgadez femenina no revela una obsesión con la belleza femenina, revela una obsesión con la obediencia femenina. Hacer dietas es el sedativo político más potente en la historia del dominio de las mujeres, una población pasiva, insana, puede ser controlada”. Naomi Wolf

A finales de la semana pasada fui a casa de una amiga y su hija de 8 años me preguntó si le podía leer las cartas del Tarot. Le expliqué que no se lee el Tarot a niños y le pregunté qué quería saber. Me contestó: “pregunta si algún día voy a ser delgada”.

Voy a la Secretaría de Derechos Humanos en Brasília a una reunión con la secretaria y dos de las coordinadoras de área y durante media hora se discute sobre la dieta Dukan. Me entero de la cantidad de proteínas que cada una ingiere por día y cuántos kilos han adelgazado en los últimos meses. Están todas felices con la dieta, pero especialmente con sus capacidades de autocontrol.

Cada vez que mi vecina ve a la presidenta en la televisión dice cosas como “Dilma –la presidenta brasileña- está gorda como una vaca”, o “¡cómo ha adelgazado!”. Muchas mujeres que conozco se quejan diciendo que los hombres no las miran y que, por lo tanto, parecen invisibles. Y casi todas, cuando se encuentran a una amiga en la calle, antes de preguntar cómo están dicen cosas como “¡Dios mío!, como has adelgazado. Qué bien te veo”. La mirada de las mujeres hacia el mundo y hacia sí mismas es la mirada de alguien que toma medidas.

La madre de una amiga, una señora de 78 años, me dijo el otro día: “Adelgacé siete kilos en los últimos meses, ¡y sin hacer dieta!”. Fue ahí cuando, por primera vez, me interesé por ese fenómeno, tratando de descifrar lo que significaba aquella sonrisa feliz y realizada. Su mirada era la de una persona que había recibido una bendición, la de una niña buena que había hecho su tarea. En ese instante vi lo que tenía delante de mis ojos pero solo ahora puedo entenderlo y darle un nombre: el fenómeno de cómo las mujeres se relacionan con la comida y con sus medidas podemos calificarlo, simplemente, como locura.

La hija de mi amiga, la niña de 8 años, siempre fue muy fotografiada por su madre cuando era pequeña. La madre es una excelente fotógrafa y las imágenes mostraban la complicidad entre las dos en los rituales de poses, caras y bocas a lo largo de la vida. Ella se sentía segura ante las lentes de su madre. El verano pasado, fueron de vacaciones a la playa y, cuando pedí ver las fotos, vi a una niña tímida y retraída. A cada foto que iba viendo, ella decía cosas como, “en esta no me veo bien, estoy gorda”. A los 8 años ya está inmersa en esa locura y está enferma. La espontaneidad que tenía posando al ser fotografiada por la madre se fue perdiendo a medida que fue creciendo y entendiendo la triste herencia que enseñamos a nuestras niñas y que afirma que nuestros cuerpos no valen nada.

Para las terapeutas americanas Rosalyn Meadow y Lillie Weiss, autoras del libro Las chicas buenas no toman postre, la asociación de la comida con la sexualidad es fundamental en la vida de las mujeres. No solo en la de las que son madres, sino en la vida de todas ellas.

Para las mujeres, los trastornos alimentarios son síntoma de un fenómeno sencillo: la comida es para las mujeres de hoy lo que fue la sexualidad en el pasado. Mejor dicho, el dilema de la comida para las mujeres de hoy equivale al dilema de la sexualidad para las mujeres de ayer.

Si antes el control del cuerpo femenino ejercido por las normas y reglas de la sociedad patriarcal estaba en relación con la sexualidad de la mujer, ahora el mismo control se establece por medio de la comida. Para ellas, el antiguo dilema de “hacerlo o no hacerlo”, en relación a la sexualidad, equivale a la ecuación “comer o no comer” en la actualidad. Las fobias relacionadas con la dificultad de llegar al orgasmo, los dolores de la penetración, la frigidez, el miedo de quedar embarazada, la vergüenza de dejarse tocar por un compañero o de desnudarse frente a alguien, son las mismas que afligen a las mujeres de hoy. La diferencia es que esta vieja ansiedad se revela por medio de un verdadero terror en relación con su peso y sus medidas.

Las autoras hacen un cuadro comparativo entre las medidas y remedios usados contra el pecado de la masturbación de otros tiempos y las restricciones actuales contra el sobrepeso, haciendo una lista de las medidas contra el autoabuso del sexo (cauterización, ablación de clítoris, clitoridectomia, infibulación, aspiración quirúrgica del líquido sexual, cinturones de castidad, duchas calientes y frías, camisas de fuerza, medicación, ejercicio extremo y dietas) en correspondencia directa con las medidas contra el abuso de la comida en la actualidad (grapado del estómago, gastroplastia, cirugía de bypass, liposucción, atarse las mandíbulas, baños de vapor y agua fría, cintas para sudar, medicación, ejercicios extremos y dietas).

La insatisfacción de las mujeres con sus medidas y con su imagen es permanente, un sentimiento profundo de inadecuación se apodera de sus vidas haciendo que se sientan imposibilitadas para sentirse bien con sus cuerpos e imaginando que nunca podrán corresponder a un ideal de belleza que no tiene nada que ver con ellas. Un tiempo y una energía infinitos son desperdiciados con dietas, medidas, ropas, dietética y cosmética.

¿Qué comen estas mujeres que no comen? Comen su hambre. El hambre de sus deseos más secretos, de sus necesidades afectivas más básicas, de sus sueños más recónditos. Un hambre imposible de saciar y que da más hambre. Las que comen de más y las que comen de menos niegan el hambre de sus emociones. Las mujeres están hambrientas, lejos de sus cuerpos y de sus deseos, exiladas de sus cuerpos, los únicos capaces de otorgarles placer y alegría. Porque las mujeres que nutren al mundo de diversas maneras -afectivas, reales o simbólicas- con sus comidas y afectos y su capacidad de bailar, la risa y la farra con sus hombres, sus hijos y sus amigas, están tristes, no se reconocen más en sus cuerpos y en la espontaneidad de sus movimientos. Las mujeres de estos tiempos tienen hambre de sí mismas. Tienen hambre de todo lo que quieren ser, sentir y realizar.

Aunque actualmente dominan tecnologías sofisticadas y ocupan cargos de poder nunca imaginados por sus madres y abuelas, continúan aprisionadas por las medidas de un corsé mental que deja de lado y descalifica su autoimagen, creando sentimientos de inadecuación que las vuelven inseguras e infelices.

Marcela Lagarde, en uno de sus textos, dice que las mujeres de hoy se portan como criaturas medievales deseosas de un amor romántico imposible de ser realizado y sin ninguna reflexión crítica sobre su amor propio. Eso las debilita, ya que nadie con estos sentimientos desarrolla sus potencialidades.

Las preguntas que se plantean ante sentimientos como estos son las siguentes: ¿Qué les estamos enseñando a nuestras niñas? Y, finalmente, ¿quién cuida de ellas?

Texto de Lelia Almeida