Si circulas por la N. 332, camino de Altea, verás entre pinos mediterráneos, como saliendo de un cuento, cinco cúpulas de bulbo doradas. Son doradas por la gloria celestial y cinco, en este caso, por Jesucristo y los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Circulamos por aquí porque venimos de Calpe para ver la primera iglesia rusa ortodoxa de España.
En la puerta nos recibe un clérigo, el cual lleva una cinta con la bandera rusa y otra con los colores de la ucraniana, alrededor del cuello.
Estamos en las primeras semanas de la guerra y en respuesta a mi curiosa mirada dice: «somos hermanos y nos une la religión». Sí, tiene razón, todos somos hermanos. No quita que, cíclicamente, nos matemos entre nosotros cuando lo decide el dirigente de turno. Hay que tener en cuenta, que, en la ortodoxia, cada nación tiene su propia iglesia con el correspondiente patriarca. Esto a veces crea incomodidades, como es el caso actual, en el que la iglesia ortodoxa rusa ha bendecido la invasión de Ucrania.
En el caso de los católicos hay, para bien o para mal, un solo dirigente: el papa en Roma. En los ortodoxos hay una figura parecida: el Patriarca de Constantinopla, actual Estambul, pero su cargo es únicamente honorífico, ya que, aunque le compete presidir los concilios en los que toma parte, tiene la autoridad exclusiva de reconocer nuevos patriarcados y es el principal portavoz de la Iglesia ortodoxa. No tiene jurisdicción en los asuntos internos de los otros patriarcados de los distintos países.
La iglesia de Altea es una réplica de una del siglo XVII en la región de los Urales. Para ello, se trajeron desde ese remoto territorio todos los materiales necesarios para su construcción y, con ellos, vinieron los artesanos que la iban a erigir. Fue consagrada al Arcángel San Miguel.
La historia de su construcción comienza a principios de los años noventa, tras el colapso de la Unión Soviética. Muchos rusos llegaron a España en busca de una vida mejor. Venía con ellos su religiosidad y el deseo de construir un templo que los acogiera.
En 1996, el empresario Mikhail Bocko compró un terreno cerca de la ciudad de Altea y decidió establecer una iglesia ortodoxa.
El 7 de enero de 2000, el sacerdote Alexis Struve realizó el primer servicio divino en un habitáculo provisional.
Al año siguiente, en 2001, la administración de la ciudad de Altea registró el «Fondo Ruso Ortodoxo del Santo Arcángel Miguel», creado especialmente para el levantamiento de la futura iglesia.
El 21 de noviembre de 2002, en el día del santo patrono, el obispo Claudiopole Michael puso la primera piedra y erigió una cruz en el sitio de la futura iglesia.
El 30 de abril de 2005 se llevó a cabo el primer servicio de Pascua en una iglesia aún sin terminar. Será el 11 de noviembre de 2007 que su Santidad, el Patriarca Kirill de Moscú y toda Rusia, siendo presidente del Departamento de Relaciones Externas de la Iglesia Metropolitana Kirill de Smolensk y Kaliningrado, realizará la Gran Bendición de la Iglesia del Arcángel San Miguel de Altea. El metropolitano Kirill (Gundiáyev) fue oficiado por el arzobispo Innokentiy de Korsun con clérigos de la diócesis de Korsun. En la consagración de la iglesia participaron creyentes ortodoxos de toda España y a la ceremonia también asistió el arzobispo católico de Alicante.
Al entrar te invade una sensación de irrealidad. Todo es muy cercano y a la vez distinto a los templos católicos a los que estamos habituados.
Impresiona el iconostasio que te reduce a la condición de hombre insignificante. Sí, esta obra es fruto de otros hombres, pero hay en ella siglos de grandeza, virtuosismo y tradición. Hay mucho arte, amor e historia con la finalidad de mostrar la unidad con Cristo, su madre y todos los ángeles y santos. Consiste en una mampara con imágenes sagradas pintadas. Tiene tres puertas, una mayor en el centro y dos más pequeñas a los lados. El presbiterio y el altar están aislados del resto de la iglesia.
La ausencia de imágenes sobrecoge. Turba todavía más cuando compruebas que estos iconos son los mismos que puedes admirar en Santa Sofía de Estambul. Más de mil años han transcurrido y son prácticamente iguales; mensajes perennes que no han precisado evolución de las formas.
Se dice que el icono te mira antes de que tú lo veas: es el mundo invisible a través de la propia imagen, donde la obra nos transmite la ilusión de un tiempo y un espacio en un lenguaje que los occidentales no comprendemos. Las perspectivas pictóricas son distintas. En los iconos, al no haber un escenario realista y emplear la llamada perspectiva inversa, el «punto de fuga» se sitúa delante, por lo que la obra aumenta el tamaño del objeto de forma aparente al alejarnos.
Interpretar un ícono es algo que hay que aprender. Hay símbolos y mensajes ocultos en la imagen, junto con la historia específica de cada uno de ellos. La variedad de imágenes representadas es infinita y nos transporta a un mundo inmaterial de fe; destaca sobre todo el tema de la Virgen con el Niño.
También la Santa Faz es un tema recurrente, siendo todos ellos un lugar de encuentro entre el arte y un misticismo puro; el artista suele ser anónimo y el protagonista de la obra será siempre el sujeto sagrado. A pesar de toda la espiritualidad que pueda emanar, el icono no tiene ninguna propiedad recóndita o extraordinaria por sí mismo, los milagros son ejecutados por Dios a través de él y será un canal para comunicarse con las figuras sagradas que representa. Es una especie de «ventana al cielo».
El característico fondo dorado nos está indicando que lo representado está en el cielo y da testimonio de la realidad de la presencia de Dios entre nosotros en el misterio de la fe. Todos ellos tienen un orden establecido y una función que se repite en cualquier templo.
Al salir del recinto no veremos abetos, alerces siberianos ni abedules escoltando el templo. Aquí rige el pino carrasco y una brisa marina, embatà del migdia, que llega, refresca. Da gloria bendita recibirla, nunca mejor dicho.