La mayor enfermedad espiritual que padecemos los seres humanos en este primer cuarto del siglo XXI es la resignación creciente. No se trata de un estado flotante, estable, día a día nuevos hechos nos precipitan al crecimiento de la insensibilidad, de conformarnos con injusticias muy grandes y violaciones constantes y cada día más graves de las normas civilizadas internacionales y la violación de los derechos humanos de millones de seres humanos.

Hace pocos años, dimos en conjunto la batalla contra la pandemia y fue realmente feroz, contra el tiempo, contra un virus desconocido y que crecía exponencialmente y la ganamos científicamente y socialmente en la mayoría de las naciones y de los casos. No nos resignamos.

Hace 80 años, derrotamos el peor peligro que amenazó a las civilizaciones, los sueños delirantes y asesinos del nazi-fascismo y del imperio japonés, que derrotamos a costa de la muerte de 40 millones de civiles y 20 millones de soldados, el triple de heridos y mutilados y 50 millones de desplazados. Desde un primer momento, el mensaje de los agresores, en todos los frentes fue el de que sus enemigos se resignaran al milenio del imperio del nuevo mundo de la opresión, de la discriminación, de la destrucción de los principales valores construidos por nuestras sociedades.

La primera derrota ante el avance arrollador de las tropas y las flotas del Eje, en Europa, en Asia, en África y en los mares, fue la resistencia tenaz para lo cual fue necesario antes que nada derrotar la resignación que querían imponernos. Ni eran invencibles, ni eran razas superiores, ni nos doblegarían ni por las armas o por sus mentiras. Y todos sabemos el final de esa guerra, la página más sangrienta de la historia de la humanidad.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, nunca hubo en el mundo la cantidad de guerras que hoy vive el mundo. Nunca hubo 100 millones de refugiados y desplazados y nunca se proclamaron con otros nombres y actores los mismos mensajes de odio y de desprecio por la vida como en estos tiempos.

Nos hemos resignado en el medio oriente a que Israel, basado en su superioridad tecnológica-militar está realizando desde hace un año un exterminio, en Gaza, en Cisjordania, en Líbano con un plan fríamente premeditado, incluyendo permitir el ataque del 7 de octubre de los terroristas de Hamas. Está más que demostrado que el invento de los gobiernos de Israel de la formación y la existencia de Hamas para debilitar a la autoridad palestina, cumplió un último ciclo a través del inicio de esta guerra y de este genocidio, con más de 41 mil muertes, la gran mayoría civiles, mujeres y niños.

Pero la aventura sigue en el Líbano y seguramente se extenderá contra Irán, que sin considerar con un mínimo de realismo su inferioridad militar, bombardeó nuevamente a Israel. El fanatismo religioso y el nacionalismo ultra, es el alimento ideológico de la barbarie bélica. Y EE.UU. es el fogonero de este conflicto.

A algunos miles de kilómetros tenemos una guerra que se inició el 24 de febrero del 2022, de Rusia contra Ucrania, que además involucra a Estados Unidos y la OTAN y que camina permanentemente por la delgada línea de un posible enfrentamiento nuclear.

El New York Times reveló en agosto de 2023 que 70.000 soldados ucranianos habían muerto y entre 100.000 y 120.000 habían resultado heridos, según estimaciones de funcionarios estadounidenses. Las pérdidas rusas serían mayores: 120.000 soldados rusos habrían muerto entre el inicio de la guerra y agosto de 2023 y entre 170.000 y 180.000 habrían resultado heridos.

En África se libra desde el 15 de abril de 2023 la guerra de Sudán, la Organización Internacional para las Migraciones estimó que, desde el inicio del conflicto hasta principios de septiembre del 2024, casi 5 millones de personas abandonaron sus hogares. 3,8 millones fueron desplazamientos internos, mientras 1,1 millones salieron del país, principalmente a países con los que comparte frontera (Egipto, Libia, Chad, República Centroafricana, Sudán del Sur y Etiopía).

Se estima que los muertos superan los 15.000 y que 25 millones de personas necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.

Esto para tomar los tres ejemplos más importantes que mantienen las operaciones militares en la actualidad.

Existen tensiones y una constante carrera armamentística, que supera totalmente la guerra fría, las industrias más prosperas de la actualidad son sin duda las de las armas, en todos los sectores y en los principales países del mundo.

Las Naciones Unidas han sido totalmente sobrepasadas, incluso su destacamento de paz en la frontera entre Líbano e Israel ha sido atacado por Tel Aviv en dos oportunidades con heridos entre los cascos azules.

El gobierno de Israel devela sus objetivos de manera cada día más evidentes, se propone destruir territorios enteros y sus poblaciones para asegurar su control absoluto de todos los territorios y la exclusión de cualquier posibilidad de la existencia de Palestina como estado independiente. Para ello se jacta de violar las leyes internacionales y sus aliados lo apoyan sin ningún pudor. No solo con declaraciones o bloqueos en la ONU, sino con armamento directamente comprometido en las agresiones.

Todo esto es muy grave en el costo de vidas humanas, de refugiados, cuyo número ya superó el de la Segunda Guerra Mundial, pero también es terrible en cuanto a resignarnos al resto del mundo de que debemos resignarnos a esta realidad, por encima de todas las normas internacionales y de los derechos humanos más elementales.

“La paz no puede mantenerse por la fuerza; sólo se puede lograr mediante la comprensión” dijo Albert Einstein. Lo que notoriamente ha sido devorada por estas guerras, es la comprensión más básica y elemental.