Desde niños, escuchando por primera vez la voz del poeta, ya nos impresionaba el tono de voz. Había en ella como un extraño dejo de quejumbrosa resignación. Escuchando a otros poetas, recitadores y payadores, fuimos comprendiendo que cada artista tiene su estilo y que en la declamación, cada uno pone el dramatismo adecuado para hacer resaltar el sujeto.

Todo comenzó con Gabriela Mistral. De una u otra forma, la poetisa ocupaba el transcurso de la escuela primaria. Leíamos adonde tejemos la ronda…, o piececitos de niños..., etc.1

En los años cincuenta sabíamos que Gabriela había recibido el Premio Nobel de literatura (1945). Aparte algunas nociones sobre Rubén Darío en el plano continental de las letras, ella era el referente fundamental de nuestros tiernos años. sin imaginar que otros personajes de las letras americanas, entre ellos Neruda, iban a recibir tan elevado galardón 2.

Luego aprendimos algunos rudimentos del arte de componer una poesía, por cierto, ejercicios no muy felices. Un verdadero calvario para aquellos que no albergaban las musas bajo la almohada.

Ya en el liceo, pudimos vislumbrar con una cierta profundidad el universo de la creación literaria y de los grandes clásicos, tanto en la perspectiva histórica de las escuelas y tendencias, como en los estilos y temáticas de los numerosos autores. Pero el recorrido fue tan vertiginoso entre las demás materias y asignaturas que sólo aquellos condiscípulos que tenían vocación literaria pudieron profundizar por su cuenta.

Me era difícil comprender, yo que nada tenía de literario, el desdén con que algunos camaradas de clases manifestaban por el arte de la palabra, como si se tratara de elucubraciones gratuitas del conocimiento ante la sagrada seriedad de las ciencias. Más aún, si se tienen en cuenta los comentarios que corrían entre las familias, por esos años cincuenta, respecto a las letras...

¡El que no acierta una en matemáticas o en ciencias, terminará en letras! Probablemente, era la tónica dictada por el culto al siglo de los ingenieros. Los torpes, faltos de vocación científica, tenían su lugar en los oficios de los parlanchines… Para mí, las letras eran tanto o más difíciles que las ciencias o las matemáticas.

Les meandros del lenguaje en los que podemos fácilmente naufragar, cuando debemos expresarnos en público, indican claramente que en materia de lenguas y oratoria, vale más un pálido iniciado que un desgraciado improvisador. El pensamiento, la palabra y el don de la comunicación, son ingredientes difíciles de combinar para jugar con las imágenes, las inflexiones, los acentos, los silencios y, en fin, lograr crear el clima al que los buenos tribunos, escritores o poetas pueden transportar a su público.

Volviendo a Neruda

Hay un mundo de diferencia entre leer uno mismo sus poemas, tratar de recitarlos, o escuchar al maestro expresarlos con su voz. Ya adultos, aunque todavía simplistas, atribuíamos esa entonación, tan suya, a una manera adquirida de expresar en palabras lo que su rostro nos estaba enviando como mensaje interior, casi al límite inexpresivo para la percepción del profano, No se decía acaso, ¿que los poetas románticos bebían vinagre por la noche para exhibir ojeras al día siguiente? Quizás Neruda quería parecer triste y dar así una mayor expresividad, por defecto, a su voz..¿por qué no?

Neruda el enigma…

Su voz tenía como un aire de queja solitaria, resignada, cuando no, algo ausente de este mundo. El gesto de Neruda, hombre maduro, poeta consumado, se quedó por siempre, más bien melancólico. Pocas son las fotos donde se le ve sonreír. Nos decíamos, entre imberbes camaradas, que Neruda habría querido reemplazar ese vinagre por la tristeza de su mirada y por la débil expresividad de su voz.

¿Pero de dónde diablos venía entonces esa tristeza? ¿Del clima húmedo de su boscosa región en Temuco, o de las sobrias costumbres de los sufridos habitantes y taciturnos hombres del sur del país? O tal vez de los años y años de estrechez, por la que pasaban, por entonces, la mayoría de los jóvenes poetas… En la época, nadie podía vivir de sus escritos aunque, podían ganarse algún dinerillo como cronistas de los pequeños diarios regionales que no eran, precisamente, un modelo de generosidad, so pretexto de ofrecer a los escritores una vitrina para darse a conocer.

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El rudo trabajo de su padre, conductor de un tren lastrero3 que trabajaba duro por las noches, expuesto a las inclemencias de una región fría y húmeda, ausente durante el día, reposo obliga, venía a sumarse a la ausencia eterna de la madre que él no conoció. Cierto, sin desmenuzar el peso de cada uno de estos factores, su adición debió contribuir a esa, su tristeza estructural. La vida de quien debe construirse solo, es extremadamente dura…a lo que se agrega la incertidumbre natural del adolescente que se busca a sí mismo.

Un poeta sin misterio no es tal…

El escritor Jorge Edwards, amigo y colaborador diplomático de Neruda en Francia, cuenta en sus memorias 4, la dramática historia del retrato de la madre de Neruda que no la conoció porque ella falleció poco tiempo después de su nacimiento. Probablemente vivió con esas ansias latentes de poder redescubrirla un día.

Dice Edwards que el milagro se produjo cuando una señora anciana, habiendo leído sobre dicho triste pasaje de la vida del poeta, llamó a Neruda diciéndole que había sido amiga de su señora madre y que poseía una foto de ella. El poeta fue a visitarla y la dama, de modesta condición, se la obsequió.

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Como se puede imaginar Neruda debe haber experimentado tan gran emoción al descubrir el rostro de su madre que decidió guardar la preciada foto allí donde no podría perderse. Probablemente la puso entre sus papeles y libros más queridos, pero... ¿cuántos pueden ser los papeles más queridos de un poeta que, además, viajó por las cuatro agujas de la rosa de los vientos? ¡Nunca más la encontró!

El sitio web que la Universidad de Chile le dedica al poeta, indica que Neruda habría conocido esa foto en su infancia, pero la versión de Jorge Edwards, por su contacto estrecho con el poeta y con Matilde Urrutia, la viuda de Neruda, parece más exacta.

Veinte años después de su muerte, la foto apareció entre la montaña de libros y papeles cuando, el mismo Edwards la redescubrió con Matilde, después que esta lo llamara para reordenar los viejos escritos del poeta en su residencia de Isla Negra.

Neruda perdió así, dos veces a su madre. Probablemente pudo contemplar su dulce rostro, durante bellas e interminables horas, efímeras horas entre dos eternidades, la pasada y la futura.

¡Toda existencia es un viaje…Entonces!

Los viajes... su vida y él mismo fueron una travesía, una búsqueda eterna, lo que parecería un vergonzoso lugar común decirlo aquí, ante una tan grande personalidad literaria, política, en suma, un humanista de esa envergadura.

Todas las vidas son otros tantos viajes, aunque no siempre poéticos. Leyendo la historia de la foto materna, me fui deshaciendo de esa errónea y simplista visión de adolescencia respecto a su voz. Esta percepción me golpeó como un rayo de luz ante el enigma que, de tiempo en tiempo, me volvía el espíritu. Creí comprender el por qué de su mirada ausente que lo caracteriza, perdida en el horizonte... el por qué de su obsesión por los viajes, el por qué de sus insaciables ansias de amor...

¿Y los mascarones de proa?

En Confieso que he vivido, Neruda nos relata su pasión por los «mascarones de proa» que coleccionaba, por los barcos, por las olas que revientan sin cesar contra las rocas o se despliegan por las playas como buscando algo. Y, esas diosas y sirenas, rostros y pechos surcando los océanos... ¿no simbolizan acaso a la mujer, alma en pena, que busca algo en las inmensidades de los siete mares? ¿Acaso un hijo que apenas sintió en unos cuantos berridos, antes de partir para siempre?

Neruda, la obsesión de construir

La Sebastiana, en el alto de un cerro porteño frente al mar, ¿no es la esperanza en la vigilia? ¿Esperanza de ver llegar un día al puerto, en no sé qué misterioso Caleuche, la madre que había buscado toda una vida?

¿Y La Chascona, no se emplaza por sobre la gran urbe capitalina desde donde se domina el tumulto en el que los individuos se pierden?... Porque, de todos modos, todos y cada uno de los transeúntes andan por ahí, entre los otros, como agujas en un pajar...

¿Y en Isla Negra?...

Neruda recogiendo sin cesar toda suerte de maderos y objetos diversos arrojados por la mar… ¿no es acaso un signo de la esperanza de encontrar un botón, un prendedor, un pañuelo, un collar, una traza de ella?

Porque en alguna parte del universo tienen que haber ido a parar...y porque el mar es casi infinito y, en el horizonte, se funde con el cielo y llega hasta el universo...y porque esa madre no puede andar fuera del universo. ¡Imposible, por infinito que este sea!... En Isla Negra, para recoger sin descanso todo lo que el mar arroja. Un día algo llegaría desde la inmensidad del universo...

Doble melancolía la del poeta hecho símbolo y que hoy se confunde con este Chile, lo desborda y se derrama hacia el continente y el mundo, por su cielo, por sus mares y sus cordilleras, con sus vientos y con la lluvia interminable del sur...

Ese llanto eterno por aquella sombra que se fue... La misma que lo albergó en su vientre por tan solo nueve cortos meses, justo el tiempo de insuflarle la vida y traerlo al mundo, para que el mundo lo vea crecer y lo haga suyo hasta verlo convertirse a su vez, en tierra, en agua, en fuego y en nieves eternas...y al final, a través de su palabra mágica, telúrica, en la esencia misma de la libertad...de esa tan ansiada libertad que tarda en llegar... pero que se aproxima todos los días, vacilante...

La naturaleza, la libertad, los hombres

Las ideas de inmensidad y eternidad son casi constantes en su obra. Los elementos desencadenados están presentes con fuerza, y entre ellos, la tierra-madre que engendra, nutre y ve perecer a sus hijos en la sabiduría regeneradora que es la suya, como en el inmortal Machu Picchu.

Pachamama la llamó el Inca, brecha el campesino chileno y, otros, madre tierra. El poeta, todos los poetas, evocan del surco fundamental cuando se refieren a la fertilidad de la poesía... “surco y semilla”, el poeta es un cultivador incesante de la lengua y la palabra. Neruda vino para sembrar en toda la anchurosa América, entre cordillera y mar, entre su tierra americana y la infinidad del universo...

Todo esto ocurrió en el espacio de cien años, un siglo...Y si ya hemos celebrado el natalicio de Neruda, guardemos también un pensamiento eterno para aquella mujer que lo puso sigilosamente en manos de la humanidad y se retiró en silencio, como probablemente ella misma vino al mundo.

Si la poesía de Neruda es universal, su llanto es interminable, como la lluvia de su Temuco añorado...Su mirada fue pálida, como el gris de las piedras del tren paternal, gris como la camanchaca de aquella lejana mañana en que su padre se perdió, como el poeta mismo lo dice:

en la bruma de la madrugada, a bordo de su tren rastrero...para nunca más regresar...

¡La palabra de Neruda fue fértil... su mirada fue y será melancólica...es la única certeza que nos queda!

La vida es así... y los seres humanos unos extraños objetos no identificados...

La voz de Pablo Neruda

Notas

1 Gabriela Mistral. Poemas: Adonde tejemos la ronda…y Piececitos respectivamente.
2 Miguel Angel Asturias (1967), Pablo Neruda (1971), Gabriel García-Marquez (1982) Mario Vargas-Llosa (2010).
3 Lastrero: Tren que transporta ripio para reparar las vías.
4 Jorge Edwards, Adiós, poeta. Tusquets Editores. Barcelona, 1990, pp. 310-311 Colección Andanzas N° 130. Texto y fotos. ISBN 84-7223-191-7.