Como todos los mamíferos de esta tierra fueron inexorablemente paridos. Ambos, hombre y mujer. Y en muchas partes del mundo desde hace meses nos interrogamos quiénes fueron los responsables de esta barbaridad.

Algunos buscaron en los estilos arquitectónicos de esa magnífica ciudad, la más elegante de toda América Latina, aunque ahora la decadencia se filtre por las grietas, las persianas metálicas cerradas, la basura y los habitantes de los umbrales y las veradas que nos esperan agazapados en muchas esquinas. Aunque los restaurantes, las confiterías estén desbordadas.

En su ecleticidad la ciudad se apropió del academicismo inspirado en las formas clásicas de la antigüedad grecorromana, trasladado a este gran rincón del Río de la Plata. Se contacta en una calle no muy lejana con el Art Nouveau, sus curvas y sus ornamentos llevados a la opulencia, con un palacio que fue el más alto de todo el continente, que tiene elementos que combinan en su estilo la mitología india y la filosofía dantesca. El siglo XX pletórico de riquezas hizo surgir los últimos gritos del Art Déco, sus líneas rectas y sus formas estilizadas, sus edificios públicos donde el Neoclásico nació en medio de la llamada Revolución Libertadora, rara mezcla de la ultra derecha, los militares y el comunismo; también su Catedral y sus grandes columnas exponen ese estilo y a mediados del siglo XX hizo su prepotente aparición el Racionalismo.

En el punto cero, desde cuyos balcones se escribió una parte fundamental de la historia y de este parto contra natura. La antigua Real Fortaleza de San Juan, que unificó estilos italianizantes, románticos y eclécticos y se pintó de rosado para indicar la supuesta unión de los partidos que disputaron todas las guerras civiles. Allí está asomada a la Plaza de Mayo y por ocupar el sillón de Rivadavia han asesinado con pasión y horror miles y miles de argentinos. Es una de las pocas casas de gobierno en el mundo que fue bombardeada por la aviación de su propio país en 1955, como lo fue en Chile en 1973. Por los mismos felones.

En esas brutalidades, en esos odios, hay que buscar las causas del parto. No por el estilo de esa magnífica urbe, sino en las corrientes migratorias italianas y españolas que en oleadas sucesivas fueron ocupando no solo la Capital sino todo su entorno y la masiva emigración desde el campo y las provincias. Trayendo sus miserias, su hambre, sus ambiciones de hacer la América, su cultura y todos sus vicios.

El país no es su capital solamente, sino las bellezas insuperables a lo largo de su gran geografía, pero sobre todo su alma, la de Favaloro, o las letras de Cortazar, Borges, Arlt, Ocampo, Storni o de sus músicos, Gardel, Piazzola, Yupanqui, Sosa, o la magia en los pies de Maradona o Messi, y sus premios Nobel, César Milstein, Luis Federico Leloir, Carlos Saavedra Lamas, Adolfo Pérez Esquivel.

Es ese relato dramático y nostálgico de la vida hecho música y baile, el tango.

Se necesitaron varias décadas de opulencia, de decadencia, de miseria, de política y de negocios entrelazados hasta formar una masa informe de indecencia, y eso hace que recorrer la gran ciudad duela por el entrevero de sus pecados, de sus ídolos derribados y por el actual parto incomprensible y reciente.

Partidos políticos distintos, antagónicos fueron cavando una fosa profunda y llena de todas sus vergüenzas, hasta que llegó el grito agónico del parto. Dos hermanos, uno que en pocos meses llegó a ocupar la Casa Rosada y todo el poder a su alcance, y su hermana “el jefe”, al que siempre invocaron los argentinos.

No nacieron espontáneamente, fueron –como todas las cosas argentinas– cuidadosamente planificados y financiados. El poder en franco declive y decadencia económica, social y cultural les dio el primer empuje y los primeros millones. Había que dividir la oposición para seguir en el sillón. Y todo se les fue de la mano y del vientre de un país muy enojado, desesperado, rico como siempre pero que acumula 600 mil millones de dólares fuera de su tierra, nacieron los dos fenómenos, Javier y Karina y sus perros.

Su grito de guerra es destruir el Estado y reducir el gasto público a cualquier costo, mientras en seis meses el desmelenado presidente viaja extraoficialmente por todo el mundo, enfrentando con sus gritos histéricos a presidentes de muchos países e insultando a sus adversarios. Si antes la grieta era profunda, ahora ya no se le ve el fondo y es tan oscura que nadie seriamente se aventura a vaticinar cómo y cuándo se tragará a la Argentina.

La palabra más común de la política del poder actual es “carajo”. No solo en los discursos, sino también en los actos oficiales e incluso en sus documentos.

Y el terror que tenemos sus vecinos, los que amamos y nos deslumbramos con ese vientre maravilloso y monstruoso, es que realmente se vaya al carajo.