¿Qué hacer para lograr ver el mundo de forma más positiva?
Lo primero que se me ocurre sería valorar la aparición de la Internet, y ahora de la IA. Estas dos invenciones ponen a nuestra disposición, de manera accesible y democrática, la comunicación y gran cantidad de información, de lo que pasó, está pasando y creándose, en cualquier lugar del planeta. Como también, nos facilita la automatización de tareas, facilita la toma de decisiones y nos ayuda a mejorar la precisión, a reducir el error humano, entre otras múltiples virtudes. De alguna forma, son herramientas que posibilitan de manera transversal el uso del conocimiento, que puede ayudar a acelerar una mayor movilidad social a nivel planetario. Es como si fuera un COVID positivo que está disponible para ser usado por los ocho mil millones de habitantes de este maravilloso planeta.
Naturalmente, esto requiere de mucha voluntad, disciplina, constancia, perseverancia, criterio, ética y moral de nuestra parte. Como lo expresa el título de este relato. Estas herramientas nos permiten enterarnos de contenidos tan fantásticos como, por ejemplo, cuando Bergman dijo en su momento que Tarkovsky era, para él, el más grande. El que inventó un nuevo lenguaje. Fiel a la naturaleza del cine. Esto lo podemos confirmar hoy viendo toda la obra cinematográfica de ese gran maestro, a través de las plataformas en internet, independiente del lugar en que no encontremos, y ya sea cómodamente frente a nuestro computador, Tablet, Smart TV o en nuestro móvil, sentados en un parque o mientras viajamos.
Otro maravilloso momento del cine que las redes hacen posible su divulgación es cuando el maestro cineasta japonés Akira Kurosawa, escribió la siguiente carta:
Estimado Sr. Bergman:
Por favor, permítame felicitarlo en su septuagésimo cumpleaños.
Su trabajo toca mi corazón profundamente cada vez que lo veo y he aprendido mucho de sus obras y han sido alentadoras. Le deseo que permanezca en buen estado de salud para que pueda crear más películas maravillosas para nosotros.
En Japón, había un gran artista llamado Tessai Tomioka que vivió en la era Meiji (finales del siglo XIX). Este artista pintó varios cuadros excelentes mientras todavía era joven, y cuando llegó a la edad de 80 años, de repente comenzó a pintar cuadros que eran muy superiores a los anteriores, como si estuviera en su gran etapa de florecimiento. Cada vez que veo sus pinturas, me doy cuenta perfectamente que un ser humano no es capaz de crear obras extraordinarias hasta que llega a los 80.
Qué duda nos cabe que la cultura japonesa, como la china y las obras de los grandes maestros del arte, son reflejo de sabiduría milenaria y producto de sus vivencias. Todo aquello que el ser humano aún no es capaz de resetear y transferir o heredarles a sus descendientes, al menos se encuentra a nuestro alcance gracias a estas tecnologías. La naturaleza humana nos indica que debemos transitar por las mismas experiencias de vida para que nuestro disco duro mental, gracias a la suma de estas experiencias y conocimientos adquiridos, gatille los algoritmos personales que cada uno de nosotros acumula durante su paso por la vida. Son estas informaciones las que alimentan nuestra IA y nos señalan caminos. No es el azar, ni es la improvisación, ni es a partir de la nada, lo que nos permiten crear. El impulso creador es resultado de la suma de nuestras experiencias y vivencias. Pero nuestra naturaleza nos obliga a pisar la misma piedra.
Hoy las redes sociales reflejan esto al permitir que cada persona tenga la posibilidad de difundir su pensamiento. Situación que puso en jaque la armonía escondida en el silencio de la gente, ya que hasta la aparición de la Internet no había forma de divulgar las ideas más que en el entorno más próximo. Hoy las redes sociales nos liberan de ese silencio y nos permiten reflejarnos y reflexionar tal cual somos. Cada persona es un mundo en sí mismo. Las redes sociales han provocado que fluyan nuestras diferencias provocando la confrontación hoy existente.
Por eso es necesario comprender más que nunca la necesidad e importancia del respeto y tolerancia de la diversidad como base de la convivencia. En un mundo cada vez más globalizado y diverso, donde la interacción entre distintas culturas es hoy lo normal, es fundamental establecer un puente de diálogo donde la diversidad sea una fortaleza y no una debilidad.
A propósito de esto se me viene una bella escena de mi film As crianças de Lhanguene, que filmé en Mozambique en el año 1989. El país sufría por una cruenta guerra civil impuesta por el régimen de apartheid de Sudáfrica. Sus víctimas, sumadas a las por enfermedades y desnutrición, según UNICEF, provocaban la muerte de unos 500 niños diarios.
A pesar de esta cruda realidad, la escena en cuestión describe un maravilloso momento que vivía la familia de Angelina. Angelina, fue la nana que cuido a mi hija durante los siete años que vivimos en Mozambique. La escena era que la hija de Angelina bautizaba a su recién nacida primera hija. Todo ocurría bajo la agradable sombra de enormes árboles de caju y mango.
En el entorno figuraban las humildes casas de lata y caña de una auténtica aldea africana. Bajo el árbol mayor había una mesa. La pequeña nieta de Angelina vestía rigurosamente de blanco. Su vestido lleno de encajes la hacía verse como una auténtica princesa. Como es habitual en toda ceremonia en África, la música es fundamental. En este caso todos bailaban al ritmo de una Marrabenta, baile tradicional muy popular en el país. El maestro de ceremonia es un pastor, quien ha depositado su biblia sobre un plato. Todo es alegría y buena onda. Pareciera que el ritmo de la música lentamente va conduciendo a los invitados durante el baile a pasar y depositar su aporte bajo el sagrado libro. Donación que ayudará a la joven madre a cubrir en parte los gastos de su hija y nueva integrante de la comunidad.
La necesidad de recuperar el sentido del arte
Hoy cuando en el mundo reina el miedo, la desconfianza, el pesimismo, y pareciera que todo apunta a un mundo más complejo, donde la desazón inunda nuestros pensamientos. Escenas como estas simplemente emocionan, y otorgan esperanza que a pesar de la realidad extrema que muchos viven logran mirar con optimismo el presente y futuro.
Vivimos en un mundo de las apariencias, de la superficialidad, de las selfies. Vivimos para ser vistos. Habitamos la sociedad de los excesos, donde se busca el éxito inmediato y, para obtener aquello que lo representa, no se hacen problemas para endeudarse en tres o doce cuotas sin interés. Somos reflejo del sistema imperante donde la rentabilidad inmediata es la madre del cordero. La apuesta a largo plazo, ni los políticos la practican. Esos mismos políticos que no han sabido leer la realidad de aquellos que dicen representar. No se han dado cuenta de que ese pueblo que tiene conciencia de sus carencias, es también un consumidor capturado por la frivolidad impuesta por el mercado. Los políticos no saben de libertad, porque no son creadores, no son capaces de reflexionar sobre el mundo actual y leer sus necesidades, son prisioneros de sus dogmas. No entienden que la carencia se hereda.
Escribo esto pensando en lo necesario que es que el arte recupere su sentido. Que vuelva el cine arte, la buena música, la bella pintura, la emoción de un poema, el drama y comedia del teatro, la excelente coreografía del ballet, la interesante narración en la literatura, el momento mágico de una fotografía. Los nuevos medios tienen un gran poder, pero también nos impone una gran responsabilidad sobre nosotros. Este fantástico medio nos muestra todo y de todo, pero depende de nosotros verlo. Para mejorar nuestra democracia debemos ser empáticos y no deslindar nuestra responsabilidad de ser un aporte.
Vivimos en un jardín sin flores donde cualquier maleza sobresale. Debemos hacer como el jardinero y filosofar mientras podamos. Para poder continuar creyendo y creando, me he inventado la palabra que me ayuda a no caer en el escepticismo reinante, sino todo lo contrario: Penseremos.