En De Senectude, también conocida como El arte de envejecer, su autor, el filósofo y político romano Marco Tulio Cicerón, dice: “Somos lo que elegimos recordar".

El pueblo argentino, o buena parte él, ha caído en la desmemoria. O tal vez, ha optado por recordar sólo lo que le permite vivir en su zona de confort.

Esa desmemoria es el fundamento histórico del cambio cultural que quiere imponer Milei. Comienza por señalar que la decadencia argentina se inicia con la sanción del sufragio universal, secreto y obligatorio, piedra angular de la democracia que, en 1916, llevó a la presidencia de la República a Hipólito Yrigoyen, primer mandatario electo por el voto popular, después de décadas de Unicato y fraude. Curiosamente, Yrigoyen es el símbolo de la Unión Cívica Radical, que le brindó su base territorial al PRO (un partido municipal) de Mauricio Macri, para que fuera el primer líder de derecha que llegara a la presidencia a través de elecciones sin fraude y a La Libertad Avanza de Milei que es un partido digital. Finalmente, los tres partidos (UCR, PRO y LLA) se unieron en el apoyo a Milei para llegar a la presidencia y configuran, de hecho, la Coalición que le permite gobernar y sacar las leyes que requiere del Congreso.

La revolución cultural de Milei borra así 108 años de historia argentina –desde 1916 a 2024– y comete el pecado de soberbia de considerarse la reencarnación de Juan Bautista Alberdi, cuya obra Bases y puntos de partida para la Constitución Argentina constituyó el fundamento de nuestra Carta Magna. Es más, Milei toma el título de la obra alberdiana para nominar una ley ómnibus, verdadera aberración jurídica, que en varios capítulos viola la Constitución y fue sancionada por una sola Cámara del Congreso, la de Diputados, en un país de sistema bicameral.

El Olvido del Ser o Dios y el Olvido de la Razón, son las dos ausencias más importantes y simultáneas de nuestra sociedad. La primera denunciada por Heidegger y la segunda producto del soporte filosófico de la globalización y el capitalismo financiero: “la posmodernidad”. Esta corriente descree de todas las teorías totalizadoras y de los grandes relatos, para reducirlo todo a un relativismo valorativo donde reina la posverdad. Según esta perspectiva, no existen verdades absolutas, lo que consideramos “verdad” puede variar según las circunstancias, todo deviene relativo a la mirada y el discurso individual.

Esta visión cuestiona la idea de verdades universales, genera la duda y fomenta la adaptabilidad individualista en nuestra comprensión del mundo. En el marco de ese individualismo exacerbado, Milei afirma que Dios lo ha elegido para redimir a la Argentina de ese “Siglo de la Humillación” y conducirla con el apoyo de “las fuerzas del cielo” a la tierra prometida de la “Libertad”, libertaria anarcocapitalista. No debe extrañarnos, el irracionalismo místico de Milei, se emparenta con otras formas de irracionalismo que han florecido, en el horizonte mágico de los argentinos.

La religión secular de la sociedad argentina es el psicoanálisis, uno de los irracionalismos que heredamos del siglo XIX. Tras ese dogma se ocultan las prejuiciosas supersticiones intelectuales de esta época. Lo que hace preciso denunciar el gran fraude intelectual, la impostura ideológica, que representó en las últimas décadas -en los círculos académicos presuntamente progresistas y en los ambientes marginales llamados “contraculturales”- el ascenso hegemónico de una filosofía cuyo objetivo es la negación de la modernidad, la razón, y los valores universales. Esta rara elección refleja un rasgo ideológico de la época: la renuncia a la tradición cultural ilustrada y su asimilación a las teorías irracionalistas consustanciales de la derecha extrema.

La multiplicidad de conceptos que el término equívoco de posmodernidad intentó unir, lejos de superar, como pretendían, el mundo moderno, remite a formas premodernas y antimodernas.

Aún más, en la premodernidad filosófica podemos encontrar antecedentes contra el irracionalismo y la sumisión ideológica. En el Discurso sobre la Servidumbre Voluntaria de Étiene de la Boétie (1530-1563), escrito hacia 1550, se formula una pregunta radical: “¿Cómo puede ser que una mayoría no solo obedezca a uno solo, sino que también le sirva, y le sirva voluntariamente?”. Quizá de la Boétie se anticipó con su crítica al despotismo, a la distopía de Un mundo feliz de Aldous Huxley o al análisis de Erich Fromm en El Miedo a la Libertad. Frente a esa emergencia del irracionalismo deberíamos, como propone Habermas, retomar y profundizar el proceso de la modernidad y del hoy tan denigrado humanismo.

Sin delimitar este contexto cultural es imposible entender el “fenómeno Milei”. Mucho menos, combatirlo exitosamente para que no vuelva a repetirse la cadena del neo-colonialismo, iniciado por el Proceso Militar y seguido por Menem, De la Rúa y Mauricio Macri, que tiene en Milei su expresión más exasperada y destructora.

El discurso de la Servidumbre Voluntaria anticipa un fenómeno como el hoy encarna Milei, muchos siglos después. Un pueblo que vive en democracia elige con el 56% de los votos un candidato y un programa que someten al conjunto de la sociedad a un cambio radical de la estructura social, económica y cultural del país. Ese resultado electoral, retrotrae la realidad 40 años atrás, cuando el Consenso de Washington y sus recetas neoliberales colisionaban trágicamente con el retorno de la democracia en la Argentina.

La paradoja histórica de que coincidieran los 40 años de democracia en Argentina (el período más prolongado de estabilidad institucional como Nación) con el ascenso de Milei un presidente que abomina de la democracia, quiere implosionar el estado-nación desde adentro, demoler el Banco Central de la República, enajenar la soberanía monetaria, económica, política y territorial, autorizando la instalación de bases militares extranjeras, nos mueve a formular algunas reflexiones.

En rigor, nos parece que Milei semeja un Alfonsín invertido. El adalid de la democracia vino a restablecer la política, Milei a destruirla. Ambos postularon la libertad, pero la entendieron de un modo muy distinto. Mientras Alfonsín la hizo resplandecer a través de restituir las instituciones democráticas y republicanas, Milei trata de pulverizar las instituciones; para instaurar el Mercado Transnacional como el sustituto del Estado y el gobierno real del país, el distribuidor de la riqueza, el asignador de derechos y el constructor de una cultura del egoísmo, el rendimiento y la sumisión.

En un país que salía de la más feroz dictadura, Alfonsín privilegió la consolidación de la democracia y los derechos humanos, sin que pudiera vencer el endeudamiento y el estancamiento económico que recibió. Pero no cedió jamás a las imposiciones del Consenso de Washington sobre privatizaciones, desregulación laboral, alineamiento internacional con EE. UU. Por eso se gestó el golpe financiero que lo expulsó del gobierno con seis meses de antelación. Su sucesor, Calos Saúl Menen, aprendió rápidamente la lección y se entregó a la práctica de “relaciones carnales” con el Imperio. No extraña, entonces que Milei, que se considera su heredero y continuador, le haya inaugurado el busto en la Casa Rosada y esté secundado por el “menemismo” residual, ese outlet que integra la armada brancaleone, que lo acompaña en su trágica aventura.

Esta amarga realidad nos compromete a la lucha por la emancipación del pueblo de la sutil esclavitud a las ideologías del “Mercado”. Este opera como el Gran Hermano que transforma al hombre de ciudadano en consumidor, mientras la telaraña que tejen las redes sociales, atrapa y coloniza la subjetividad, generando un sujeto humano individualista, ego-centrado y narcisista, que vive la ilusión de ser libre o libertario. Sin embargo, está cautivo de una ideología que lo conduce a la esclavitud de la “sociedad del rendimiento, la auto explotación y el consumo”. Este hombre es el “emprendedor” con que sueña Milei y sus libertarios. Es lo que en la parábola de Hegel se describía a través de la relación entre el amo y el esclavo, sólo que ahora este individuo contemporáneo, aislado, solitario y alienado, asume la doble condición de ser su amo y esclavo simultáneamente.

¿Qué tiene en la cabeza Milei?

Los libertarios y los anarcocapitalistas consideran que ellos encarnan el “bien” y el resto de la política representa directamente el “mal”. Hay por lo tanto una sola verdad en Occidente, el mundo ha vivido equivocado y “la democracia, el estado del bienestar y la justicia social, se ha convertido en un sistema perverso”. La Nueva Derecha cree que ahora se puede conjugar fanatismo de mercado con liberalismo. Eso es lo que predican, sin que a la mayoría le importe.

Esto nos es más que un espejismo. De hecho, todo lo que Milei se atribuye (déficit cero, control de la inflación y arrasar con la corrupción política) no se ha cumplido. Es una fantasía de sus ejecutores que luego de un semestre comienza a resquebrajarse. La idea de que era fácil cambiarlo todo con coraje y determinación parte de una ruptura con la realidad. Milei se enfrenta ahora a la confrontación entre sus deseos ilusorios y la realidad. Entre sus fanáticas propuestas y los límites que imponen las estructuras políticas, económicas y sociales existentes.

Del aparente éxito prematuro, la soberbia, la negación y la omnipotencia, en su lucha contra los enemigos de su religión “el mercado”, están pasando a la falta de credibilidad y el desencanto. El establishment, los compañeros de ruta, los convocados y descartados, los opositores colaboracionistas, los legisladores y gobernadores obsecuentes, los periodistas y medios de la prensa gorda, empiezan a dudar de la sostenibilidad y congruencia del programa económico. Atraso cambiario, caída de las reservas, del PBI, de la recaudación, deuda con importadores y los conflictos y desacuerdos con el FMI, que amplían la vulnerabilidad externa y se disimulan a través comunicados “polite”, generan cruciales interrogantes. Lo más grave es la profunda recesión que atraviesa la economía con caída drástica del consumo y la producción de bienes, servicios y el abandono de toda política social, que mitigue el desempleo, la pobreza y la indigencia.

Frente a este panorama, Milei permanece inmutable en su alienación. Vive en una permanente fuga de la realidad. Su docena de viajes al exterior no significa otra cosa que fugas de algo que no le interesa: gobernar el país, enfrentar la crisis. El libertario responde a los desafíos de ejercer el poder enamorándose aún más de sí mismo, en un rasgo de narcisismo, que lo hace creerse acreedor de las falsas e ignotas condecoraciones que recibe y hasta del Premio Nóbel de Economía.

Milei intenta afanosamente construir (for export), la imagen de un líder mundial de la libertad sin precedentes, mientras hace del insulto a Jefes de Estado y de Gobierno de países amigos y estrechos socios comerciales, un instrumento de marketing publicitario, para alimentar su insaciable ego. Sobredimensiona sus logros y huye de los problemas dejando la administración del país en manos de su hermana Karina (una ex repostera y tarotista) actual Secretaria General de la Presidencia, del Jefe de Gabinete Guillermo Francos y de un joven asesor llamado Santiago Caputo. En suma, para la religión psicoanalítica, este Milei que sobredimensiona sus logros y huye de los problemas, merecería un examen psiquiátrico por sus tendencias a la negación, la paranoia y los delirios de grandeza, rasgos característicos de los trastornos emocionales que se manifiestan en un psicótico.

¿Cuál es el “Mal Metafísico” de la Argentina?

El escritor Manuel Gálvez, hoy injustamente olvidado, publicó en 1916, el año en que asume la presidencia Hipólito Yrigoyen, una novela que tituló: El Mal Metafísico.

El libro nos ubica en La Brasileña, un bar y café literario que funcionaba en la calle Maipú 238 de la Ciudad de Buenos Aires. Allí se reunían un grupo de literatos, pintores y otros bohemios para discutir sobre temas de literatura, filosofía historia y sociología. Esos debates tenían que ver con la identidad de los argentinos, el éxito y la búsqueda del sentido de la vida, a través de la cultura. Es el retrato literario de una generación que buscaba su lugar en un mundo en transición: el de la primera guerra mundial y la llegada de Yrigoyen a la presidencia a través del sufragio universal.

En uno de esos debates uno de los personajes de la novela Viel (que hoy sería libertario), les echa en cara a sus contertulios: “Ustedes los artistas, los literatos no tienen razón de ser en este país. Son enfermos, inadaptados, enfermos del “mal metafísico”, la enfermedad de crear, de soñar con utopías. Este país necesita hombres de acción, ingenieros, economistas. Lo demás, esas cosas de la cultura son inútiles”. Su contradictor es el escritor Riga que argumenta: “Los pensadores son indispensables porque la historia, la antropología, la matemática y la filosofía son la marca de la más alta civilización. Ningún pueblo puede renunciar al pensamiento, porque no hay ninguna gran empresa, sin una gran visión”.

En suma, la revolución cultural de Milei, como el personaje de Viel, ve en el pensamiento el mal metafísico de la argentina. Por eso intenta borrar los 108 años de historia que nos separan del debate intelectual en el café literario La Brasileña.

Si esa es la propuesta que Milei hizo al pueblo argentino a cambio de lograr tres metas imposibles: la dolarización, eliminar el Banco Central y destruir el Estado, y este lo votó mayoritariamente, estamos ante un caso evidente de renuncia al pensamiento y un sometimiento al discurso del odio y la naturalización de la violencia. Ese sí, es el verdadero “mal metafísico de la Argentina”.

¿Cómo pudieron hacerlo? ¿Tan embriagados de odio estaban? ¿Tan ciegos frente a al perfil psicótico del personaje? ¿Tan alienados para ignorar la naturaleza ilusoria de su propuesta? El resultado de estos primeros seis meses arroja un saldo macabro: un presidente disfuncional que huye de sus responsabilidades y una sociedad enferma de culpa, polarizada por el odio que la atraviesa y la frustración de un horizonte que se desliza hacia el vacío y la desintegración.

Remito a la opinión de destacados economistas, amigos y adversarios del gobierno, sobre la inviabilidad de la dolarización de la economía y la eliminación del Banco Central. Pero no resisto la tentación de mostrar el absurdo de proponer implosionar el Estado desde adentro. Ello demuestra la profunda ignorancia histórica de Milei.

El Estado en la Argentina es anterior a la Nación. A diferencia de la experiencia europea donde las naciones fueron preexistentes al estado. Basta con señalar los ejemplos de los dos países europeos que llegaron más tardíamente a su unificación: Alemania e Italia. El discurso de Fichte a la nación alemana hubiera sido válido aún sin la organización jurídica del estado por Guillermo I y su Canciller Bismarck. Alemania existía como lenguaje, tradición, historia, religiosidad y cultura antes de su unificación política. Lo mismo ocurrió con Italia, los reinos de Florencia, Sicilia o el Veneto, preexistieron con los mismos elementos que configuraron a la nación alemana. La tarea de unificación jurídica del Estado Italiano que hicieron en lo político Mazzini, en el terreno militar Garibaldi y en lo internacional el Conde Benso Camilo de Cavour, fue una exigencia del desarrollo capitalista en Europa, que exigía espacios económicos ampliados, sin barreras aduaneras interiores, para poder competir con Inglaterra y Francia. La organización del Estado Italiano es de 1861, fue posterior a la Constitución Argentina de 1853.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata, eran como diría con lamentable sarcasmo Sarmiento: “La Provincia de Buenos Aires y los veinte ranchos”. Envueltos en guerras civiles, en medio de la anarquía, el pillaje de los salvajes y la desintegración territorial de las provincias altoperuanas. No existió la Nación Argentina como proyecto hasta la organización jurídica del Estado Nacional en 1853. Fue en el marco de ese Estado que los “chinos” de Julio Argentino Roca federalizaron, a punta de Remington, la Ciudad de Buenos Aires. Para instaurar el Estado Nacional, que unificó las fronteras con la segunda campaña al desierto, recreó el Ejercito Nacional, recuperó la Patagonia y extendió la Provincia de Buenos Aires que hasta entonces terminaba en el Zanjón de Zárate. En suma, trazó las fronteras actuales de lo que llamamos la Nación Argentina.

Ese Estado construyó la Nación, pobló su territorio, creo la moneda y con ella un mercado interno, dictó la ley 1420 de Instrucción Pública, la Ley de Matrimonio Civil y promovió la inmigración. Vinculó la Argentina a los mercados mundiales. Dictó la Ley del Sufragio Universal, Secreto y Obligatorio y sostuvo la neutralidad argentina en la Primera Guerra Mundial. La tarea del Estado Argentino que organizó la Nación esta inconclusa. El Estado y las instituciones que creó descubrieron los yacimientos de petróleo, gas, oro, cobre, litio y otros minerales que se incorporaron al patrimonio nacional. En un país con una burguesía anémica sólo el Estado pudo acometer las grandes empresas de sentar las bases de su infraestructura portuaria, vial y de comunicaciones. Las tareas de esa Nación Inconclusa tienen que ver con la integración territorial, no solo a nivel nacional sino regional con la América del Sur, para lograr juntos, la integración y el desarrollo en un mundo de bloques geopolíticos. Ese es el Estado que Milei odia y quiere destruir.

Conclusiones

El delirio teológico de Milei que orienta su conversión al judaísmo ortodoxo, lo hace sentirse la reencarnación de Aarón, convirtiendo a su hermana Karina en el Moisés que le transmite el mensaje divino. Esta confusión entre religión y política es nefasta para los pueblos. Lo lleva a ver en el otro, el que no comparte su visión mística, como el enemigo. Proclama: “ahora la Revolución somos nosotros, que le hemos robado la rebeldía a la izquierda” y esa rebelión es contra el Estado del Bienestar, contra ese sacrilegio de la justicia social, contra ese “robo sistemático que son los impuestos”.

"Yo soy el león, el Rey de la Selva, no vine a gobernar ovejas, sino a conducir leones”. Los fuertes encarnados por el “Mercado” deben gobernar y disciplinar a la sociedad. Dios está conmigo y “las fuerzas del cielo” enunciadas en el primer Libro de los Macabeos, me auxiliarán para entronizar el Mercado como lo Supremo, mientras las redes sociales como instrumentos de creación de sentido transmitirán el mensaje divino a los pobres mortales de este péndulo austral que es la Argentina. “Estamos ganando la batalla cultural porque somos los mejores en todo: estética, moral y productivamente”. Los otros son el enemigo, los herejes, la encarnación del mal.

En suma, el fenómeno Milei se explica por la manipulación política de la Historia para justificar un salto desde las Bases y puntos de partida de Alberdi a la emergencia divina de Javier Milei. Todo el recorrido histórico entre estos dos hitos es pura declinación producto de la política, de un estado intrusivo y de los movimientos populares. Hay que erradicar la Política e instaurar la economía entendida como el gerenciamiento de los mercados. Lo que el busca es disciplina y administración, aunque el precio sea la represión más feroz y está dispuesto a ejercerla.

Todo ello nos lleva replantear nuestras preguntas iniciales: ¿Cómo es posible que una mayoría obedezca a uno solo y no solo le sirva, sino que acepte esa servidumbre voluntariamente? ¿Somos solo lo que elegimos recordar? ¿Cuál es el Mal Metafísico de la sociedad argentina? Milei no apareció por un designio divino, sino por razones más terrenales. El abrumador discurso antipolítico, el relativismo valorativo de su pueblo, el irracionalismo de la posmodernidad y el psicologismo, que alimentan el horizonte mágico de los individuos y la manipulación política de la historia. Ese es el terreno ideológico donde germinó el origen emocional del voto a Milei y la tragedia actual de la Argentina.

La atmosfera espiritual de esta sociedad se ha enrarecido, sobrevuelan los fantasmas de la incertumbre, la naturalización de la violencia y la sensación de vacío de proyecto y un presidente que vive fugándose de la realidad y sus responsabilidades. Ello traslada su aislamiento existencial y psicológico a la Nación en el marco de su política exterior, que ha privatizado para satisfacer sus deseos ilusorios e insaciables de protagonismo internacional.

Nada ha sucedido por designio divino o por casualidad. La dirigencia política y el pueblo que lo votó, tendrán que asumir su cuota de responsabilidad en esta tragedia argentina.