“Una buena imagen vale más que mil palabras”. Una sentencia repetida casi hasta el cansancio que siempre nos hizo mucho sentido, sobre todo a quienes desde el periodismo escrito convivíamos laboralmente en las redacciones con los reporteros gráficos. Diría, incluso, que muchas veces sentíamos una sana envidia hacia ellos cuando luego de una cobertura en terreno nos entregaban las tomas precisas que enriquecían los reportajes y ratificaban el carácter colectivo del trabajo periodístico.

Desde la curiosidad del aprendizaje nos convertíamos en fotógrafos aficionados, aprendíamos a revelar rollos y nos entregábamos a la magia del cuarto oscuro para manejar la ampliadora y ver emerger la imagen en el papel sensibilizado. Era la época de la fotografía analógica, desde la pequeña cámara de cajón en el hogar que registraba las fotos familiares hasta los sofisticados equipos profesionales dotados de diafragma, grados de velocidad, fotómetros y diversos lentes.

En la fotografía conviven la técnica y el arte, el cálculo y la espontaneidad y como en otros terrenos de la acción humana, las dosis de talento no son uniformes. Entre los grandes, están los trabajados registros de Sebastião Salgado sobre migraciones y esclavismo moderno y también las imágenes aéreas y submarinas de Yann Arthus-Bertrand acerca del deterioro del planeta.

Están las instantáneas que desde un segundo se hicieron eternas, como la icónica toma del rostro de Ernesto Ché Guevara que el cubano Korda (Alberto Díaz) captó el año 1960 en un nuboso atardecer en La Habana y que dio pie a Una foto recorre el mundo, el filme que nos legó Pedro Chaskel, uno de los mayores documentalistas de Chile, fallecido este año.

¿Pensó Korda al momento de obturar que estaba “escribiendo” una página para la historia? ¿Lo pensó también Robert Doisneau en 1950, cuando en las calles del París de postguerra apuntó con su lente a la joven pareja para dejarnos el recuerdo gráfico del beso quizás más famoso?

La fotografía es registro, testimonio y memoria. Es arte y también es rebeldía y resistencia cuando corresponde. Así lo entendieron las reporteras y reporteros gráficos que durante la dictadura crearon en Chile la AFI, Asociación de Fotógrafos Independientes, cuyas imágenes documentan mejor que muchos textos las violaciones de los derechos humanos bajo el régimen de Augusto Pinochet (1973-90).

Así como la invención de Internet multiplicó las posibilidades de la comunicación, el invento de los celulares, de la mano con la digitalización, hace que hoy por hoy todas y todos podamos ser fotógrafos o videístas, aunque los grados de calidad de las fotos y filmaciones varíen según el ojo del usuario y el precio de los IPhone.

El desarrollo de la informática entregó asimismo la creación de programas de Photoshop, que multiplicaron las posibilidades del periodismo gráfico, en cuanto posibilitaron montajes con propósitos alegóricos para ilustrar temas de actualidad y también producción humorística en medios satíricos.

A los paparazzi de antaño, inmortalizados por Federico Fellini en La dolce vita, les salió competencia al camino, en términos de invadir privacidades con fines de sensacionalismo a menudo acompañado de morbo, sobre todo en los medios dedicados a la farándula y al mundo del espectáculo.

Hoy es facilísimo fisgonear con los IPhone dotados de cámaras frontales y distribuir de inmediato las imágenes por WhatsApp, Instagram, Facebook o X. No obstante, la fotografía profesional se defiende en buena forma y en esta ronda de adelantos tecnológicos puede usufructuar de buena forma de los drones para panorámicas aéreas.

Pero los desafíos éticos que desde sus orígenes acompañan al periodismo moderno se han multiplicado en materia de imágenes. Si antiguamente una fotografía podía presentar diversos ángulos de una realidad, actualmente no solo el Photoshop sino también las fotos trucadas se dan la mano con las noticias falsas. Un riesgo ahora multiplicado por la Inteligencia Artificial, un gran avance que puede ser usado con fines nobles o detestables.

La desinformación es un arma de múltiples usos: sirve para defenestrar adversarios políticos, apuntalar intereses empresariales que niegan el cambio climático, desacreditar a defensores de los derechos humanos y un largo etcétera de otras utilizaciones. Uno de los peligros más graves está en el empleo de las imágenes como arma bélica, en este siglo XXI plagado de conflictos de baja y alta intensidad.

El académico y curador Fred Ritchin, exeditor de fotografía de la revista New York Times, decano emérito del Centro Internacional de Fotografía, reflexiona sobre este asunto en un texto titulado “Frente a los rostros”. Este estadounidense de origen judío es uno de los 16 coautores del libro Palestina, anatomía de un genocidio, publicado en mayo último en Chile, España y Argentina.

Entro otros numerosos ejemplos, está el video de una decapitación a manos de un cartel de la droga mexicano que ha sido difundido como asesinato de ciudadanos israelíes a manos de Hamás. Las imágenes de un funeral en Jordania durante la pandemia fueron tergiversadas y presentadas como si los palestinos estuvieran fingiendo muertes en Gaza. Un video de 2014 del Estado Islámico destruyendo una mezquita en Siria fue publicado como un ataque del ejército de Israel a un templo musulmán palestino. Hay muchos otros ejemplos.

Ritchin reflexiona que “cada vez más, las imágenes se convierten en armas, se recontextualizan y se manipulan, y su valor a menudo depende de las ideas preconcebidas de quien las ve”. Es un desafío trascendental para la comunicación audiovisual y en última instancia para los derechos humanos, donde la Inteligencia Artificial (IA) es una daga de doble filo.

Hay negacionistas del Holocausto que difunden imágenes generadas por IA de campos de concentración convertidos en parques infantiles o de Ana Frank en bikini. Así, este gran adelanto, comenta Ritchin, puede ser usado “para suprimir la humanidad de las personas, distorsionar sus historias y dificultar aún más el conocimiento de quienes están fuera de nuestro entorno inmediato”.

Hay una nueva terminología de origen anglosajón que se incorpora a nuestra cotidianeidad con la IA y otras técnicas digitales. El deepfake es la manipulación digital de fotografías o videos, el grooming es el acoso sexual en línea y el sexting es el envío de mensajes o imágenes de contenido erótico o sexual por plataformas digitales.

En un exclusivo colegio privado de Santiago de Chile se suscitó hace poco un escándalo, cuando seis muchachos recurrieron al deepfake y manipularon fotografías de siete de sus compañeras, desnudándolas con una aplicación de IA, para luego difundir las imágenes en sus redes sociales.

Se trata de un colegio católico y los padres de las niñas afectadas denunciaron el caso, recurriendo incluso a los tribunales. No obstante, las autoridades del establecimiento se negaron a expulsar a los adolescentes, argumentando que tenían “una irreprochable conducta anterior”.

Marcelo Trivelli, presidente de la Fundación Semilla, organización dedicada a capacitación de jóvenes, aludió en una columna de opinión a los factores que concurren para hacer más grave estos usos de la digitalización a través de la IA.

Trivelli recordó que una iniciativa gubernamental para incorporar la Educación Sexual Integral en los currículos escolares fue rechazada por una campaña opositora en que participaron los colegios confesionales. Del mismo modo, se debe educar para prevenir la “masculinidad tóxica” y sus prácticas de agresión, violencia y acoso. El hecho de que se exprese en imágenes trucadas por plataformas digitales y se potencie con la IA, obliga también a impartir una educación profunda en ciberseguridad, concluyó.