Entre poesía y toros existe una especial y mágica imbricación. La riqueza plástica que encierra el toreo ha dado rienda suelta a la imaginación de escritores de todos los tiempos y lugares. Y dentro del universo de la poesía taurina española del siglo XX no han faltado destacados representantes en la Comunidad Valenciana. Podemos citar a Jorge Múrtula Bernabéu (Alcoy), Jacinto López Gorgé (Alicante), Juan Chabás (Denia), Francisco Sánchez Ortega (Elche), Miguel Hernández (Orihuela) y –por lo que se refiere a Valencia capital- José Miguel Arnal, Eduardo Cierco, Rafael Duyos y Carlos Marzal.
Nos detendremos en la figura universal que es Miguel Hernández, quien escribió los siguientes poemas taurinos: Citación-fatal (que, según Sánchez Vidal, “encubre una elegía al torero Ignacio Sánchez Mejías, muerto en la plaza de Manzanares el 11 de agosto de 1934); Corrida-real dividido en Cartel, Plaza, Toro, Toro y caballos, Toro banderillero, Toro y peón, Toro y torero: son poemas sueltos que, junto con otros, por ejemplo el número 23 -“Como el rayo he nacido para el luto…”- desembocan en El rayo que no cesa (1936). O Silencio de metal triste y sonoro que se publicó inicialmente en la Revista de Occidente (Madrid, CL, diciembre, 1935). El 14 de julio de 1935, Miguel Hernández escribe a José María de Cossío notificándole el envío del poema: “También le mando un soneto, que no sé si le gustará para su descripción del toro: lo he hecho con la mejor voluntad. Ahí va”. Rafael Gómez de Tudanca cree que “es el primer soneto de la serie de poemas táuricos, que quizá constituyen el primer fenómeno de este género en la poesía del siglo XX”. (Las cartas a José María de Cossío, Prólogo estudio y notas de Rafael Gómez de Tudanca, Santander, Institución Cultural de Cantabria-Casona de Tudanca, 1985).
El pintor oriolano Francisco de Díe, amigo del poeta Miguel Hernández, se encargó de poner su arte al servicio de la Elegía media del toro y nos dejó 79 láminas extraordinarias (22 acuarelas de 34,3 cm x 24,3 cm y 57 hojas con textos de 34,3 cm x 24,3 cm) que se custodian con cariño en la Fundación Cultural Miguel Hernández de Orihuela. El hijo del autor, Francisco Díe y Rogel, escribe:
El grado de fijación que mi padre tuvo por su paisano el poeta se culmina con la plasmación artística que realizó de dos glosas de las elegías más conocidas de Miguel Hernández: la “Elegía media del toro” y la celebérrima dedicada a Ramón Sijé. La “Elegía media del toro” se compone de veintidós dibujos en color distribuidos en una veintena de secciones. Éstas se componen de versos del poema.
El origen de estas láminas se remonta al Homenaje de los Pueblos de España (mayo de 1976) donde se expuso la posibilidad de realizar una muestra de pinturas relacionadas con el poeta, pero se retrasó hasta finales de ese verano. Al mismo tiempo, por aquellas fechas -recuerda el hijo del pintor- preparaba una exposición en Orihuela, pospuesta, y añadió diversos dibujos que son los que conforman la Elegía media del toro. Se trata de una glosa pictórica y otra escrita verso a verso del poema.
Esta recreación fue presentada en Orihuela el 4 de febrero de 1977, con ocasión del mítico homenaje tributado al poeta.
La perspicacia instintiva de mi padre se deja entrever en sus comentarios, en los que cabe destacar cómo se gestó y se confeccionó el cartelón que realizó con la presencia de Miguel Hernández en su estudio, con el cual, el poeta pretendía recitar en público. El cartelón se realizó sobre un lienzo de hilo basto al óleo muy diluido, los colores eran simples, rojo, ocre y negro con el fin de resaltar al máximo los dibujos (al respecto, algo que yo también pude comprobar; como el cartelón era de un tamaño considerable, hubo de clavarse la tela para poder pintarlo en una pared de las falsas o desván en casa de mi padre en Orihuela donde tuvo su primer estudio, y dado que el tejido era poco tupido, la pintura caló en la pared, pudiéndose observar en ellas pasado los años los dibujos bastante legibles).
(Francisco Díe y Rogel)
Tardaría el pintor un par de semanas en su ejecución, realizándolo a ratos y en muchas ocasiones en compañía de Miguel, recuerda el hijo del pintor que añade:
Los dibujos que reprodujo para la recreación presentada en Orihuela en 1977 eran idénticos en cuanto a medidas, aspecto y estilo. Los números 1- 2-6-7-8-y 10 son los más fieles reproducidos, pero el resto han sido rehechos. El número 1 pertenece al poema Corrida-real, que Miguel Hernández hubiera querido incluirlo en el cartelón. Mi padre comentaría en la época en la que realizara los dibujos (1976) que ahora el cartelón lo hubiera ejecutado de distinta forma, reconociendo que en su trabajo tan sólo se trató de un acercamiento a la obra de Miguel, y por ello, ajustado a criterios muy subjetivos.
El cartelón que Francisco de Díe reprodujo a modo de retablo consistía en un gran panel de material plástico transparente donde se colocaban escrupulosamente ensamblados los 21 dibujos en color realizados con acuarelas sobre cartulina blanca. Estas cartulinas eran de 60 x 50 cm, lo que puede dar una idea de la dimensiones del panel resultante (3.-m x 1,80 m). “En los comentarios de ambas elegías -continúa su hijo- se advierte la gran perspicacia que mi padre tenía. En sus personales reflexiones haría notar en relación a la primera obra poética de su amigo, que éste utilizó la “metáfora imaginativa”, es decir, el empleo de “juego de palabras, el trueque de imágenes, el ocultismo, el hermetismo, la adivinanza,…” porque, según él, resulta un “gran señuelo para la pedantesca iniciación” del poeta. En todo momento reconocería las limitaciones y riesgos que, debido a la metáfora, entrañaba la interpretación plástica de la elegía”.
Por otra parte, es el propio Francisco de Díe quien escribe:
Como muchas personas me han preguntado por el cartel de la Elegía media del toro que algunos biógrafos del gran poeta citan, consideré que sería interesante re-producir aquella obra: y aquí está, claro es que con ciertas diferencias técnicas. Como Miguel Hernández quiso aquella pintura para poder explicar el significado de sus poemas cuando los recitara públicamente, ya que solía componerlos por entonces con abundancia de metáforas y resultaban casi ininteligibles para sus oyentes de aquellos tiempos, yo, y en la memoria de esto, he intentado lo mismo, aunque con las naturales diferencias, ya que aquel trabajo lo realizamos juntos en 1932, y éste lo he rehecho yo solo ahora en 1977, cuando han transcurrido ¡45 años! Estos dibujos están hechos de memoria, recordando aquel cartel romancero que le hice a Miguel Hernández allá por 1932 (creo), y con el cual recitaría en público, y en diferentes localidades, su célebre poema Elegía media del toro.
La ejecución de aquel trabajo se hizo sobre un lienzo de hilo basto y barato, muy utilizado por los pintores humildes de aquellos tiempos, que resultó el más asequible a las condiciones económicas del poeta. Aunque la factura de la obra era como dibujada, se realizó al óleo, y muy diluido, con el fin de que pudiera resistir mejor el trato que habría de darle, enrollándola y desenrollándola con alguna frecuencia. Los colores fueron algo simples, dominando el rojo, el ocre y el negro; sobresaliendo este último por la idea de acentuar el dibujo, cosa que he repetido. Los números 1-2-6-7-8 y 10 los he recordado, poco más o menos, como ahora están; el resto, olvidados por completo, lo he forjado todos de nuevo. No obstante, creo que si Miguel Hernández pudiera verlo así lo aceptaría tal y como lo he hecho, ya que, como me dijo alguna vez, yo, por artista, captaba e interpretaba bien las metáforas. Podrá advertirse que el número 1 no forma parte de la Elegía media del toro sino del poema "Corrida real", que ya estaría componiendo por entonces, pero fue su deseo incluirlo en el cartel.
(Francisco de Díe)
En los apuntes que Francisco de Díe dejó acerca de su amistad con Miguel Hernández, recuerda que esta obra la realizó en su compañía –durante 15 o 20 días, a un par de horas diarias- en el estudio que el pintor tenía en casa de sus padres en Orihuela. El planteamiento de las imágenes se llevó a cabo en su cuarto de trabajo, pero cuando todo estuvo decidido y hubo de preparar el lienzo, subieron a uno de los desvanes de la casa y allí, entre múltiples enredos –que por cierto llenaron de asombro y perplejidad al “poeta cabrero”-, clavaron en el muro la tela y después de encolarla y aprestarla, comenzó la realización de la obra. Y en aquella pared quedaron las huellas que el color dejó en el enlucido, porque el tejido era algo fino y se filtró un poco la pintura.
Tiempo después, el pintor visitaba la casa familiar junto con uno de sus sobrinos porque en aquel momento -hoy ya no- era uno de los pocos sitios de Orihuela donde estuvo Miguel Hernández que se conservaba igual que cuando él vivía. Uno de sus sobrinos que le acompañó a dicha comprobación, se sintió vivamente emocionado al verlo y musitó: “Entonces, tío, ¿aquí estuvo Miguel Hernández?”. Allí fue, y todo estaba igual, porque incluso los enredos en desuso eran casi los mismos, incluso algunas barras de madera para cortinas de entre las cuales se tomaron dos para que sirvieran de soporte al cartel. Reconocía Díe que, pasado el tiempo, de haber tenido que realizar este trabajo por vez primera, no lo habría ejecutado como está, ya que el estilo de su pintura y capacidad posteriores se lo hubieran exigido de otra manera. Y lamenta que, como por aquella época él no había terminado sus estudios en Madrid y se pasaba algunas temporadas fuera de Orihuela, no pudo asistir ni una sola vez a los recitales en los que el cartel fue usado. Confesaba también que, de aquellas entrevistas, sólo le queda el recuerdo de Miguel Hernández como un joven físicamente sorprendente y extraordinariamente comunicativo, sencillo y cordial en su manera de ser.
El pintor insiste en que sus coloquios con el universal poeta versaban por completo desde el primer momento sobre el trabajo que estaban realizando, aunque surgían de vez en cuando temas de toda índole...
Porque ahora recuerdo a un Miguel Hernández que martillea mi memoria de un modo particularísimo. Me está ocurriendo con él como con esas cosas que los psiquiatras sacan de las sombras del fondo de nuestro subconsciente en un psicoanálisis y que resultan de una trascendencia enorme para nuestra manera de pensar y de sentir. Pero, insisto, en la particularidad de cuanto hablamos, opinamos o discutimos sobre las formas plásticas de los dibujos no conservo en la memoria ni la más frágil idea. Así es que no puedo precisar de cuál de los dos era la opinión que prevalecía en lo que realizamos. Por tanto, cuanto ahora ofrezco es fruto absoluto de mi imaginación, para lo cual me he servido de las sugerencias imaginativas, intelectuales, poéticas, etc., que señalo en cada una de las imágenes.
Y concluye Francisco de Díe:
Posiblemente, en la idea de Miguel Hernández de utilizar un cartel con dibujos para hacer más comprensible las metáforas de sus poemas no habría más que la intención –lógicamente vanidosa en aquella su edad y condición social- que hacer palpablemente, metiendo por los ojos. Que cuanto ya escribía –y que era puesto muy en tela de credulidad por ser quien era- tenía más sólidos fundamentos de los que sus paisanos pudieran imaginar.
Bibliografía
Francisco de Díe, Miguel Hernández y yo, Orihuela, Fundación Cultural Miguel Hernández, 2010.
Salvador Arias Nieto, El Siglo de Oro de la Poesía Taurina.
Antología de la poesía española del siglo XX, Santander, Consejería de Turismo, Cultura y Deporte-Gobierno de Cantabria, 2009.