Hace unos días se estrenó la nueva novela de Juan Viale Rigo, su cuarta obra literaria y la segunda con la que hace un aporte al movimiento naturalista venezolano. Una historia cruda donde se habla de la relación entre la inmigración y la depresión en la juventud. Un tópico que no es mencionado a menudo dentro del país, debido al negacionismo que existe en los medios de comunicación sobre la existencia del éxodo migratorio, y por la creencia errónea de que somos uno de los países más felices del mundo. Sí, aún sigue rondando sobre nuestra sociedad aquella afirmación del Guinness World Récords. Actualmente, sería interesante saber dónde nos encontramos en ese récord; el problema es que no existen cifras ni interés en saberlo, sin embargo, la nueva novela de Viale Rigo es un importante abrebocas para conocer las realidades individuales de los inmigrantes y su paso furtivo por la depresión.

Luego de varios años, el éxodo migratorio venezolano dejó de ser alarmante para el mundo, pasando a ser una realidad más del panorama político global. Un tema que ya no asombra, al menos no se escucha tanto como en el pasado, lo que me lleva a decir que comienza a pasar desapercibido. El problema es que a medida que se deja de lado, menos se habla sobre las consecuencias individuales que deja la inmigración sobre la salud mental de los jóvenes venezolanos. Seamos honestos, la inmigración por motivos políticos es un caldo de cultivo para diversos trastornos, en especial, para quienes carecen de las herramientas necesarias para afrontarlos. Poco se menciona, pero ese instinto de supervivencia que se ven forzados a adoptar muchos jóvenes es una consecuencia del estado de vulnerabilidad tan delicado al que se enfrentan muchos venezolanos al emigrar. El mejor ejemplo lo vemos en los caminantes, quienes atraviesan fronteras con un par de zapatos viejos y un morral cargado de enseres.

Algo que debo destacar de El apartamento es la facilidad con la que nos presenta el abismo infinito que representa la depresión; llevando a su personaje principal a una precariedad que muchas veces es desconocida para la sociedad, pero que está ahí, transcurriendo en el silencio cómplice de cuatro paredes. Una dimensión oculta para quienes solo vemos sonrisas en las calles, sin saber la magnitud del infierno que se vive en casa, una premisa que desarrolla muy bien el autor al usar la Isla de Tenerife como un escenario contrastante entre el eterno verano y la depresión de un inmigrante. Un retrato muy bien logrado de la depresión en la inmigración: rezagada y muchas veces dejada de lado por los diversos actores que trabajan en pro del bienestar del migrante; ONG, sanidad pública y activistas de derechos humanos.

Ramsés es el nombre del protagonista de la novela, una imagen literaria que parece un retrato hablado de una realidad silente. El personaje es tan real como su entorno: una paradisíaca isla perteneciente a las Islas Canarias donde la sobreexplotación de los recursos naturales en favor del turismo y las trabas legales para estabilizarse en el país europeo son el pan de cada día del migrante. Algo que no se puede dejar pasar por alto al comparar esta realidad tan remota de nuestros países suramericanos, si esta es la realidad en un país europeo, entonces qué quedará para nuestros países. Al final nos queda la incógnita: ¿Qué capacidad tienen nuestros países para tratar problemas de salud mental?

No conozco la realidad del joven venezolano promedio, pero creo que esta obra me ayuda a comprender con gran facilidad una descripción generalizada de un problema de grandes dimensiones. Los años pasan, siguen escapando compatriotas venezolanos del régimen de Maduro, y lo más importante, sus retratos siguen sin envejecer en las publicaciones que comparten sus amigos en cada cumpleaños que pasan en la soledad del exilio. El tiempo pasa rápido sin fecha de retorno, lo que hace menester proporcionar las herramientas correctas, para que esos mismos compatriotas logren adaptarse a sus nuevos hogares, mientras sigamos ignorando que hay una relación entre la salud mental y la inmigración venezolana, seguiremos siendo esos seres irrealizados que van deambulando de país en país buscar un lugar al que pertenecer. Acarreando traumas, persiguiendo sueños.

¿Podrán reencontrarse algún día con sus familias todos esos inmigrantes? Ahora mismo es una realidad incierta que escapa de nuestras manos. La vida sigue, los años pasan y los jóvenes siguen sin las herramientas necesarias para conseguir adaptarse a la normalidad de los países a los que emigran. Si algo aprendí de El apartamento es que se puede tener todo lo necesario y a la vez no tener nada, cuando no se cuenta con salud mental.