Una de las mayores razones (yo diría que quizás la mayor de todas) por las que el catolicismo -y todas las religiones que derivaron de él: protestantismo, evangelismo, etcétera- tuvo éxito es por el hecho de que, desde un inicio, estableció la política eclesiástica del perdón de los pecados; eso sí, a través de la autoridad de la iglesia y sólo mediante uno de sus representantes (cura, párroco, pastor, entre otros) quien, con la supuesta autoridad de dios que le da iglesia, es el único capaz de dar la absolución a los fieles de la congregación. Y por supuesto, para que el perdón de los pecados sea efectivo, el pecador debe dar una contribución monetaria, para que “dios” y la iglesia la “validen” el “perdón de los pecados”. Sin mencionar que, entre más generosa sea esa “contribución”, más “generoso” será dios con su “perdón”. Incluso hasta podría llegar a “bendecirte” si tu contribución fuese “magnánima”.
Pero para mí, lo más interesante de este concepto político-religioso de perdón a cambio de una contribución a las autoridades que “representan a dios en la tierra” es que el arrepentimiento de los pecados pasó a segundo plano. Ya no hace falta arrepentirse, aunque “en teoría” así te lo exijan. Si te “confesaste” y te dieron la “absolución” de tus pecados, ¡puedes volver a pecar! Y ¡nuevamente serás perdonado! Lo único que tienes que hacer es ¡nuevamente pagar por tu absolución! ¡Bendita sea!, ¡aleluya!
Si notan algo de cinismo en mis palabras es porque así es, hay pocas cosas que odio, las dos primeras son el engaño y la manipulación; es decir, que se aprovechen de la gente en base a sus creencias, políticas, ideológicas o religiosas. En ese sentido, es un engaño político-ideológico el hacerle creer a los feligreses que sus pecados les serán absueltos, sin más ni más que, un voto de devoción y aceptación; eso por no decir de subordinación a la autoridad de la iglesia o congregación. Eso es como decir “tus pecados serán redimidos y tus deseos serán concedidos, pero sólo si votas por nuestro partido religioso y eliges a nuestros políticos eclesiásticos como tus líderes y verdaderos gobernantes”.
La propia Biblia Católica confirma eso:
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.
(Hechos de los Apóstoles 17:24-25)
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
(Mateo 7:7-11)
Entonces si la propia Biblia confirma que no es necesario acudir a un templo para encontrar a Dios y no es necesario pedir para recibir. ¿Dónde queda la necesidad de acudir al clero o la iglesia para pedir el perdón de los pecados? Basta con el arrepentimiento sincero y personal en confesión personal con Dios. Porque Dios no necesita intermediarios.
Y es que, a propósito de arrepentimiento sincero y personal, otras dos cosas que odio son la soberbia y la hipocresía. Quien diga que ir a confesarse y pedir la absolución de sus pecados para luego volver a cometerlos o cometer otros nuevos no es hipocresía, es un absoluto hipócrita. Nunca tuvo la intención de arrepentirse sinceramente. Solo de fingir que lo hacía para quedar bien ante la vista y la opinión de los demás. En los tiempos de Jesús los llamaban fariseos. Y en relación con la soberbia, el soberbio se describe como una persona con un excesivo deseo y pretensión de autosuficiencia y autoexaltación. En términos bíblicos “el soberbio es la persona que no reconoce su dependencia como criatura de su Creador, ni la mutua dependencia con sus semejantes”.
Desde mi particular punto de vista, el soberbio es la persona que cree que puede comprar cualquier cosa en el mundo con dinero y si no lo consigue con poder o a la fuerza. De ahí que no vea a los demás como sus semejantes. De ahí también que piense que puede sobornar incluso a Dios. Más bien, o mejor dicho que, a través del soborno a quienes se dicen los representantes de dios en la Tierra, puede sobornar al mismísimo Dios. Ya que no considera ni a esos representantes, ni a Dios, sus iguales y por eso cree que puede comprar su beneplácito con sobornos.