El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en Argentina, cumplió 66 años ininterrumpidos de trabajo. Entre sus méritos cabe destacar que se ha convertido en la institución científico-tecnológica más prestigiosa de América Latina, rankeada en el puesto 22 entre 1747 instituciones de índole estatal, y en el puesto 197 entre 8433 instituciones/empresas científico-tecnológicas de todo el mundo. Su prestigio es ampliamente reconocido a nivel global, abarcando una gran variedad de temáticas de investigación y tecnología de punta en las que se destaca. Algunos de sus miembros son los científicos más premiados en su área de trabajo, como el caso de la Dra. Sandra Díaz (integrante del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, distinguido con el premio Nobel en 2007, miembro de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, y una de las investigadoras más citadas según la revista Nature), o el Dr. Gabriel Rabinovich, que libera los estudios de inmunoterapia contra el cáncer, siendo una referencia para todos los grupos de investigación que abordan estas temática a nivel global.

A pesar de todos estos laureles, el camino de consolidación del CONICET como referente mundial de la investigación del más alto nivel no fue fácil, debió afrontar dictaduras que condicionaron sus líneas de investigación e hicieron desaparecer a varios de sus trabajadores, así como brutales recortes presupuestarios que lo dejaron al borde de su extinción, como ocurrió en los gobiernos neoliberales de la década de 1990. Sin embargo, a partir del gobierno de Néstor Kirchner (entre 2003 y 2007) el CONICET fue nuevamente jerarquizado, invirtiendo el Estado Nacional los recursos necesarios para incorporar nuevos investigadores y que estos pudieran desarrollar sus tareas. Desde entonces, aún con altibajos, el CONICET siguió creciendo hasta convertirse en la prestigiosa institución que es hoy. Cuesta creer en ese contexto que hoy su destino sea incierto, a partir del ingreso de un nuevo gobierno ultraconservador.

El actual presidente de Argentina, Javier Milei, prometió durante su campaña electoral eliminar el CONICET1. Si bien una vez ganadas las elecciones se desdijo, lo cierto es que lo incluyó entre los organismos del Estado propensos a ser privatizados, congeló su presupuesto para su funcionamiento y eliminó personal2. Hoy el CONICET se encuentra a la deriva, sus actuales autoridades han decidido suspender los anuncios programados de ingresos, promociones y becas (el primer y esencial escalón para la formación de los futuros investigadores), y el presidente designado, quién dice que “el CONICET debe ser rentable”3 hasta el momento no se ha manifestado sobre los planes del gobierno en lo inmediato.

La situación del CONICET es muy preocupante, no solo para los miles de trabajadores que posee en diversos institutos a lo largo y ancho del país (una política de federalización que fue sostenida en los últimos años), sino, y sobre todo, para el desarrollo del país. Los países del denominado primer mundo invierten entre un 3 y 4% de su PBI en ciencia y técnica, ya que reconocen la importancia vital que tienen para su desarrollo, mientras que, en Argentina, a pesar de los logros que ha demostrado el CONICET, solo se invierte el 0,31%4.

A pesar de ser uno de los pocos organismos públicos reconocidos de Argentina, lamentablemente existe poco conocimiento sobre su importancia estratégica y el rol que cumple en la sociedad. En el CONICET se desarrollan desde vacunas hasta programas aeroespaciales, y se abordan la mayoría de las grandes problemáticas del país y el mundo, desde la pobreza a la degradación ambiental, pasando por la producción de alimentos y el diseño de ciudades sustentables. Es tan amplio el espectro de temáticas que prácticamente no existen áreas de conocimiento en las que no se produzcan aportes sustanciales. Parte de la falta de valorización del CONICET (que explicaría porqué la mayoría de los argentinos haya votado una propuesta de gobierno que incluía su eliminación), se debe a la des-conexión que hay entre este organismo del Estado y el grueso de la población.

Si bien el CONICET es reconocido cuando produce logros palpables para el bienestar de las personas (como fue el desarrollo de barbijos de alta protección durante la pandemia de COVID19), aún es mucho lo que se debe trabajar a nivel institucional y comunicacional para que se comprenda cabalmente la importancia que tiene mantener esta institución, en la que muchas veces sus investigadores deben trabajar por décadas hasta obtener resultados que se plasmen en una aporte significativo para la sociedad (como es el caso de la producción de medicamentos y nuevas terapias para el abordaje de enfermedades graves). Parte de la estratégica del actual gobierno para justificar su ataque al CONICET se basó en menospreciar algunas de sus investigaciones, sobre todo de área de las ciencias sociales, demostrando así su desconocimiento y desprecio por el aporte fundamental que estas tienen para el bienestar comunitario.

Por su parte, el intento de privatizar el CONICET no haría más que pauperizar su calidad científica, ya que al “mercado” solo le interesan unos pocos temas de la amplia variedad de investigaciones que actualmente se están llevando a cabo, por un lado, y por el otro porque la búsqueda de rentabilidad atenta contra los necesarios tiempos para la producción de conocimientos. Por ello no se puede aceptar ni su paralización, ni los recortes que se están realizando, ni el intento de pasar a manos privadas al CONICET, ya que ello significaría lisa y llanamente lo desaparición como tal. Por suerte, la resistencia tanto de sus trabajadores como de un amplio espectro de la sociedad están, por el momento, frenando los “cambios” pretendidos por el actual gobierno, pero el futuro inmediato sigue siendo incierto, poniendo en riesgo décadas de construcción y crecimiento de un pilar fundamental de la ciencia y técnica para el país y el mundo.

Frenar el desarrollo de la producción científica y técnica de Argentina solo puede ser concebida desde una lógica miope que lo ve como un gasto, a la que no le interesa el beneficio que ello provoca para el conjunto de la sociedad. Como dijera el Dr. Bernardo Houssay, uno de los primeros presidentes del CONICET y premio Nobel de Medicina: “La ciencia no es cara; cara es la ignorancia”.

Notas

1 “Javier Milei prometió eliminar el CONICET si gana la presidencia”. Ámbito.
2 “Conicet: investigadores advierten por el ataque de Milei a la ciencia y la tecnología”. Página12.
3 “'Es importante que la ciencia sea rentable': la visión del futuro presidente del Conicet”. Clarín.
4 “El rol de la ciencia y la tecnología en el desarrollo de un país soberano”. CONICET.