Si la naturaleza, o Dios para los creyentes, no hubiera inventado los sexos, no habría seres humanos como existen hoy.

Charles Darwin definió la evolución como la descendencia con modificación. Desde entonces sabemos que los genes que aparecieron en la antigüedad remota en el planeta Tierra, el ADN y el ARN creadores de todos los seres, comenzando con las primeras células como bacterias, algas, plantas y animales primigenios, “recibieron una orden”: creced y multiplicaos. Esa era una condición sine qua non, es decir, sin eso no hay evolución. Era una condición indispensable para que se dieran y aparecieran todas las especies que han poblado nuestro mundo y, millones de años después, el ser humano.

Nuestras células humanas contienen en su núcleo el ADN que da origen a los 46 cromosomas que tienen todas ellas (excepto los glóbulos rojos, que no tienen). Además recordemos que las células del ovario solamente contienen 23 cromosomas y el espermatozoide, otros 23. Por eso, cuando en la fecundación estos se juntan y entremezclan, aparece ya el óvulo fecundado con 46 cromosomas, que contienen en su interior unos 20 mil genes, dando lugar a un nuevo ser humano con gerencia de los dos. Biológicamente, los humanos se dividen en machos y hembras, según los cromosomas que posean (XX, hembra, o XY, macho).

Pero si hablamos de mujeres y hombres, estos dominan categorías sociales, no exclusivamente biológicas, y caen lo que se llama género, que es una categoría cultural. El sexo, pues, se divide en machos y hembras. Esta es una categoría biológica y las cualidades de esta división han permanecido constantes a través de cientos de siglos.

Parece comprobado el papel fundamental de la conducta innata de la sexualidad en la antigüedad remota, en cuanto a la atracción de los sexos, entre muchos animales inferiores y sobre todo en los superiores, incluyendo los prehumanos y hasta los Homo sapiens, para que se juntaran a convivir un macho y una hembra con el fin de procrear descendientes y conservar así la especie, siguiendo la ley fundamental dictada por los genes. De lo contrario, no existiría la especie humana como la conocemos hoy.

Ayudó en la conservación posterior de la unión hembra-macho, o mujer y hombre, el nacimiento de los hijos. Otro factor muy importante es que, a mayor reproducción, más posibilidad de supervivencia de la especie. Influyen en lo anterior los llamados genes egoístas, reproductivos y altruistas, para influenciar en especial a la madre en cuanto a cuidar y proteger al niño desde que nace, alimentarlo y ayudar a su desarrollo. A su vez, esta proporciona parte de su cuerpo, su matriz y placenta, como medio para que el embrión y luego el feto logre alimentarse, crecer y protegerse por 9 meses. Este papel es crucial e indispensable para el nacimiento de un ser humano. Se observa que el papel de la hembra o mujer es fundamental para la supervivencia del nuevo ser.

Tanto la madre como el niño están sometidos a influencias hormonales especiales, y de otro tipo, recíprocas durante todo el embarazo, que condicionan a la mujer embarazada a aceptar dicho evento y prepararse para proteger a su hijo desde antes de que nace hasta mucho después. Está probado que el cerebro de la mujer embarazada cambia en diversos sitios, algo que se aprecia cuando se realizan resonancias magnéticas y TAC de los cerebros durante el embarazo y hasta dos años después. Todo ello como consecuencia de las hormonas sexuales, la oxitocina y otras más.

Además, en la conservación de la unión hombre-mujer, es posible que tuviera un papel eso que llaman “atracción sexual no biológica”, que con el tiempo se llamó erotismo, o capacidad de una persona de experimentar y dar respuestas a los estímulos que ocasionan el deseo, la atracción y la excitación sexual. Quizás, con algunos otros agregados, eso califica como “amor”, para que finalmente formaran una familia.

Todo esto pasaba en tiempos cuando no había Iglesia, ni sociedad, ni preceptos religiosos o leyes que aconsejaran esta unión para formar una convivencia entre el hombre y la mujer, luego calificada como matrimonio, desde hace más de 4 mil años en los códigos de leyes, como el de Hammurabi de la sociedad sumeria. Este término, matrimonio, se siguió usando para esa unión hasta el presente, y ahora incluso se acepta para la unión de convivencia. En Costa Rica, en el año 2018, la Corte Interamericana de Derechos Humanos aceptó como matrimonio la unión de dos personas del mismo sexo. Por todo lo anterior, ahora se dice que la sexualidad humana es un proceso biológico-social, influido por el tipo de relaciones entre las personas, incluyendo el deseo y la atracción sexual.

La sexualidad humana

Preocupa mucho saber que muchas Iglesias, religiones y credos, que incluso tienen el Antiguo Testamento como fundamento de sus creencias, se opongan o rechacen la sexualidad humana, siendo que en la Biblia, en el libro Cantares, sobre el amor, se haga una apología sobre el amor y la sexualidad del hombre y la mujer.

Al escuchar hablar de sexualidad, mucha gente la interpreta como solamente el conjunto de fenómeno relativos al “instinto sexual y a su satisfacción”. La realidad es que eso es una parte clave y muy importante de algo que es más complejo, pues, además de formar parte de la sexualidad el conjunto de órganos (ovarios, vulva y vagina o testículos y pene), también están los procesos que actúan para que el instinto sexual se exprese. Para que se den pensamientos y acciones sexuales como los que tiene la mayoría de las personas, se requiere la integración del eje corteza cerebral (razonamiento) con el sistema límbico (emociones-pasiones), hipotálamo-hipófisis. También es importante para que se produzcan ahí las hormonas estimulantes, para que se activen y funcionen adecuadamente los ovarios y los testículos, y a su vez estos produzcan las hormonas feminizantes, como los estrógenos y la progesterona, en la mujer, o las masculinizantes, como la testosterona en el hombre, en oportunidad y cantidad adecuadas.

Más que solo hormonas

Visto así, el sexo constituye una característica biológica que define a las hembras y los machos. Es importante, e influye para que la función sexual se cumpla adecuadamente, que existan los órganos sexuales propios de una mujer o un hombre y que “la mente” (el cerebro funcionando), bajo diversos estímulos (internos) neurobiológicos y (externos) factores del ambiente, actúe sobre el embrión y el feto antes de nacer e incluso después. En el primer mes del desarrollo embrionario no hay genitales, ni testículos ni ovarios, solo las llamadas gónadas, que ya comienzan a producir hormonas, ya sea estrógenos o testosterona, según sea niña o niño. Entonces se comienzan a formar, a partir del segundo mes, los ovarios o los testículos y para el tercer mes, los órganos femeninos o masculinos.

Los ovarios producen estrógenos y progesterona en la hembra (mujer) y los testículos, testosterona en el macho (hombre). En la hembra dan lugar a la vulva, la vagina y la matriz y en el macho, al pene, los testículos, la próstata y las vesículas seminales. Durante toda su vida como embrión y feto, tanto el varón como la hembra están bajo el influjo de las hormonas, testosterona el primero y estrógenos y progesterona la segunda.

Durante siglos se aceptó que la sexualidad humana, al igual que en los animales, era instintiva. Como ya vimos, de hecho, este aspecto fue y continúa siendo fundamental para la conservación de la especie humana, sin embargo, ahora se señala que la sexualidad abarca múltiples dimensiones del ser humano y aparte de su sexo natural, se acepta su identidad y orientación sexual efectiva, sus pensamientos y emociones y sobre todo la capacidad de poder expresarse sexualmente en forma libre.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que la sexualidad humana engloba una serie de condiciones culturales, sociales, anatómicas, fisiológicas, emocionales, afectivas y de conducta relacionadas con el sexo y que forman parte de lo que somos desde antes de nacer a través de la vida y hasta que morimos. Abarca, pues, al sexo, la reproducción, la identidad sexual, roles de género, el erotismo, la orientación sexual y la identidad que se tenga y está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales (educación, economía, políticos, religiosos, etc.).

La sexualidad a que da lugar este sistema puede verse alterada desde el embrión, si las gónadas o sus genes XY o XX, según sea el niño hembra o macho, desde el primer mes del desarrollo en el útero, son lesionados o modificada su acción por algo, como una infección viral, radiaciones, sustancias químicas, el licor, factores epigenéticos o algún otro factor interno, o externo, etc., dando lugar a cambios en la producción hormonal, en el desarrollo de los órganos sexuales o de su función, o posteriormente, después de nacido, cuando el niño está adquiriendo conocimientos de su género correspondiente, o debido a problemas psicológicos o emocionales causados en su hogar, escuela, colegio, etc. Debemos señalar que, de acuerdo con algunos expertos de este campo, la sexualidad es aún un área de investigación y estudio, pues algunos aspectos biológicos en el campo de los genes, la bioquímica y las hormonas están siendo aún valorados.

¿Y la homosexualidad?

A propósito de género, que anteriormente se dividía entre hombres y mujeres, ahora se aceptan otras categorías, como “transgénero”, o sea, la persona que al nacer, por sus genitales, se le asignó su correspondencia a un género, pero no se identifica con eso, sino con el opuesto, o incluso con ninguno. Parte de la sociedad contemporánea está aceptando que las cualidades masculina y femenina “experimentan cambios” y que por motivos personales estas pueden modificarse. Así es como surge el reconocimiento social actual para la homosexualidad y el lesbianismo, los bisexuales, los transexuales, etc., denominados como grupo o personas LGTBI.

Recordemos que la homosexualidad se da incluso entre insectos y otros animales, incluyendo los mamíferos. Los monos bonobos son un ejemplo de esto, ya que tienen relaciones sexuales no solamente cuando la hembra es fértil, como los otros monos, sino todo el tiempo, macho-hembra, macho-macho o hembra-hembra.

Los estudios científicos de la genética sexual realizados hasta el presente no han demostrado que exista un gen que cause la homosexualidad. Se acepta que algunas variaciones o marcadores genéticos explican solo una pequeña parte del comportamiento sexual entre personas de un mismo sexo, por lo que no es posible predecir una conducta sexual atendiendo solo a esas variaciones en los genes. Sin embargo, se acepta que miles de variantes genéticas distribuidas por todo el genoma humano y sus efectos combinados pueden influenciar importantes cambios y contribuir a modificaciones en la conducta sexual ayudadas con algunas formas de actuar socialmente.

En el mayor estudio realizado, en casi medio millón de personas de ambos sexos, Andrea Ganna, de la Universidad de Harvard de los Estados Unidos, confirma que no existe un gen de la homosexualidad. Las variantes genéticas halladas en esta muestra explican solo una pequeña parte de este comportamiento sexual, poniendo de manifiesto la complejidad de la sexualidad humana. En este estudio, solamente el 4% de los hombres y el 2,8% de las mujeres afirmaron haber tenido relaciones homosexuales. Los investigadores compararon la información proporcionada por 477.522 personas sobre su inclinación sexual, comparada con millones de marcadores del ADN de sus respectivos genomas.

Es importante recordar que la diferencia sexual entre una hembra y un macho (el ser femenino y el ser masculino, entre los humanos) no fue solamente un mecanismo reproductivo de la especie humana para trasmitir la herencia genética a los hijos, sino también una forma para mejor adaptarse al ambiente, gracias a la diversidad genética a que daba lugar. Los genes diferentes aportados por cada sexo permiten soportar mejor los factores negativos del ambiente, que puede lesionar un gen del par de genes iguales, llamados alelos, que tienen todos los cromosomas, pero el heredado del otro padre funciona y evita la aparición de una falla o enfermedad.

Repito, la “diferencia sexual” fue uno de los más grandes avances biológicos en la naturaleza y en el caso del ser humano no se logró por imposición sociales o religiosas. Lo normal, pues, desde el punto de vista evolutivo y biológico, es que la sexualidad se exprese para que una hembra y un macho sean atraídos hasta llegar al acto sexual para tener descendientes y así preservar la especie humana. Sin embargo, consideramos que el derecho a la libertad sexual es un derecho humano, y por eso, la sociedad como un todo y especialmente las familias deben respetar la identidad sexual de cada persona, o sea, cómo cada individuo se identifica, independientemente de su sexo biológico: heterosexual, homosexual, bisexual, etc.

Es importante aclarar que, si bien los hombres y las mujeres difieren genéticamente, anatómicamente y en cuanto a fisiología, y aunque la mente de la mujer también difiere de la del hombre, en cuanto a inteligencia, ambos son iguales, solo con algunas diferencias. La más importante: el papel de madre que la naturaleza le dio a la hembra.

Biografía

Ganna, Andrea et al. (2019). “Large scale GWAS reveals insights into the genetic architectore of same-sex sexual behavior”. Science. 29/8/2019.
Jaramillo Antillón, Juan (1997). ¿El sexo débil de la mujer? San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica.
Organización Mundial de la Salud (2006). Defining sexual health Report of technical consultation on sexual health. Ginebra: OMS, pp. 28-31.
Valente, S., Pellegrino, J. A. y Tatti, S. (2021). “Sexualidad y salud sexual”. Revista de la Asociación Médica Argentina, 2/2021, pp. 9-14. Buenos Aires: Asociación Médica Argentina.