Conocida en otra época como la capital más cosmopolita de Oriente Medio, Beirut, esa perla que aún irradia una luz diamantina, espléndido fulgor del mediodía, recogía y proyectaba en sus balcones el ímpetu que experimenta la vida cuando la paz y el comercio señoreaban el mar de su sonrisa. Confiada y alegre, la ciudad se entregaba a toda clase de goces, y sus calles y plazas no invitaban sino a esparcir y celebrar los conocidos versos de Kavafis:
Nada me retuvo. Me liberé y fui
hacia placeres que estaban
tanto en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte, como
sólo los audaces beben el placer.
¡Cuán ajeno fue ese tiempo del poema a la espada, al incendio cincelado de la guerra! A los preparativos de un conflicto que, larvado, estallaría años después. Nadie, entonces, podía sospechar que a partir de 1975 daría comienzo una contienda en la que palestinos, grupos izquierdistas, cristianos, musulmanes, falangistas, combatirían entre sí por cada centímetro de tierra en todo el país y en la ciudad que les había servido de solar común. Nadie, desde luego; salvo algunos periodistas y observadores que, sobre el terreno, contaban con la experiencia y la sensibilidad necesarias para sentir crecer, bajo la hierba, las semillas del odio y la discordia civil.
Uno de esos informadores no fue otro que el veterano periodista español Tomás Alcoverro, quien, a lo largo de cincuenta años, con más de diez mil artículos y reportajes publicados, nos dio cumplida noticia del complejo panorama político y social que se desarrollaba ante nuestros ojos en Oriente Medio, y, muy particularmente, en Beirut.
Ahora, con todo el peso de la historia ya vivida, el periodista Plàcid García-Planas y Tomás Alcoverro nos ofrecen una evocación de ese período en un diálogo que, recogido en un volumen, ha publicado Ediciones Carena, de Barcelona.
En efecto, en Todo por decir y siguiendo el curso de sus recuerdos bajo la dirección de las preguntas introducidas por García-Planas, ese maestro de periodistas que sigue siendo Alcoverro desgrana el núcleo fundamental de sus vivencias, deseos y sueños, los cuales, en el texto, toman forma cuando al principio de su estancia en Beirut, hace ya medio siglo, alguien puso en sus manos un Kalashnikov y le hizo una fotografía en el balcón de su casa. Como si de una travesura se tratara. Nadie, en ese momento, pensaba que aquel conflicto duraría lo que duró:
La guerra comienza y todo el mundo piensa que será algo que va a durar pocos días, una semana. La gente creía que la guerra se contaba por rounds, como los combates de boxeo. A nadie se le ocurrió que aquello duraría quince años.
(Tomás Alcoverro, Todo por decir, p.19)
No obstante, ese Kalashnikov sería el símbolo que mejor definiría la naturaleza de aquel conflicto, en el que todos luchaban contra todos en todas partes. Mas, a pesar de la violencia desatada, aun en el epicentro de la misma, la vida tomaría un curso tan vertiginoso que la furia conviviría con la sensualidad. Así, al menos, nos lo transmite Alcoverro en su relato:
La sensualidad no quita poder ni tiempo a la violencia. Más bien a la inversa: la sensualidad se hace aún más poderosa cuando convive con la violencia. La violencia es una especie de estímulo para llegar al otro lado.
(Tomás Alcoverro, Todo por decir, p.22)
Así fue. Así es: Beirut, aun a pesar de la desgracia desencadenada por los horrores de la guerra, durante ese largo período de su historia, fue una ciudad en la que se celebraban grandes fiestas, en la que la gente acudía a la playa mientras se libraban feroces combates en las proximidades de la misma, en la que la vida no tenía ni tiene más salida que la de seguir su propio curso hasta acabarse en no importa qué orilla. Los balcones de la ciudad fueron uno de los muchos testimonios de esa doble realidad: vida y muerte en un estallido sin fin. Donde el amor y la sensualidad, el gusto por el lujo o el ingenio que vence en cualquier esquina a la precariedad y la miseria, conviven en una amalgama inextricable. Bien lo sabe este decano de los corresponsales en Oriente Medio, para quien esa ciudad…
…significa, a pesar de todo lo que sucede a este país, poder recibir cada día una ducha de vitalismo y de alegría.
(Tomás Alcoverro, Todo por decir, p.61)
La misma cascada de vitalismo y alegría que rezuma este libro al explorar las principales vicisitudes del oficio periodístico, los momentos más intensos de su trayectoria, la angustia o el miedo por la propia suerte bajo el volcán ardiente del fuego cruzado en la batalla, o la ternura y la bondad que despliega esa fotografía que, a sus ochenta años, en el mismo balcón de la ciudad amada, Tomás Alcoverro, allí donde empuñara un fusil de asalto Kalashnikov, riega ahora los geranios del balcón.
Y haciendo más caso que nunca a los cuatro mil libros que tengo en mi casa.
(Tomás Alcoverro, Todo por decir, p.175)
Así termina esta crónica, este solo a dos voces que interpretan Plàcid García-Planas y Tomás Alcoverro en Todo por decir, magnífica relación de la memoria donde, entre otros, se cruzan los nombres de Josep Pla y García Márquez con los de Josep Tarradellas y Cristóbal Tamayo, el París de 1968 con las ciudades de El Cairo y Teherán, el entierro de Nasser y el regreso de Jomeini con el Arafat de Septiembre Negro. Todo un pasaje de la memoria que desemboca, como centro de la misma, «junto al más viejo mar del mundo», en Luna de Beirut, ese entrañable poema que escribiera Joan Margarit dedicado a Tomás Alcoverro y a la ciudad que hizo posible semejante aventura.