La palabra es el espejo de la acción.
(Solón, uno de los siete sabios de Grecia)
El pasaje más elogioso de la democracia ateniense a fines del siglo V antes de Cristo es el discurso de loor de los muertos pronunciado por Pericles, siguiendo la redacción de Tucídides el año 400 en su Historia de la Guerra del Peloponeso; aunque la obra no cubre los 27 años que duró la guerra, concluida con la rendición de Atenas. Las principales ideas expresadas en dicho discurso son las siguientes.
El texto tiene una orientación emotiva de honra a quienes se enterrarán, después de haber ofrendado sus vidas en el enfrentamiento de Atenas contra Esparta en la guerra de griegos contra griegos. Es un homenaje cargado de subjetividad y reconocimiento, con el propósito de inmortalizar el sacrificio colectivo por un sistema político, cultural y filosófico opuesto al lacedemonio. Tucídides escribió el discurso al final de la guerra, idealizando la democracia ateniense, constituyendo el primer texto entre otros, emitidos durante los más de cinco lustros que duró el conflicto consumado con la victoria de Esparta.
Es evidente el propósito político de comprometer a los atenienses en participar en la guerra, superando los temores y enfatizando su sentido profundo. Morir por la polis significaría preservar el poder de Atenas con la administración rotativa encargada a los ciudadanos y dar sustento indefinido a la libertad como principal e incomparable baluarte. Las exequias ennoblecerían a quienes lucharon por la felicidad y el bien común, presentándolos como los paladines del imperio de las leyes que habrían sido discutidas previamente siendo cumplidas por convicción. Elogiar a los propios muertos por su virtud y valentía, contrastaba con la representación del enemigo espartano, concebido como manifestación del condicionamiento individual y de la amplificación de la sociedad castrense. Los soldados de Esparta habrían sido defensores de un sistema oligárquico que minimizó la creación cultural, focalizó los bienes en los valores de la guerra, preservó la estructura basada en la esclavitud masiva para disponer de productos agrícolas y legalizó el asesinato ocasional de los ilotas.
Pero, pese a relevar la razón y la planificación para enfrentar al primer ejército profesional de la historia de la humanidad -el espartano- el año 430 a. C., segundo año de la Guerra del Peloponeso; los atenienses fueron asolados por la peste que incluso se cobró la vida de Pericles. Quedaron afectadas la virtud, la valentía y la prudencia de los ciudadanos, su osadía y temple moral y espiritual; además de la industria y la cultura ateniense clásica que hicieron de la polis, la líder de la Liga de Delos, precipitándose intempestivamente la anomia y el dominio político de los treinta tiranos impuestos por Esparta para que gobiernen Atenas.
El contenido duro de la democracia ateniense se cristalizó en la ekklesía (έκκλησία) órgano creado por Solón el año 594 a. C. y que se concibe como el medio óptimo para consumar la democracia directa. Pero, una interpretación crítica muy razonable al respecto, la de Robert Dahl en su libro La democracia y sus críticos1, difiere de tal perspectiva. El politólogo norteamericano, fallecido hace diez años, argumentó que no cabría concebir el sistema político ateniense de modo irreflexivo, concretamente, sobre la intervención del pueblo en las deliberaciones. En síntesis, que se pretenda presentar a la democracia directa como superior a la democracia representativa, sería una falacia. Querer mostrarla como un escenario político sin restricciones, donde todos los ciudadanos de Atenas participarían activamente, cumpliendo solo los requisitos de tener 18 años y haber efectuado dos años de servicio militar, sería un error. Gracias a las reformas de Solón, incluso encomiando la intervención de los ciudadanos de la cuarta, más baja y mayoritaria categoría social –los tetes que eran trabajadores libres pobres, sin tierra, que laburaban para su subsistencia y que no podían ser elegidos en la ekklesía para cargos públicos- la participación ciudadana no se habría dado con deliberaciones entre todos los asistentes a las asambleas.
Materialmente, no sería posible la participación universal y plena de todos los ciudadanos en la supuesta deliberación irrestricta, equitativa e igualitaria, intercambiando ideas en un escenario de intervención directa, preservando los derechos democráticos de cada ciudadano para plantear, discutir y resolver los asuntos públicos. Robert Dahl caracteriza la democracia ateniense no como directa, sino como una forma histórica delegada; es decir, una variante del sistema representativo. Con argumentos persuasivos, el escritor analiza los datos de la cantidad de ciudadanos que, según decisión propia y libre, asistirían a la ekklesía, tomarían la palabra por escasos minutos y tendrían la posibilidad de argumentar y contraargumentar respecto de las posiciones que se verterían sobre cada temática en discusión. Al respecto, efectuar puntualizaciones históricas sobre la realidad de la democracia en Atenas y de la asamblea, incluso sobre los procedimientos jurídicos como la condena de Sócrates, se constituyen en labores intelectuales sustantivas, tanto más cuanto es más apropiado, comprender el origen y el devenir político de Occidente en lo que respecta a la democracia y a la administración de la justicia.
El año 594 a. C., Solón, habiendo sido uno de los tres arcontes de Atenas, promulgó una nueva Constitución que favorecía a los estratos medios de la sociedad, a los agricultores que tenían una pequeña propiedad y a los artesanos sin tierra; en contra de los intereses de los eupátridas. Estos últimos eran miembros de la oligarquía y se denominaban a sí mismos como los «bien nacidos». Además, Solón limitó el embargo de tierras y la esclavización por deudas, condicionó el matrimonio, prohibió prácticas sexuales y reguló los deberes de paternidad.
Su régimen, conocido como timocracia, subvirtió la tradición de linaje que restringía los derechos políticos favoreciendo exclusivamente a la aristocracia. La timocracia es un «sistema censitario»; la palabra se forma con la partícula timé (τιμή) que se traduce como «evaluación», «estima», «valor», «magistratura», «dignidad», «consideración», «autoridad», «precio» y «honor»2. Es la forma de gobierno que discrimina las prerrogativas populares de acuerdo con la clase económica a la que pertenece cada ciudadano. Los hombres elegirían a los funcionarios de gobierno o podrían ser elegidos magistrados de acuerdo con los recursos pecuniarios que dispondrían y su riqueza según el volumen de la producción agrícola, el equivalente monetario o la propiedad. El régimen espartano fue timocrático militar, extremo y típico, aunque sin deliberación democrática.
El año 508 antes de nuestra era se produjo una revuelta popular en Atenas contra Iságoras, aliado con los espartanos; tal fue la revolución del pueblo que marcó el inicio político hacia la recuperación de la democracia. Siendo la movilización más antigua en la historia occidental que otorgó al pueblo insurgente el papel de artífice de su propio gobierno, reivindicó las reformas de Solón de 86 años antes. Desde mediados del siglo VI a.C.; los principios de la vida democrática se diluyeron abruptamente por los intereses de los eupátridas primero y, posteriormente, por arbitrariedad del tirano Pisístrato y Hipias, su hijo, que fijaron privilegios oligárquicos excluyentes en detrimento del progreso democrático.
Al poder oligárquico del Areópago, Solón le impuso importantes restricciones, anulando varias competencias y limitando sus funciones a dilucidar solamente temas graves de justicia y de opinión sobre el gobierno. Pero, sin duda, la transformación más importante que estableció el legislador ateniense fue la creación del Consejo de los Cuatrocientos y la asignación a la asamblea popular de tareas administrativas y legislativas.
Solón creó la asamblea popular como έκκλησία, por el lugar donde se llevaba a cabo, con reuniones de soldados y del pueblo, incluso con presencia de quienes pertenecían a otras polis que formaban la Liga de Delos. Antes de su creación, el poder se concentraba en el Areópago donde nueve arcontes que lo conformaban gozaban de amplias prerrogativas sobre temas de política interior y exterior, políticas de gobierno, legislación y ejercicio judicial, siendo elegidos exclusivamente, entre y por los eupátridas. En la ekklesía, los miembros de las cuatro clases sociales que existían en Atenas votaban para elegir a los arcontes; asimismo, las decisiones colectivas debían ser refrendadas por el Consejo de los Cuatrocientos.
Las reformas de Solón establecieron que la instancia operativa con cien miembros de cada clase social de Atenas, el Consejo de los Cuatrocientos, se elegiría por sorteo en la ekklesía. El Consejo ordenaba las reuniones de la asamblea popular y proponía leyes, cumpliendo además las labores de Consejo del Areópago. Se lo denominaba βουλή (boulé) que del griego se traduce como «voluntad», «parecer», «determinación», «deliberación» y «plan». Después de sus reformas, para los casos judiciales que no sean graves y que no fuesen juzgados por el Areópago; Solón estableció un tribunal ciudadano llamado ήλιαία (Heliea) traducido como «reunión». Fue la instancia donde participaban seis mil griegos para juzgar delitos corrientes distribuidos en diez tribunales de número variable de miembros; existiendo una reserva de mil ciudadanos para contingencias de participación: los heliastas3. En el proceso contra Sócrates, con jueces que eran ciudadanos corrientes, después de las disertaciones, la Heliea de 501 miembros, votó con el 56% mayoritario (280 votos) condenando a muerte al filósofo el año 399 a. C., mientras tanto que 221 votos aprobaron su absolución (44%).
La insurrección del año 508 a. C. buscó a Clístenes que se había refugiado en el exilio para que dirigiera el proceso emergente con la muchedumbre como protagonista. Se produjo tal situación pese a que el político, arconte el año 525, procedía de una familia aristocrática; pero probó su valor al destronar al tirano pisistrátida Hipias el año 510 a. C. Por tal hazaña, Clístenes expresaba los ideales heroicos forjados en la literatura homérica; rechazó la posibilidad de declararse tirano y enfrentó a la oligarquía. Soliviantado por el clamor popular, dirigió en Atenas, la revolución por la isonomía, sentando las bases de la Grecia democrática clásica que se constituiría en modelo occidental.
Robert Dahl piensa que se debería dimensionar con realismo, el funcionamiento de la ekklesía. Cabe tener en cuenta la negación del Estado ateniense de los derechos de ciudadanía a las personas menores de 18 años inicialmente, y desde fines del siglo V, menores de 20 años; además de la exclusión de las mujeres de la vida política, de los esclavos y los extranjeros. Si en Atenas, a mediados del siglo V a. C., había alrededor de treinta mil ciudadanos; entonces, la cantidad de varones mayores de 18 años nacidos en Atenas, libres y de padres atenienses; era solo el 15% de tal población: alrededor de 4.500 personas.
Según Dahl, regular u ocasionalmente, una considerable cantidad de ciudadanos faltaba a la asamblea popular, por desinterés o imposibilidad; siendo fundamental entender que muy pocos asistentes hablaban creando corrientes de opinión a las que se adscribían los demás, identificándose con opiniones de algún orador y votando consecuentemente. Al asistente, el orador lo representaba como grupo de tendencia, compitiendo por influir sobre el votante mayoritario que solo escuchaba. Introducir nuevos temas de discusión era difícil y después de votar con guijarros o a mano alzada, había frecuente disconformidad sobre la fórmula de voto. Cundieron las acciones solapadas de las facciones con medios como la coacción y la falta de escrúpulos precipitando la ausencia de votantes, sobornándolos o amedrentándolos. Inclusive hubo fraude de votos preparados de antemano para viabilizar el ostracismo de Temístocles. Incluso los procesos jurídicos no garantizaban que la decisión de la mayoría corresponda a la voluntad ciudadana.
Este contexto de funcionamiento democrático es ostensivo para comprender cómo, de manera expedita, el jurado de la Heliea condenó a muerte a Sócrates el año 399 a. C., después de que Meleto expusiera ligeramente acusaciones en un contexto de odio a los treinta tiranos, rencor personal contra Sócrates y acusaciones falsas de impiedad ante los dioses de la ciudad y por introducir nuevas divinidades; además por inducir a los jóvenes a corromperse.
Notas
1 Democracia, poliarquía y participación. Trad. Leonardo Wolfson. Paidós. México, 1991, pp. 271 ss.
2 Rufo Mendizábal, Conrado Pérez Picón, Francisco Ibiricu & Martín Andrés Muguruza, Diccionario griego-español ilustrado, Vol. I, 1992, p. 532.
3 Ídem, pp. 105, 160, 238.