En el panorama de la literatura latinoamericana, difícil de caracterizar de manera completa y precisa, sospecho que los cuentos y novelas de Javier Vásconez merecen un lugar, digamos, notable. La sobriedad de su estilo; la profundidad de sus personajes (sobre todo los femeninos); el intento de vincular una zona aislada del mundo literario a las corrientes actuales; algunos de sus conflictos y el tono arriesgado de su poética son motivos para subrayar esta obra literaria.
Además, se vuelven necesarias algunas preguntas ¿Cómo leerlo? ¿Como parte de la literatura cosmopolita latinoamericana? ¿Como un escritor de la periferia de la periferia, en la medida en que escribe desde y sobre Ecuador? ¿Como un escritor posmoderno? En realidad, cabría intentar tres lecturas posibles (el cosmopolitismo de los márgenes posmodernos) considerando además que el estilo de Vásconez responde a una estética que él mismo denomina gótica, con escenarios oscuros y personajes sombríos.
El cosmopolitismo de Vásconez es excéntrico, no convencional: uno de sus principales personajes, el Dr. Kronz, sale de Praga y, tras un viaje que lo lleva a Barcelona y Londres, termina por recalar en los Andes. El viajero de Praga (1996) recrea el ambiente de la guerra fría, en donde el Dr. Kronz es un prófugo del mundo comunista. Esta novela ha sido concebida como una reescritura del policial y los relatos de espías; de ahí que Kronz viva en el recelo, a pesar de haber huido a un paraje remoto, como Quito.
Vásconez, como otros autores de los años ochenta y noventa, escribe relatos y novelas con un aire policial, aunque su obra rebasa lo policial. La sombra del apostador (1999), su segunda novela, finalista del premio Rómulo Gallegos, es un relato negro, pero es más que eso: el coronel Juan Manuel Castañeda, fundador del hipódromo de la ciudad, es un aristócrata de la vieja guardia, un asesino e incestuoso. Parece reanimarse en Castañeda la naturaleza de Camacho, personaje de El secreto, novelita que Vásconez publica en los años ochenta. Camacho es un violador de niñas… que leía a Dostoievski y Vargas Llosa… Muchos de los personajes sombríos de Vásconez nacen con Camacho y se replican en Castañeda, en el Juez Ruy Barbosa hasta llegar al conde Velasteguí, anti-héroe de El coleccionista de sombras. Dice el coronel Castañeda, de La sombra del apostador: «Mi abuelo y mi padre estuvieron antes aquí –prosiguió el coronel con voz aguardentosa-. Habitaron esta casa y probablemente se sentaron en este sillón. ¿Entiende? Y yo les estoy agradecido, pues a pesar de tanta adversidad sigo en el mismo lugar. Los Castañeda supieron mantener magníficas relaciones, tanto con el cielo como con el infierno. Y es un arte que se aprende con inteligencia. Supongo que no fue fácil. Mis antepasados, más sabios e ilustres que yo, sabían lo que hacían. Por lo demás, no tenían otra alternativa. Emplearon la astucia y una moderada crueldad. Algunos claudicaron, otros enloquecieron, y los demás murieron en el intento».
Así Vásconez desarrolla el agotamiento de la ilusión. El autor dibuja escenarios sombríos y da vida a personajes lúgubres. La sombra del apostador y Jardín Capelo son novelas interpretadas por personajes infames: el juez Ruy Barbosa, antihéroe de Jardín Capelo (2007), es capaz de llegar al asesinato para dominar las vidas de su esposa y su hija. La periferia ya no es, como en los años del boom, un lugar de promesas, sino más bien escenario de crímenes y devastación. El último afán por llevar a cabo una tarea modernizadora se agotó con los escritores del boom: lo que ha venido después es el limbo posmoderno, plagado de trampas.
En La piel del miedo (2010) y en Hoteles del silencio (2016) el narrador cuenta la derrota, vaga y siniestra, de Jorge Villamar. Villamar no tiene ambiciones: para sobrevivir abre una papelería en uno de los barrios anodinos de la ciudad. El padre de Villamar fue un periodista que se enfrentó al gobierno y que supuestamente se ha exilado por las amenazas que recibía (lo cierto es que dejó a su familia por escaparse con otra mujer); y Villamar, ya adulto, mientras atiende su papelería, conoce a una migrante retornada de España, Loreta, quien busca al padre del bebé que lleva en el vientre. Villamar es el héroe caído de las dos novelas: visita a su padre en una zona lumpenizada de la ciudad, quien tiene como amigo a un mendigo cuyo nombre es Gregorio Samsa. Villamar, como el doctor Kronz, asiste con impotencia al desmoronamiento de cualquier esperanza: Kronz no puede luchar contra la epidemia de cólera, cuando le encargan dirigir un hospital, porque reinan la mala voluntad, la corrupción…y Villamar asiste impotente a los asesinatos de niños que aparecen tirados en las calles y en los basureros, con dos tapas de botella en el lugar de los ojos…
La narración de Vásconez, si la adoptamos como una forma de comprender, sirve para enfrentarse a la obra de un demiurgo maligno: la enfermedad, la maldad parecen orientadas a socavar las posibilidades de comprensión. Desde Camacho a Castañeda a Ruy Barbosa, las novelas de Vásconez indagan en los orígenes del mal. Quisiera añadir que estos malos son personajes que producen fascinación: su fortaleza, su inteligencia, su delicadeza se transfiguran y reviven en el Conde Velasteguí, fundador del casino al que acuden políticos, empresarios, periodistas que el conde manipula y espía. Dice el narrador de El coleccionista de sombras: «(…) la idea del dinero, o el hecho de controlar el reparto de las coimas a los funcionarios que frecuentaban el casino bajo el pretexto de que iban a jugar, aunque en realidad se hallaban ahí para hacer política, no le desagradaba al conde, ya que algo de ese reparto sería para él (…)».
El conde Velasteguí goza con participar de la corrupción generalizada. Pero, además, su extravagancia se extiende a la relación con su amante, Denisse: la hace fotografiar desnuda para luego enviar su foto a un periódico y exhibirla públicamente.
Si existe una pregunta en las novelas y los cuentos de Vásconez esta podría plantearse como una obsesión en torno al mal. ¿Por qué existe el mal? ¿Cómo resistir al mal? ¿Podemos resistir? Escribe Juan Marqués sobre los cuentos de Vásconez:
«La presencia del mal no es escandalosa, sino tácita, la corrupción no es algo que se exhiba directamente sino algo que va contaminando todo de una forma difícil de explicar, pero que literariamente funciona con enorme fuerza. Quien haya pasado por los Hoteles del silencio sabe bien a qué me refiero: un horror sepultado, personajes ambiguos, cierta iniquidad como punto de partida común, algo que hay que asumir y aceptar para poder desarrollar una vida decente, algo que hay que sobrellevar sin combatir. Personajes rendidos, cansados, extraviados en su propia enfermedad o en sus tragedias privadas, en sus activos demonios personales, avasallados por una soledad casi agresiva. Si se llevase a la escena alguna narración de Vásconez, habría que colocar en el tablado a un personaje central que se viese continuamente acosado por figuras alegóricas y extrañas, presencias desasosegantes que a duras penas le permiten avanzar, sin que se sepa bien qué son ni qué buscan, ni por qué atosigan y hacen vacilar a quienes todavía viven y caminan, viajan y beben, hablan y tratan de entender. Un presente gris para un pasado más o menos luminoso, trenes que se perdieron, posibilidades desperdiciadas, malas decisiones que no tienen vuelta atrás».
Esta literatura de Vásconez, que sin duda tiene un sentido existencial, ha sido concebida como una indagación en torno a la enfermedad y a la maldad, nos aproxima al cosmopolitismo y la posmodernidad, pero también la singularidad de un mundo brumoso, esquivo y en el que predomina cierta irrealidad, con imágenes semejantes a las del sueño y la pesadilla.