No es que sea feo el pavimento hexagonal del Paseo de Gracia, diseñado por Gaudí en 1904, o los bancos-farolas, que dicen que también diseñó Gaudí, lo que no es cierto, porque, en realidad, lo hizo Pere Falqués. Tampoco son feos los parterres de margaritas, espliegos, dalias, petunias, pensamientos, gladiolos, lirios y crisantemos; ni mucho menos las acacias, chopos o plátanos que los acompañan. Mucho menos aún las palomas o las fuentes de plaza Cataluña; ni siquiera los estorninos que se fueron y ojalá vuelvan pronto para que nos hagan mirar al cielo.
En el inhóspito centro de la plaza, hay carteristas, prostitutas y el penoso top manta, que al grito ancestral de «agua» o de cualquier otro en mil idiomas, logra que los vendedores huyan despavoridos hacia todos los puntos cardinales. Aunque queda la ilusión en la terraza del Zúrich, con guiris por doquier y citas de amor, clandestinas o no:
Viajar en tren de cercanías
que siempre llega tarde,
entrar en un love hotel
sin llave y sin amor.Plaza de Cataluña,
miles de palomas
y ninguna trae tu nombre.
En los últimos años, Barcelona se ha creído muy fashion y han colonizado su centro infinidad de cadenas multinacionales, similares en todas las ciudades del mundo, por lo que se configura en ellas un panorama idéntico y, en muchos casos, vulgar y hortera.
La Rambla está, como la ciudad, cada vez más impersonal, aunque de vez en cuando, todavía sorprende. A lo lejos se escucha un cántico repetitivo y con mucho ritmo, que entona un grupo vestido con túnicas color azafrán: los miembros de Hare Krishna, a quienes hacía mucho tiempo que no veía; incluso llegué a pensar que habían desaparecido. Cantan: «Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare». Con su entusiasmo, estos monjes nos arrancan una sonrisa. Cuando terminan, aprovecho para hablar con uno de ellos, que me explica que repiten el «Maha-mantra», una forma de yoga muy popular en la India, basado en la creencia de que si uno ama y adora a la divinidad puede lograr unirse a ella y liberarse del ciclo de nacimiento y muerte. Creo entender, asombrado, que el mantra debe repetirse 1,728 veces al día, pues su repetición produce una vibración positiva que purifica la mente y el corazón.
Al despedirnos, me cuenta que tienen su templo en la plaza Real de Barcelona, así que prometo visitarlos, porque si algo parece misterioso, lo mejor es investigar y buscar información para tratar de comprenderlo. A veces, lo que parece enigmático suele tener una explicación lógica o científica, que se puede entender solo con abrir un poco la mente.
Leo en Google: «El número 1728, veces que se repite el mantra, es múltiplo de 108, un número sagrado en muchas tradiciones espirituales. La práctica de repetir el Maha-mantra puede ayudar a calmar la mente, aumentar la concentración y la conexión con lo divino».
Como soy de natural curioso, me gusta descubrir las cosas por mí mismo, poniendo en cuestión opiniones estereotipadas, sin fundamento y, en algunos casos, reveladoras de una absoluta ignorancia. Hay muchos prejuicios sobre todo lo que se desconoce o aparta del guion oficial. Lo comprobé cuando dije en las redes sociales que iba a contactar con ellos, pues algunos conocidos, tal vez con buena intención, me advirtieron de que tuviera cuidado, ya que parecía ser una secta destructiva.
Pese a todo, concerté una entrevista con el presidente del colectivo, Mario Condón, cuyo nombre hindú es Mahajana. Ante mi pregunta sobre ese cambio de nombre, me informa que no es algo impuesto o matemático, sino que se adopta cuando el maestro considera que es el momento oportuno.
Por supuesto, no voy a explicar aquí qué es el Krishna como religión, ya que se puede consultar en Internet, solo me limitaré a mostrar algunos aspectos, para situarnos y comentar mi experiencia al conocerlos. También quiero avisar a mis lectores de que este relato no será una narración lineal, más bien intentaré expresar mis diversas sensaciones de la forma más fiel y sencilla.
Mario, que me parece una persona amable, culta y, sin duda, con la desenvoltura necesaria para surcar el día a día, me dice que están en Barcelona desde 1973. Actualmente, tienen el templo en la multitudinaria y ruidosa Plaza Real, aunque en cuanto traspasas la puerta te embarga un ambiente de agradable y espiritual sosiego. Es un ashram, según el nombre hindú, un templo, lugar de meditación y enseñanza cultural o religiosa, donde conviven alumnos y maestros; aquí son unas 15 personas, que intentan seguir fielmente los cuatro preceptos fundamentales de su religión: misericordia, veracidad, austeridad y limpieza.
No es obligatorio, pero suelen usar una túnica de dos piezas; los hombres célibes de color azafrán y los casados, blanca. La camisa se llama kurta y la ropa de abajo dhoti. Las mujeres visten saris y la marca roja en sus cabezas indica que son casadas.
Si quieres pertenecer a esta comunidad, tienes que ser vegetariano o haberlo sido al menos un año antes de solicitarlo. Se levantan a las 3:30 de la madrugada y, tras ducharse, pasan al templo donde cantan el mantra Hare Krishna, con una especie de rosario que tiene 108 bolitas, a las que pasan 16 veces, de lo que resulta la cifra de 1728, tal como me informaron en la Rambla.
En 1966, el ciudadano indio Swami Bhaktivedanta (Prabhupada), fundó ISKCON (Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna) en EE. UU. Esta religión fue legalizada en España en agosto de 1976, siendo una de las primeras —aparte de la católica, que era la oficial— tras la muerte de Franco.
Los seguidores creen en la adoración de Krishna, en la meditación y en una vida simple y devota. Krishna es la forma principal de Dios de donde emana la Trimurti (tres formas), tríada integrada por Brahma (dios creador) Visnú (dios preservador) y Shiva (dios destructor) y, según entendí, todas son una rama del hinduismo.
En India, hay religiones y creencias diferentes: hinduismo, budismo, jainismo, sijismo, islamismo, cristianismo y zoroastrismo, entre otras. La mayor parte de la población practica el hinduismo, de la que los Krishna (coloquialmente, los llamaré así en este artículo, para simplificar), son una parte. A los seguidores de esta religión se les suele confundir con los budistas, sobre todo en la región donde vivo, porque tienen un precioso monasterio en La Plana Novella, en el Parque del Garraf.
La palabra Krishna, significa en sánscrito «oscuro» o «negro», pero también «azul», que es un color que representa «el infinito, lo sin forma, que lo incluye todo» y, por lo tanto, también se relaciona con el cielo o con el mar.
Me invitan a desayunar con ellos y acepto encantado. Ya son las 8:30 y para estar a esta hora he tenido que madrugar, pues vivo lejos, pero lo he hecho con gusto. A llegar y tras una breve visita al templo, donde Mahajana (Mario) está dando una charla, pasamos al comedor con otros devotos, que me acogen con simpatía y respeto.
Tengo que decir que he podido recorrer y fotografiar el recinto en todo momento con total libertad, sin puertas cerradas, tutores, misterio ni cortapisas, mientras respondían a todas mis preguntas. En mí deambular, me relacioné de forma especial con un monje llamado Ismael (Isvara), valenciano, quien lleva aquí más de veinticinco años y tal vez fue uno de los primeros en llegar. Lleva una túnica de color azafrán y en su frente, de arriba hacia abajo, tiene puesta una marca como de ceniza. Ante mi pregunta, Isvara, que es simpático, atento y extrovertido, me explica que es tilak, tierra de Dwarka, una de las siete ciudades sagradas (Sapta Puri) del hinduismo y que, según la mitología, fue fundada por Krishna en una isla (tierra emergida). El tilak se pone entre las cejas, en el punto del sexto chakra (Ajna), que sería lo que se conoce como «tercer ojo», el lugar de la intuición y del conocimiento del alma. Me indica que puede variar según las diferentes religiones hindúes en forma y cantidad de líneas. Se puede poner también en otras partes del cuerpo, pues representa a Visnú, que es también Krishna, de quien son sus adoradores, los «vaisnavas», los llamados «krisnaísta» o adoradores de Krishna.
Durante mi recorrido, me llama la atención un recinto acristalado, muy iluminado, donde hay plantas que no reconozco, debido a mi ignorancia. Mahajana (Mario) me aclara que es tulsí o tulasí, una planta sagrada para los hinduistas, porque es una devota pura de Krishna, el dios supremo. Su presencia en el hogar simboliza la religiosidad de una familia, hasta el punto de que se considera vacío si no hay una planta de tulsí. Los collares que suelen llevar en el cuello y las cuentas de los rosarios para cantar el mantra Hare Krishna se hacen tallando su madera. Me llama la atención esa conexión física de la planta con el mantra en el templo, porque me parece una expresión de devoción y amor al dios supremo.
En uno de los días que estuve de visita, coincidí con el chef Deva, quien impartía un curso de cocina vegetariana abierto a todo el mundo. Pude ver cómo enseñaba a elaborar distintos platos vegetarianos: albóndigas de seitán, crema de calabaza, cuscús tostado, croquetas de yuca, cebollino y queso de cabra, hamburguesas de quinoa y tofu, rollitos primavera, arroz basmati, salsas, compotas, mermeladas, pastel de chocolate y un sinfín de sabores y olores subyugantes que, con paciencia y cariño, Deva, iba mostrando.
Me contó su experiencia de trabajo durante más de 45 años en restaurantes vegetarianos de Barcelona y se alegra al comprobar que han crecido significativamente desde que él llegó. Nacido en Medellín, en una familia de 11 hermanos, viajó muy joven a la India, donde vivió muchos años y aprendió los secretos de esta cocina, que ahora transmite con devoción, pues predica la bondad del vegetarianismo y lo considera un paso positivo en la evolución de la humanidad. En un precioso libro de recetas que me regala, leo una cita de Albert Einstein: «Nada incrementaría tanto la posibilidad de supervivencia sobre la tierra como el paso hacia una alimentación vegetariana». Como curiosidad, destaca que el ajo y la cebolla, tan usados y mitificados en nuestra cocina, son prohibidos por las normas más estrictas del vegetarianismo, pues se cree que aumentan la ira, la agresión y la ansiedad.
Los « krisnaístas» tuvieron su mayor auge cuando se les relacionaba con los hippies, pues ese aire de contracultura que tenían hizo que muchos jóvenes se aproximaran a ellos, más allá de las fronteras de la India o de Estados Unidos, durante la década dorada de los 70. Luego, la desinformación, los prejuicios y algún escándalo hicieron decaer el interés hacia ellos. Actualmente, además de la de Barcelona, hay otras comunidades en Guadalajara, Madrid, Valencia, Málaga, Santander y Tenerife.
En Cataluña se financian con las aportaciones de fieles y simpatizantes y con la venta de libros, sobre todo el Bhagavad Gita, aunque me dicen que cada vez venden menos por la creciente y triste tendencia a no leer que se está imponiendo. También tienen un comedor vegetariano abierto al público, donde ofrecen un menú diario muy económico y, verdaderamente, rico y abundante. Además, organizan cursos, seminarios, encuentros…
Quiero hacer una mención especial a la extrema limpieza que se observa en todos los lugares del convento.
Como he podido comprobar, son un grupo que está a gusto con sus creencias basadas en libros sagrados escritos hace cientos de años y en una cultura tradicional donde no tiene cabida ninguno de lo que conocemos como placeres o vicios. ¿Encajan en la sociedad actual donde impera el materialismo y esta pseudo libertad con que aparentemente podemos hacer lo que nos plazca? Es una pregunta retórica y de respuesta obvia, ya que sabemos que no encajan. Aunque esto se puede aplicar actualmente a cualquier religión de las 4,200 que hay en el mundo, al menos, en nuestro ámbito geográfico y cultural.
En cuanto a las acusaciones de las que hablé más arriba, no es mi intención hacer un artículo falsamente amable y no tengo por qué. Debo expresar lo que vi y no puedo ni quiero hacer juicios, aunque también es cierto que no he convivido con ellos y mi experiencia es de simples visitas.
Sin embargo, conozco a uno que dejó el convento y a nadie ha molestado nunca. Vive actualmente en plan hippie antiguo: está en el campo, es vegetariano, no vegano, pensionista, poco estrés, vida frugal, abstemio, no tiene TV. Ve más crepúsculos que alboradas, me dice riendo. Se ha vacunado por si acaso, pero no cree que sea una panacea. Nunca supe si le cambiaron el nombre, ya que, para mí, siempre fue Carlos, Carlitos y desde que lo conocí, hace ya casi una vida, supe que era una persona muy inteligente, que sigue aplicando la parte sosegada y amigable de los krisnaístas.