La Historia siempre le hizo la corte a los poderosos...
(Victor Hugo)
Al llegar a Francia, a fines del año 1975, venía yo lleno de curiosidad y ansias de conocer a fondo este renombrado país. El encuentro con su realidad no estuvo exento de sorpresas, una de las cuales se produjo cuando se me ocurrió visitar el monumento a Robespierre.
París está llena de monumentos. Mejor aún, París es un monumento. Impulsado por la imagen de la Revolución Francesa que albergaba en la memoria desde la adolescencia, ingenuamente pregunté en qué sitio se encontraba el que honraba al famoso Jacobino...
La respuesta me dejó lelo: no hay monumento a Robespierre. Ni a ninguno de sus compañeros más cercanos. Ni siquiera a los Jacobinos, sector político que jugó el papel que todos conocemos en el fin de la monarquía y el nacimiento de la República.
Peor aún, las muecas que advertí en la cara de las personas que interrogué... eran la expresión de un claro y pronunciado disgusto provocado por la simple evocación del joven abogado originario de Arras.
Tiempo después, la necesidad de desplazarme hacia los suburbios de París, hacia la banlieue, otra banlieue distinta de aquella en la que habitaba, me permitió descubrir que en la Línea 9 del Metro, en la comuna de Montreuil, hay una estación bautizada Robespierre.
Montreuil, comuna proletaria, plebeya, en la que viven mayormente familias modestas y cuyo alcalde era comunista (aún lo es hasta el día de hoy).
Meritorio tributo a Maximilien de Robespierre que él mismo no hubiese desdeñado, en medio de aquellos que defendió al precio de su vida, lejos de los opulentos barrios que ocupan los descendientes de quienes le asesinaron.
Para mí, no obstante, una suerte de renuente reconocimiento, como escondiendo ropa sucia detrás de la puerta, es lo que podemos hacer por Robespierre el sanguinario, confórmate con eso, baja la cerviz y saluda. La Estación Robespierre, como queda dicho, está en la Línea 9 del Metro de París, inaugurada hace poco más de un siglo, el 8 de noviembre de 1922.
Los más célebres historiadores galos, Michelet y Gaxotte entre otros, se dieron maña -a partir de lo que pudiésemos llamar una versión oficial-, para emporcar la imagen de Robespierre, asociada para siempre y de manera inseparable a la guillotina, a las ejecuciones sumarias, a la sangre corriendo a raudales.
Es la versión que le han transmitido a generaciones de niños y jóvenes en escuelas y liceos, y a los adolescentes que frecuentan las universidades. Esa que han tarareado en sus libros algunos distinguidos miembros de la Academia Francesa, hay distinciones que se adquieren, sinónimo de compran, o sea que tienen un precio, dicho sea con todo irrespeto.
Afortunadamente, meritorios autores se alzaron contra la condena y, al precio de un trabajo de benedictinos, examinaron cientos de miles de textos, actas, informes, juicios, mensajes, correspondencias, notas de prensa, archivos y otras fuentes para ofrecer otra imagen del papel que jugaron Robespierre y los Jacobinos, así como de lo acaecido durante la Revolución Francesa. Entre ellos se alza la notable figura de Henri Guillemin.
Henri Guillemin nació en Mâcon (provincia de Saône-et-Loire, Región Bourgogne-Franche-Comté) el 19 de marzo de 1903. Alumno de la Escuela Normal Superior, obtuvo en 1932 una Agregación en Letras. Profesor en diferentes universidades francesas, tuvo que refugiarse en Suiza en 1942, cuando la ocupación nazi durante la II Guerra Mundial: Guillemin fue uno de los intelectuales que adhirió a la Resistencia. En Suiza mantuvo hasta el fin de su vida lazos privilegiados con Neuchâtel.
En 1945, a la Liberación, Henri Guillemin fue nombrado consejero cultural de la Embajada de Francia en Berna. Luego, de 1963 a 1973, fue profesor en la Universidad de Ginebra.
Especialista del siglo XIX, fue toda su vida historiador, crítico literario, polemista y un prolífico escritor. Fue sobre todo un iconoclasta en búsqueda de la verdad que oscureció algunos mitos con sus revelaciones sobre Alfred de Vigny y sobre Napoleón. Pero que también rehabilitó algunos personajes injustamente olvidados como Jean-Jacques Rousseau, Émile Zola y Maximilien de Robespierre.
Sus conferencias en la TV francesa, suiza, belga y canadiense, así como las que pronunció en las universidades de Montréal y Suiza, fueron memorables.
Henri Guillemin, un hombre justo, fue un cristiano decididamente anticlerical, situado políticamente -como él mismo proclamaba- en la extrema izquierda, como lo había sido su mentor intelectual, el también cristiano Marc Sangnier.
Un hombre de izquierda es el que no admite de ningún modo el poder omnímodo del dinero... Es alguien que está en insurrección contra el hecho de que estamos poseídos por una organización internacional, que Ud. conoce perfectamente, y que hace que el hombre cree ser libre, en fin, en nuestra democracia occidental, pero no lo es... El hombre de izquierda es quien lucha contra la hegemonía y el poder omnímodo del dinero.
(Henri Guillemin)
El inmenso, el admirable Henri Guillemin, falleció el 4 de mayo de 1992, en Neuchâtel.
El efecto que produjo en mí escuchar su conferencia sobre Robespierre -pronunciada en Suiza el 12 de febrero de 1970- fue tan intenso, que busqué la transcripción en lengua francesa, la verifiqué y la corregí escuchándola repetidas veces con el sano propósito de establecer tan exactamente como fuese posible la versión original. La traduje al castellano y la edité, para difundirla tan ampliamente como me fuese posible.
Al hacerlo creo estarle restituyendo muy parcialmente a este bello país, que ahora es el mío, un poco de lo mucho que recibí de él. Además, la figura real de Robespierre surge con una modernidad inimaginable e ilumina con una esclarecedora luz la realidad que vivimos hoy, en Francia, en Europa y en Chile, mi país de origen.
Last but not least, dar a conocer el trabajo de Henri Guillemin, ese gigantesco intelectual algo olvidado en esta Francia tan distante de otras épocas épicas, es algo que me parece no solo necesario sino imprescindible.