Yo no tengo soledad se titula el poema de la chilena Gabriela Mistral escrito mucho antes de que existieran los teléfonos celulares y la adicción por ellos, que los psicólogos no saben si incluir al lado del juego o las drogas. La soledad no es negativa en una de sus formas: si es para encontrarse a sí mismo, o tomar distancia temporalmente, pero casi siempre es una forma de sufrir por lo que no entendemos, un apartarse del mundo con melancolía, disgusto o indiferencia, una privación y una carencia. ¿Hay remedio para eso?
La soledad ha sido un patrimonio occidental y oriental desde que monjes y místicos cultivaron el silencio como ejercicio espiritual. La soledad puede ser una necesidad espiritual o externa, una imposición por circunstancias que no logramos manejar o una intención del individuo. Es sabido que formamos parte de una civilización que nos rodea con sus creaciones, nos seduce con los cambios constantes y propicia que entremos en el terreno intocable y no menos atrayente de la sociedad líquida como diría el sociólogo Sygmunt Bauman... en la que tocamos lo que no vemos en los poros táctiles de una vida engañosa: el teléfono.
En el Informe Mobile en España y en el Mundo 2020 se dice que 7.6 millones de españoles declaran que son «adictos» a sus dispositivos móviles, y en cuanto al término nomofobia despierta la curiosidad porque es el temor a no tener teléfono, a sentirse solos sin él.
Perder el teléfono o la sensación de estar en contacto con el mundo imaginario y sin demasiadas contradicciones que se fabrica, la isla de Tahití por el pintor francés Paul Gauguin quien idealizó el aislamiento de la civilización occidental o la que querían encontrar los españoles que llegaron a América en el sueño de la Atlántida. Aquí yace el sentimiento de evasión del trabajo, las carencias económicas, de la crítica que hace el padre al hijo cuando este no cumplió con su tarea escolar; aunque también puede ser un juego, la dopamina que se desprende de la sensación placentera al jugar con el celular como menciona el mismo Instituto Europeo en su informe.
Si estar solos fue fuente de virtud y amor al semejante, buscar la soledad como remedio a los males y a la incomprensión no es tan desatinado. Puesto que estar solos es casi imposible en la vida social, cuando tienes familia, amigos y trabajo; en cambio, cuando no los aprecias... ¿qué significa?
Actualmente, la soledad significa encontrar en un objeto la solución a nuestros problemas y no enfrentarlos, resulta más sencillo separarse del resto de los humanos y descartar lo difícil, echar de tu grupo de amistades a los virtuales enemigos, o a quienes te contradicen. Así se remplaza el conversar y negociar con el diferente y hasta agresivo por la estrategia del eliminar, descartar. Luego solo los iguales se reúnen, quien contradice...
El problema es cuando se vuelve un modo de vida, en el que la pantalla solo nos convierte en una proyección de lo que imaginamos ser. Pensar en nosotros mismos o en cómo nos ven y únicamente ofrecer la pulida perfección teatral nos hunde en el fondo del mar humano.
Para recuperar la realidad y la responsabilidad por lo que hacemos cuando se trasciende lo corporal en las redes o internet no basta con las videoconferencias sino con un nuevo humanismo, una nueva forma de relacionarnos que no necesariamente pasa por solo creer que es real lo que tocamos o percibimos con nuestros sentidos, sino con superar esta crisis de la familia y la integración humana: el individualismo extremo. Lo que no entendemos es cómo tratar a los otros o cercanos o lejanos. ¿Es eso responsabilidad de las pantallas?
Pero yo, la que te estrecha,
¡yo no tengo soledad!
es el mundo desamparo
y la carne triste va.
Pero yo, la que te oprime,
¡yo no tengo soledad!