Querida Etty:
Un año sin escribirte, después de haber hecho la promesa de dedicarte otra carta a tus Diarios de 1942; pero fue imposible por lo que el escritor Mario Vargas Llosa llama «trabajos alimenticios». Ahora tendré que hablar también de tu bitácora de 1943, algunas cartas y el terrible fin del 30 de noviembre de 1943. Se han cumplido 80 años de ese mes en que llegaste al campo de exterminio de Auschwitz junto a toda tu familia: tus padres, y tus dos hermanos menores. Tu caso es totalmente distinto al que muchos conocimos gracias a la película El Pianista (Roman Polanski, 2002), porque no aprovechaste la posibilidad de esconderte antes de ser deportados. Habías unido tu destino al pueblo de tus ancestros al aceptar el trabajo con el Consejo Judío en julio de 1943 pero ya desde el año anterior eras enlace y enfermera en el campo de concentración de tránsito en Westerbork.
En tu Diario de 1941 la segregación total y la deportación es solo un rumor o por lo menos tú no lo resaltas, pero al año siguiente escribes: «Y ahora parece que los judíos no podrán más entrar en los negocios de fruta y verdura, que deberán entregar sus bicicletas, que no podrán subir más a los tranvías ni salir de la casa después de las 8 de la noche» (12 de junio de 1942), y al final de ese mes dices: «según las últimas noticias todos los judíos serán deportados de Holanda».
Los testimonios crecen día a día: la muerte está en Polonia, en los campos donde «asesinar es de lo más común (según la BBC se han asesinado 700 mil judíos)» (01 de julio); y escribes sobre el sufrimiento una reflexión que me recuerda a otro testigo de Auschwitz: Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido (1946) y al valor de la cruz en el cristianismo: «El sufrimiento no afecta a la dignidad humana. Con esto quiero decir que se puede sufrir con y sin dignidad. La mayoría de la gente de Occidente no entiende el arte de sufrir y siente el miedo de mil formas» (2 de julio). El crecimiento espiritual que habías vivido no solo te llevó a estas afirmaciones llenas de sabiduría, sino también finalmente a hacerlas vida; y concluyes: «Estoy con los hambrientos, con los maltratados y moribundos, cada día estoy allí, pero también estoy aquí con el jazmín y el trozo de cielo ante mi ventana, en una vida hay espacio para todo. Para creer en Dios y para una ruina miserable».
¡Qué difícil es lograr lo que dices, pero hay que luchar! «Hay que tener fuerzas para sufrir en soledad y para no cargar a los demás con los propios miedos y preocupaciones. Eso todavía lo tenemos que aprender» (2 de julio). Por el contrario, a partir de tus estudios de psicología y las enseñanzas que recibiste de «S» (el psiquiatra Julius Speer), te propusiste seguir su ejemplo e ir más allá:
Recibe a diario pacientes y pasa intensas horas con ellos, abre sus heridas y deja que el pus salga, descubre para mucha gente fuentes en las que se esconde Dios sin que ellos mismos lo sepan. Trabaja con ellos hasta que empiece a fluir de nuevo las aguas en sus almas resecas (…) tal como hacen los sacerdotes al ser mediadores entre Dios y los hombres, porque nada de la vida cotidiana le afectaba. Y precisamente por ello entendía tan bien las miserias de todos (13 de junio).
Solo se puede amar si cultivamos nuestra alma; si la disciplinamos en la oración, el ejercicio tanto de las virtudes como en el deporte, y la formamos como lo hiciste al contemplar el arte (Miguel Ángel, Leonardo, etc.) y leer a Fiodor Dostoyevski, Jean Marie Rilke, San Agustín y los Evangelistas (29 de mayo). Te pregunto: ¿cómo lograste tanto en tan poco tiempo? ¿cómo llegaste a darnos otra mirada de Nuestro Dios? El Dios sufriente de los cristianos que incluso parece no hacer nada cuando padecemos la maldad:
Amado Dios, vivimos tiempos de inquietud… Pero hay una cosa que cada vez tengo más clara: que tú no puedes ayudarnos, que nosotros te ayudamos para que nos ayudes a nosotros mismos. Y todo cuanto podemos hacer en estos días y lo que realmente importa es proteger ese poco de ti, oh, Dios, en nosotros. Y, posiblemente, también en otros. Lamentablemente no parece que puedas hacer mucho en nuestras circunstancias, en nuestras vidas. Tampoco te responsabilizo por ello. No puedes ayudarnos, pero debemos ayudarte a defender tu morada en nuestro interior hasta el final… Créeme; trabajaré sin descanso para ti y te seré fiel y nunca te apartaré de mi presencia (12 de julio).
Me han causado una gran impresión estas palabras que para algunos podrían ser hasta blasfemas al decirle a Dios que «no puede ayudarnos». El judeocristianismo siempre ha hablado de un Dios que nos busca, que se revela. Esto es algo que no niegas, solo quieres poner la atención en la libertad personal de abrir nuestra alma, de hacer de ella «la morada» de Dios. Esta perspectiva nos permite responder las preguntas que nos hacemos (y le hacemos al Absoluto) ante las grandes tragedias: ¿Por qué lo permites, Señor? ¡¿por qué no lo impediste, Dios mío?! O como te dijo aquella anciana en el campo de concentración: «Dios mío, Dios mío… ¿existes aún?». No queda otro camino ante:
Las amenazas y el terror que crecen día a día. Me cobijo en torno a la oración como un muro oscuro que ofrece reparo, me refugio en la oración como si fuera la celda de un convento; ni salgo, tan recogida, concentrada y fuerte estoy. Este retirarme en la celda cerrada de la oración, se vuelve para mí una realidad siempre más grande, y también un hecho siempre más objetivo. La concentración interna construye altos muros entre los cuales me reencuentro yo misma y mi totalidad, lejos de todas las distracciones. Y podré imaginarme un tiempo en el cual estaré arrodillada por días y días, hasta no sentir los muros alrededor, lo que me impedirá destruirme, perderme y arruinarme (18 de mayo).
Westerbork como campo de concentración fue creado por los propios holandeses para los extranjeros en 1939, y el ocupante nazi lo comenzó a usar desde 1940 y en junio de 1942 se convirtió en campo de tránsito para los judíos. Cien mil judíos, entre ellos Ana Frank y su familia, pasarían por él rumbo a Polonia hasta el fin de la guerra en tu país en abril de 1945. Desde finales de noviembre del 42 comenzaste a ser enlace, a dar paz a tantos judíos que querían enviar cartas a otros familiares en Ámsterdam; pero también estuviste en el campo de Drenthe desde el verano. Allá conociste a gente que había estado en otros campos. En la carta de finales de diciembre hablas de la necesidad de escribir la crónica de Westerbork pero para ello «hay que ser un excelente poeta porque los relatos periodísticos no nos bastan». ¡Lo lograste querida Etty! ¡Toda la humanidad sufriente, todo el que busca a Dios en la oración te lee con lágrimas en los ojos!
En noviembre escribes desde Westerbok describiendo tus tareas: «mi interminable peregrinaje entre los barracones y el lodo» (Carta a Han Wegerif, 23 de noviembre de 1942) ¡Qué propicio para escribirlo en Navidad! ¡Dios nació en un pesebre, Dios se te reveló en la oración y también en el horror de un campo de concentración! Imagino todo lo que te agradecieron por alguna comida, por solo escuchar el sufrimiento, incluso por la biblioteca que montaste porque «aquí se hace visible la necesidad de libros» (Carta del 29 de noviembre de 1942).
«Westerbork me ha engullido por completo» tanto que hablas más adelante que «llevas en él cien años», pero al mismo tiempo agregas que estas feliz de estar allí. Y en la carta del 26 de diciembre dices: «Permanecen vivas las luces de Januká de las grandes barracas».
En junio de 1943 te quedas definitivamente hasta el amargo final de tu deportación en septiembre. ¡Es increíble que lograste salvar tus diarios, tus cartas! Siempre me hago la misma pregunta: ¡¿cuántos diarios y cartas se perdieron a lo largo de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial?! Al menos pude conocerte, aunque me duela pensar que dejo sin transcribir muchos de tus escritos en este pequeño artículo. Algún día, Dios mediante, espero poder volver a leerte; y volveré a comentarte. Quiero terminar con algunas palabras de esa otra pasión que nos une: la escritura, y también la siempre necesaria y buena esperanza todas tomadas de tus diarios de 1942: «Las largas noches en las que escriba, serán mis noches más bellas» (26 de mayo). «No había preguntas, solo una gran confianza y una gratitud, por lo bella que es la vida (…), y llena de posibilidad de futuro, a pesar de lo que ocurra» (25 de febrero). No olvidemos que «ninguna desolación es total, siempre hay un rayo de esperanza» y «no creo que podamos mejorar en algo el mundo exterior mientras no hayamos mejorado primero nuestro interior. Y esta me parece la única lección de esta guerra» (19 de febrero).