En la historia de la humanidad, el poder siempre ha tratado de mantener al pueblo en la oscuridad de todo: abrumado por el cansancio cotidiano, a menudo esclavizado, atrapado por las invisibles cadenas de la propaganda y el condicionamiento. El hombre común, inmerso en su pobreza, sin un sustento digno, rara vez podía nutrir su alma y su intelecto con las herramientas del Conocimiento, reservadas a reyes, emperadores, sacerdotes, dictadores y eventuales colaboracionistas...
Llevamos recuerdo de períodos de la historia de muchos países del mundo en los que se practicó la censura total, en los que se prohibieron muchos libros, en los que se decidió quemar todo instrumento que pudiera despertar la mente, proporcionando un gimnasio mental donde se desarrollaran las habilidades de pensamiento crítico del hombre.
Con respecto a esto, es oportuno recordar una obra que cuenta de una manera estupenda el tema de la destrucción de libros: Fahrenheit 451 (también publicado en Italia con el título Gli Anni della Fenice), una novela de ciencia ficción escrita en 1953 por Ray Bradbury, escritor y guionista estadounidense, innovador del género de ciencia ficción.
En 1966, del libro de Bradbury, se sacó la película homónima, obra maestra de François Truffaut, que describe, con su toque elegante y poético, una sociedad distópica -ambientado en un tiempo futuro indeterminado- donde leer y poseer libros era considerado un delito. Ninguno de nosotros habría podido imaginar, ya desde la primera escena, que aquel camión de bomberos que llevaba un grupo de héroes listos para actuar, no iba a apagar un incendio, sino a quemar cualquier tipo de libro: se trataba de un cuerpo especial de bomberos con la increíble tarea de prender fuego.
Truffaut permanece en el viaje del vehículo, en los rostros serios e impasibles de los bomberos, en su mirada perdida en quién sabe qué mundo extraño, en su convicción de estar llevando a cabo una tarea irrenunciable. El director se centra en Guy Montag, un bombero ejemplar en desempeñar el trabajo de incinerador de libros. Igual que aquellos empleados que cumplen a la perfección con el deber que les encomienda su dueño, como sabuesos de confianza insustituibles en busca de una presa.
Guy Montag (interpretado por el actor austriaco Oskar Werner) es un experto, capaz de registrar minuciosamente cada rincón de la casa, de encontrar libros en todos los escondites posibles, de llegar a los lugares más insospechados con su nariz, como un cazador de tesoros encontrando un cofre lleno de diamantes. Y estos diamantes son libros, obras antiguas y modernas, obras maestras y folletos triviales, volúmenes elegantes y ediciones populares. Todo esto se lo enseña también a sus jóvenes aprendices.
Ese descubrimiento sólo sirve para preparar una gran hoguera y el mismo Montag prende fuego con su lanzallamas, en un silencio ensordecedor: el fuego arde porque el arma actúa a una temperatura a la que se quema el papel, es decir, según el título de la película, a 451°F (grados Fahrenheit). Semejante espectáculo sirve para atemorizar a los bomberos y a todos los que están alrededor de la gran hoguera; como si de una advertencia se tratara, de un aviso, de un ritual colectivo para que la plebe entienda que se ha escapado del gran peligro. Quizás Truffaut quisiera recordar aquellos cuentos transmitidos oralmente por nuestros antepasados alrededor de las hogueras y donde el hombre aprendió también a exorcizar sus miedos y a perseguir su bienestar.
El fuego, a fin de cuentas, lo purifica todo y, si por un lado elimina todo rastro de escritura, por otro, las letras quemadas quedan impresas en el alma del individuo y sus cenizas cubren el conocimiento sólo temporalmente. En efecto, basta que Montag conozca a una mujer que guarda en sus ojos el misterio de la sabiduría, la curiosidad, la transgresión, un espíritu rebelde, para que se sienta inmediatamente atraído por ella. Su mirada ausente, que parece perdida en una jaula mental sin aliento, se suaviza lentamente dejando penetrar una gota de luz. Las palabras de Linda (interpretada por la espléndida Julie Frances Christie) bastan para cuestionarlo todo: ¿por qué eligió ese trabajo? ¿Qué diversión tiene quemar libros? ¿Estás seguro de que son realmente inútiles e incluso perjudiciales? ¿Alguna vez has leído uno para poder juzgar por ti mismo qué está bien o mal? Linda, como una nueva Eva, insinúa el gusano de la duda en la mente de Montag. Y como la serpiente de lengua bífida, se introduce en su vida de manera tan perfectamente plana que aún no ha sufrido el impacto de la rebelión.
Montag de repente mira a su alrededor, observa la estupidez de su esposa Mildred, su existencia inútil, superficial hasta el límite de la locura mental. Truffaut describe muy bien el cambio del hombre prisionero de su condicionamiento. Guy nota lo que no había visto antes: se siente rodeado de locura y monotonía. Empieza a leer, comprende lo que sienten los hombres cuando leen libros. Él comprende el valor de esas piedras preciosas, también las esconde en todos los lugares, crea su cofre del tesoro secreto; primero sin que su esposa lo sepa, luego intenta hacerla participar, pero ella se asusta por lo que no sabe, teme naufragar en ese mar de conocimientos donde corre el riesgo de ahogar su débil espíritu.
Está totalmente bajo el control del sistema, de la propaganda televisiva que ha desactivado todas las sinapsis de su inteligencia, aplastándola en la pantalla del televisor que cubre cada pared como un ojo mágico que la vigila. Esta hermosa mujer, vestida como una muñeca, se parece mucho a Linda y representa su alter ego dormido del que Montag no puede deshacerse. Milred incluso llega al punto de la denuncia más siniestra para no afrontar la realidad de su esclavitud. Son las mujeres, Linda y su anciana maestra (interpretada por Bee Duffell), quienes actúan sobre el espíritu de Montag. La mujer sabia, la anciana maestra, vive en una casa llena de libros, tiene la biblioteca más grande que Montag haya visto jamás. Truffaut seguramente quería citar la antigua Biblioteca de Alejandría. Y Montag se ve obligado a quemar ese tesoro de valor incalculable. Intenta rebelarse, también porque la mujer no quiere abandonar sus libros y se deja quemar en la hoguera de su sabiduría.
La escena recuerda la quema de las Brujas de la Santa Inquisición y quizás también el sacrificio de la científica Hipatia asesinada en su Alejandría por «un grupo de cristianos de alma recalentada, encabezados por un predicador llamado Pedro (...) tomaron posiciones para sorprender a la mujer mientras regresaba a casa. La bajaron del carro y la arrastraron hasta la iglesia que tomaba el nombre de Cesario; aquí le arrancaron el vestido y la mataron con pedazos de astillas. Después de desgarrarla miembro por miembro, transportaron los pedazos de su cuerpo al llamado Cinerone y borraron cada rastro quemándolos».
Lo mismo le sucede a la maestra, que decide quemarse junto con su biblioteca destrozada por la ignorancia. Montag la mira asombrado, le gustaría salvarla, pero falla. La escena enciende en él una rebelión total, decide luchar contra el status quo, pero no llega a tiempo porque el sistema ya lo descubrió y también está quemando sus incipientes conocimientos. Linda, sin embargo, le ofreció un camino de salvación, le mostró un lugar al que ella misma se estuve dirigendo, donde se esconden los «hombres del libro», individuos que aprenden una obra de memoria, para cuando llegue la destrucción de sus libros. Si la posibilidad de leer ha sido destruida, ellos mismos darán voz a lo que han aprendido de memoria. La escena final donde los hombres del libro caminan recitando la obra elegida, recuerda el paseo peripatético de los grandes filósofos, como Sócrates, Platón, Aristóteles, la propia Hipatia. El movimiento de caminar introduce aire puro en el cerebro, las células en movimiento generan evolución, cultura y sabiduría.
El conocimiento no puede ser asesinado por el fuego porque sus cenizas renacen como el Fénix. La novela de Bradbury es una de las obras maestras más distópicas de la literatura de ciencia ficción del siglo pasado, al igual que la famosa novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz, de 1932 o la novela de George Orwell, 1984 , escrita en el año 1948; las tres centradas en el control social, la censura y la manipulación de la información.
La situación actual de nuestra sociedad de consumo parece alejada del oscurantismo eclesiástico que en la Edad Media utilizaba el fuego para destruir libros y matar a personas peligrosas por su «espíritu revolucionario», pero esto no debe inducirnos al error.
Los libros también pueden destruirse de otras maneras: poniendo en el mercado, por ejemplo, tantos libros sin contenido o totalmente manipulados que resulta difícil encontrar aquellos que son preciosos y útiles para la evolución personal y para la difusión de un espíritu crítico en la sociedad; o manipulando la información que circula en los medios de comunicación hasta el punto de derramarse como una cascada en la mente de las personas.
Acabamos por no saber más qué es la Verdad, perdidos en la Babel de mil voces recitando simples consignas, con el aplauso colectivo del poder de la ignorancia. Pero hay una manera aún más sutil de aniquilar la lectura: a través de la tecnología de internet y las redes sociales, la información viaja por innumerables canales e invade todos los espacios posibles. Jóvenes, adolescentes y niños están tan hipnotizados por los vídeos -especialmente los cortos de TikTok- difundidos incesantemente en varios canales, que se han vuelto incapaces de dedicar tiempo y concentración a los libros. Su biblioteca de Alejandría es virtual y les quema el cerebro, aprisiona sus intereses, aniquila su curiosidad: la censura de lo que la inteligencia artificial decide que es nocivo, falso, o que viola las reglas de la comunidad -reglas establecidas arbitrariamente- hace el resto.
En todo caso, quedan las reservas de los 'Hombres del Libro' que todavía viven en el 'Mundo Real' y que recuerdan algunas de las grandes obras maestras del hombre, a menudo desaparecidas o vagamente recordadas en las escuelas o universidades. Pero no hay que preocuparse, esto es sólo ciencia ficción, de hecho, hoy en día, la censura no existe porque vivimos en una 'democracia' donde todos somos 'absolutamente libres'...