Una de las consecuencias más dramáticas que han provocado el actual modelo de desarrollo de Argentina, basado en el monocultivo de soja transgénica resistente al glifosato, es la contaminación que afecta a cientos de miles de personas en forma directa (quienes viven en localidades rurales o periurbanas de las regiones donde se encuentran concentrados estos tipos de cultivos intensivos) y a cientos de miles de manera indirecta (quienes consumen alimentos contaminados con agroquímicos).
Para comprender la magnitud del problema de la contaminación por agroquímicos en Argentina basta señalar que, si bien el área cultivada aumentó cerca de un 40% en las últimas décadas, el uso de agroquímicos como el glifosato se incrementó en más de un 1000% (Figura 1). Ello se debe a la alta dependencia de agroquímicos que requiere este «sistema productivo» (Berndt et al., 2020), así como a la resistencia a los agroquímicos que desarrollan las diferentes «plagas» que afectan a los cultivos transgénicos, lo que implica que estemos expuestos a una carga de entre 40 a 70 litros de agroquímicos por habitante por año (Comont, et al., 2019; Singh et al., 2020).
Figura 1: Uso de agroquímicos en Argentina (línea verde) en relación al área cultivada (línea azul) y el rendimiento (línea roja), para el período 1991-2010.
Fuente: Ávila-Vázquez y Nota (2010).
Aun cuando el uso del glifosato en Argentina está permitido con restricciones no significativas, se omite señalar que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer lo ha categorizado como probablemente cancerígeno para los humanos (Myers et al., 2016). Y si bien se niega el posible nexo causal entre el uso indiscriminado de glifosato y la ocurrencia de altas tasas de enfermedades graves, existe una clara superposición entre los mapas que muestran las zonas con mayor intensidad de uso de este agroquímico y las más altas tasas de cáncer en el país (Figura 2). En tal sentido, recientemente se han aportado las primeras evidencias epidemiológicas que demuestran un riesgo casi tres veces mayor de fallecer a partir de contraer cáncer en las zonas donde se utilizan más agroquímicos en el país (Verzeñassi et al., 2023).
Figura 2: Comparación de las zonas con mayor uso de glifosato (mapa de la izquierda, la referencia indica el número de litros por hectárea) y las tasas más altas de cáncer (mapa de la derecha, la referencia indica el número de muertes por cada 100 000 habitantes) en las provincias de Santa Fe y Córdoba, Argentina.
Fuente: La Voz (2014) y Soler (2015).
A su vez, permanentemente se aportan nuevas evidencias científicas que demuestran la alta toxicidad de este agroquímico (Rezende et al., 2021). Por ejemplo, entre los muchos efectos probados que genera el glifosato (Rossi, 2020), se pueden mencionar los siguientes:
- Induce la división celular y mutaciones.
- Es un potente disruptor endocrino e incluso puede ser letal para las células placentarias.
- Produce alteraciones en el desarrollo embrionario en vertebrados.
- Daña el material genético.
- Induce necrosis celular a través del AMPA.
- Tiene potencial cancerígeno.
- Induce linfoma no Hodgkin y enfermedad de Parkinson.
- Genera trastornos de los sistemas reproductivo, inmunológico, digestivo, renal y cardiovascular.
- Provoca el aumento de diferentes enfermedades en trabajadores agrícolas y residentes rurales.
- Aumenta el riesgo de contraer asma.
- Altera el desarrollo neuronal.
- Provoca conductas de autismo en la descendencia en casos de exposición materna.
Por su parte, aunque durante mucho tiempo se argumentó que el glifosato no se bioacumula en el medio ambiente, la evidencia científica ha demostrado lo contrario. El glifosato se puede encontrar a grandes distancias del sitio de aplicación debido a la ocurrencia de su deriva, la cual es muy difícil de predecir (Bernasconi et al., 2021), y aumenta su toxicidad a medida que se incrementa la temperatura (Parlapiano et al., 2021). También se ha demostrado que el glifosato y el AMPA (uno de los principales productos de degradación del glifosato) se encuentran en el polvo respirable emitido por los caminos rurales sin pavimentar (Ramírez-Haberkon et al., 2021).
En Argentina es tal el nivel de contaminación que los niveles de glifosato en el suelo alcanzan los 4 mg/kg, valores que pueden incluso estar subestimados (Peruzzo et al., 2008). Esos niveles son tan altos que el agua de lluvia en las regiones de mayor producción de soja transgénica del país tiene una concentración de glifosato 20 veces más alta que la registrada en Estados Unidos (Alonso et al. 2018). Inclusive, tanto el agua superficial como subterránea de las regiones con producción intensiva de soja transgénica se encuentra contaminada con glifosato (Mas et al., 2020). Por su parte, en el río Paraná (que abastece de agua a muchas de las grandes ciudades del país) las concentraciones de glifosato son cuatro veces superiores a las que se encuentran en un campo cultivado con soja RR (Etchegoyen et al., 2017).
Todos estos aspectos incrementan el riesgo de que la población del país en general sufra exposición oral a través del consumo de alimentos o agua contaminados con glifosato (Ávila Vázquez et al., 2017). De hecho, si se realizaran estudios sobre distintos grupos de riesgo, probablemente se obtendrían resultados similares a los de otros países, como México y Estados Unidos, en los que se encontró que el glifosato se encuentra presente en la orina de la mayoría de las personas analizadas (Lesseur et al., 2021; Lozano-Kasten et al., 2021). A su vez, el riesgo sanitario asociado al uso de glifosato en los campos argentinos radica no solo en el aumento de las dosis de aplicación (nueve veces más por hectárea que en los Estados Unidos, por ejemplo), sino también en que la paulatina pérdida de efectividad en el control de malezas ha llevado a los agricultores a mezclarlo con otros herbicidas altamente tóxicos, como el 2,4-D (Martini, 2012) y el Paraquat (Kim et al., 2007).
Cada día se conocen nuevos casos de personas afectadas por las «fumigaciones» que diariamente se producen en el campo argentino, muchas de las cuales han muerto a causa de la bomba química a la que han estado expuestas durante años (Ávila-Vázquez et al. 2017; Eleisegui, 2017; Verzeñassi et al., 2023). Por ejemplo, un estudio realizado en 15 escuelas rurales de la provincia de Buenos Aires detectó 16 agroquímicos tóxicos, entre ellos el glifosato, tanto en el suelo como en el agua (Adaro et al., 2019). Otro caso paradigmático es el del barrio Ituzaingó Anexo, en la periferia de la ciudad de Córdoba, donde los propios vecinos detectaron la ocurrencia de varios casos de enfermedades graves y comenzaron a denunciar las fumigaciones realizadas en campos cercanos sembrados con soja transgénica. Uno de los estudios, realizado en septiembre de 2005, encontró que 23 de cada 30 niños tenían pesticidas en su sangre, con concentraciones mucho más altas que el máximo permitido (Barri, 2010).
La organización Naturaleza de Derechos, una de las más activas en la denuncia del impacto del uso indiscriminado de agroquímicos en la salud y el ambiente, analizó en 2018 el agua que consumían los habitantes de la localidad de Tres Arroyos en la provincia de Buenos Aires, detectando una concentración de glifosato equivalente a 1.4 µg/l. A su vez, en 2021, en el marco del Proyecto SPRINT (que involucra universidades nacionales argentinas y de los Países Bajos), se realizó en la misma localidad un mapeo biológico del que participaron 73 personas, que consistió en analizar la presencia de residuos de agroquímicos en orina, sangre y materia fecal, provenientes tanto del aire que respiran como de los alimentos que consumen. Si bien la presentación de los resultados de este estudio fue recientemente censurada (Pícollo, 2023), algunos medios de comunicación alternativos pudieron acceder a los informes de este estudio (p. ej. Pomar, 2023; Rodríguez, 2023), revelando que para el total de participantes se detectó un rango de 6 a 13 plaguicidas en orina, un rango de 2 a 10 plaguicidas en sangre y un rango de 0 a 18 plaguicidas en materia fecal, así como un rango de 7 a 53 plaguicidas en las pulseras de detección que medían la presencia de plaguicidas en los ambientes en los que esas personas se mueven a diario.
Si bien durante décadas las compañías productoras de agroquímicos intentaron ocultar su toxicidad (Idafe, 2023), actualmente es tan abrumadora la evidencia de la peligrosidad de productos como el glifosato, que la propia Bayer ya reporta pérdidas económicas a partir de la compra de su patente a Monsanto (Ámbito, 2023). Llama entonces poderosamente la atención que el Gobierno Argentino no prohíba, como ya lo están haciendo otros países del mundo, el uso del glifosato. En una sociedad que priorice la vida por sobre los intereses económicos de las grandes corporaciones, bastaría con la evidencia de una sola de las tantas personas que perdieron la vida por los efectos de la contaminación con glifosato para que ello ocurriera.
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