La rivalidad entre Irán y Arabia Saudita se debe a una combinación de factores religiosos, geopolíticos e ideológicos. Ambos países se ven a sí mismos como adalides de dos diferentes versiones del islam: sunita y chiita, respectivamente. La fragmentación se produjo luego de la muerte del profeta Mahoma y la consiguiente lucha por el derecho a liderar el mundo islámico. Se pueden enumerar siete razones fundamentales que explican el antagonismo entre ambos países:
La religión: Ya mencionada anteriormente. En el territorio saudita se encuentran dos de los sitios más sagrados del islam, La Meca y Medina, lo que le permite reivindicar el liderazgo entre los sunitas, la corriente mayoritaria y más conservadora del islam. Por su parte Irán alberga la mayor población de chiitas y, desde la Revolución de 1979, es también el líder indiscutible de esa comunidad a nivel mundial. Irán y Arabia Saudita rompieron relaciones diplomáticas en 2016. La ruptura se produjo después de que Arabia Saudita ejecutara al clérigo chiita Nimr al-Nimr, quien había sido condenado por sedición y terrorismo. La ejecución provocó violentas protestas en la embajada de Arabia Saudita en Irán, lo que llevó a la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países.
La Geopolítica: Irán y Arabia Saudita son los países más influyentes de la región y tienen las fuerzas armadas más poderosas. El programa nuclear de Irán y la posibilidad de que un día disponga de armas nucleares, alarma a sus vecinos, en particular a Riad. Los dos han competido por influir religiosamente en sus vecinos expandiendo su influencia en Bahréin, Irak, Siria y Líbano.
Ideología política: Arabia Saudita está gobernada por una monarquía de naturaleza conservadora. En cambio, Irán practica una variante revolucionaria de la fe musulmana, al punto que el Ayatola Jomeini, consideraba que la monarquía en sí misma no era compatible con el islam. Irán ha dado un fuerte apoyo a la causa palestina y ha acusado a los estados sunitas, como Arabia Saudita de ignorar la situación de los palestinos y de representar los intereses occidentales. Históricamente Arabia Saudita ha mantenido relaciones cercanas con los países de occidente, fundamentalmente con EUA, que la proveen de miles de millones de dólares en armas. Desde 1979 las relaciones de Irán con Occidente han sido extremadamente tensas y Occidente ha impuesto sanciones económicas por la supuesta carrera de Teherán de contar con armas nucleares.
Siria: Arabia Saudita fue un patrocinador clave de los grupos rebeldes sunitas, opuestos al gobierno de Bashar Al Asad. El gobierno de Riad dio una conferencia llamada a unificar a los diferentes grupos rebeldes opuestos al Gobierno Sirio. Irán en cambio es un gran aliado de Siria. Se piensa que el apoyo militar y financiero de Irán y sus aliados de Hizbolá fue crucial para mantener a Bashar Al Asad en el poder.
Irak: Arabia Saudita y otros países del Golfo, apoyaron a Irak en su guerra con Irán (1980-1988) y sufrieron ataques por parte de Irán en su flota marina. Las relaciones diplomáticas entre Irán y el Reino Saudí fueron suspendidas por tres años después de la guerra. Desde la caída de Sadam Hussein, la mayoría chiita en Irak ha dirigido el gobierno del país y ha mantenido relaciones muy cercanas con Teherán. Bagdad ha acusado a Riad de apoyar a los grupos sunitas radicales y fomentar la violencia sectaria en Irak.
Yemen: Saudí Arabia comparte la península Arábiga con Yemen, país en el que vive una minoría chiita, los hutíes. Estos se rebelaron y tomaron partes de Yemen, incluyendo la capital Saná, y en 2015 obligaron a exilarse al gobierno que contaba con el apoyo de Arabia Saudita. Los países árabes del Golfo han acusado a Irán de apoyar militar y financieramente a los hutíes, aunque Irán lo ha negado. Una coalición liderada por Arabia Saudita ha invadido Yemen para combatir a los rebeldes hutíes, cuyo levantamiento en el patio trasero saudita es un gran motivo de preocupación para Riad.
Petróleo: El petróleo es importante para ambos países -Arabia Saudita es el mayor productor y exportador del mundo- pero mantienen diferencias en cuánto debe producirse y a qué precio debe venderse. Arabia Saudita es un país más rico y tiene una población más pequeña que la de Irán. De ahí, derivan las diferencias sobre los precios del petróleo y los volúmenes de producción que adopta la OPEP.
Irán, Arabia Saudita y EUA: triángulo de tensión
En 1974 el presidente Richard Nixon enfrentaba una crisis petrolera, inflación descontrolada, recesión y el desplome del mercado bursátil. En cierta medida, esto fue resultado de la decisión que Nixon tomó en 1971 cuando resolvió abandonar el patrón oro y liberar la emisión de dólares independientemente de las reservas de oro depositadas, como garantía de la moneda, en Fort Knox. A partir de entonces, la cantidad de dólares emitidos y en circulación, no guardaba ninguna relación, ni proporción alguna, con las reservas de oro que posee la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos.
Consciente de la necesidad de darle un nuevo respaldo al dólar, el presidente Nixon envió, en Julio de 1974, a su Secretario de Estado Henry Kissinger y al Subsecretario William Simon a Arabia Saudita, que lideraba la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), creada en 1960 en Bagdad.
Estados Unidos tenía un acuerdo estratégico con Arabia Saudita conocido como el Acuerdo de Quincy, por hacer sido firmado por el presidente Franklin Delano Roosevelt y el rey Abdulaziz Al Saud, el 14 de febrero de 1945 en el crucero USS Quincy, que estaba anclado en la bahía de Great Bitter Lake, cerca de Suez, Egipto. El Acuerdo estableció una alianza entre los dos países, en la que EUA garantizarían la integridad territorial del Reino de Arabia Saudita a cambio de acceso preferencial al petróleo saudita. El acuerdo también estableció la cooperación militar y económica entre los dos países. Desde entonces, la relación de Estados Unidos y Arabia Saudita ha sido una parte importante de la política exterior estadounidense en el Medio Oriente.
¿Cuál era la misión de Kissinger y Simon? En 1974, el Sha Reza Palevi de Irán era, por entonces, el aliado estratégico de EUA en la zona del Golfo y todo el Medio Oriente, contaba con el apoyo y la protección militar de EUA. El Sha que era persa y chiita, miraba con recelo el creciente papel de la Casa Real Saudí, que eran árabes y sunnitas, por su participación creciente en la producción y comercialización de petróleo. A su vez el Monarca Saudí temía a la superioridad militar del Sha de Irán, que amenazaba la integridad territorial de su país y la seguridad de los miembros de la Casa Real Saudí. Además, de otras amenazas vinculadas con la falta de delimitación de sus fronteras con los Emiratos Árabes y con Qatar.
La diferencia entre ambos reinos era que Reza Palevi comenzaba a ser hostigado por los clérigos por la rápida «occidentalización» que había impuesto a la sociedad iraní, mientras el monarca saudí, controlaba férreamente a su sociedad y aumentaba crecientemente su influencia entre los países del Golfo de mayoría sunnita. Uno iba declinando y el otro emergiendo.
Por tanto, la misión de Kissinger, sugerida por él mismo era ofrecerle, dentro del acuerdo estratégico de Quincy, al Monarca Saudí que las fuerzas armadas de EUA defenderían a la familia real y al propio reino, en su integridad territorial, de toda amenaza regional o extrarregional. La contrapartida que exigía EUA era que Arabia Saudita, en su condición de presidente de la OPEP, determinara que todos los países miembros se obligaran a fijar el precio internacional del petróleo en dólares estadounidenses, impidiendo que toda transacción en materia de petróleo, gas y otros combustibles se denominara en otra moneda que no fuera el dólar.
El resultado de estas negociaciones secretas: el Pacto de Jeddah, firmado en julio de 1974, estableció una alianza estratégica de largo plazo entre EUA y Arabia Saudita, que ha perdurado hasta la actualidad. Esta alianza consagrada en el Acuerdo de la OPEP, conocido como Petrodólar, salvó a las finanzas de Estados Unidos. Como todo el mundo necesitaba petróleo, todo el mundo necesitaba dólares para comprarlo. La enorme demanda de petrodólares que siguió al Pacto de Jeddah, se convirtió en el respaldo del dólar, sustituyendo el «oro metalífero por el oro negro, el petróleo». Al mismo tiempo, en el orden político estratégico produjo un desplazamiento de Irán por Arabia Saudita, como satélite privilegiado en la zona del Golfo y Medio Oriente. Este desplazamiento se convirtió en ruptura de facto y naturaleza irreconciliable, cuando los Ayatolas y la Guardia Revolucionaria tomaron el poder en 1979. En la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) Arabia Saudita apoyó incondicionalmente a Irak.
El respaldo a los nuevos dólares emitidos ya no era el oro, sino la demanda generada por la obligación de denominar los contratos de compra y venta de petróleo y gas en dólares americanos a escala mundial. El mundo se cubrió de petrodólares que, por la magia del poder del capital financiero, se convirtieron en deuda externa de los países en vías de desarrollo y emergentes.
La expansión diplomática de China
Apenas transcurridas cuatro semanas del conflicto bélico en Ucrania, el dueño de Black Rock, Larry Fink, formuló dos pronósticos que hicieron temblar a los mercados internacionales. Afirmó: «La invasión rusa a Ucrania ha puesto fin a la globalización que hemos experimentado durante las últimas tres décadas» y, antes que los periodistas recuperaran el aliento, remató: «Un sistema global de pagos digitales, cuidadosamente diseñado, puede mejorar la liquidación de las transacciones internacionales, (supliendo al dólar como patrón de cambios del comercio internacional) reduciendo al mismo tiempo el riesgo de blanqueo de dinero y la corrupción».
Las opiniones de Larry Fink nunca pasan desapercibidas. Una lectura profunda de sus declaraciones dejaba entrever una advertencia de los cambios estructurales que aceleraría la guerra europea. Estaba adelantando la declinación del uso del dólar como moneda hegemónica y la necesaria transformación del sistema de pagos global. El señoreaje monetario del dólar en el comercio internacional y como reserva de valor, posiblemente no termine en el corto plazo, pero comienza a discutirse su falta de respaldo y el privilegio de Estados Unidos para emitir la moneda de cambio universal. El propio Wall Street Journal ofrecía una prueba concreta de ese giro al publicar, a través de sus corresponsales en Riad y Dubai, la capital y el centro de negocios de Arabia Saudita, que se aceleraron las negociaciones para que la potencia petrolera comience a venderle barriles de crudo a China, recibiendo yuanes en lugar de dólares. Esta sería la plataforma de proyección, en gran escala, del «petro-yuan» digital en transferencias crossborder, es decir en los pagos que se realizan entre distintas fronteras.
Lo que anunciaba The Wall Street Journal ya ocurrió. Las cifras de este intercambio no son pequeñas. Arabia Saudita realiza exportaciones de petróleo por alrededor de 150 mil millones de dólares anuales y China compra la tercera parte de ese total. El segundo país al que más le vende es a India, un país que también tiene interés en desarrollar un sistema de moneda digital propio, que podría tener liquidación en tiempo real y compatibilidad con la red del yuan digital. Esto era absolutamente previsible, la economía china explica cerca del 20% del PBI mundial, pero su moneda se usa en menos del 3% de los intercambios de comercio a nivel global. Si el crecimiento de la economía y el comercio de China siguen aumentando aceleradamente, en palabras de Ray Dalio, director de uno de los fondos de cobertura más grande del mundo: «El yuan ocupará un rol cada vez más importante como reserva de valor y de cambio internacional. Es algo natural».
Esta tendencia a la modificación del sistema de pagos internacionales confirmó y aumentó la atención de China sobre los países petroleros del Golfo y la expansión de su influencia diplomática en la región
Irán, Arabia Saudita y China: triángulo de distensión
El 10 de marzo de 2023, apenas cumplido un año del conflicto ruso-ucraniano, la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudita, rivales (aparentemente irreconciliables) por la hegemonía en la región del Golfo Pérsico, restablecieron relaciones diplomáticas. Los pasos dados en favor de la distensión comenzaron en 2021, cuando las partes acordaron avanzar en conversaciones secretas, a fin de resolver diferencias enraizadas en aspectos políticos, económicos y religiosos. Pero lo más asombroso del sorpresivo anuncio es, que el acuerdo entre Teherán y Riad fue alcanzado, a partir de los esfuerzos diplomáticos de la ascendente diplomacia de la República Popular China.
La pregunta obligada es: ¿qué provocó este cambio en la geopolítica de esa región? Hay varias causas concurrentes, que permitieron la exitosa resolución del proceso de paz:
Se destaca el «rol de mediación» de China, que responde a varios factores. a) En primer lugar, ambos países mantienen intensas relaciones comerciales con China, particularmente en el campo energético-petrolero; b) A partir de 2017 China se convirtió en el primer importador mundial de petróleo superando a Estados Unidos, por lo tanto, el crudo proveniente del Oriente Medio y los países del Golfo es un insumo crítico para sostener sus industrias, producción y consumo. c) Un dato determinante, Arabia Saudí es el primer exportador de crudo a China, la sigue Rusia, tercero Irán, luego Irak, Omán, Angola y séptimo los Emiratos Árabes Unidos.
La activa diplomacia pública y no pública desarrollada por China en la región, desde mediados de la década pasada, ha dado frutos. Dirigida a garantizar la adecuada provisión de crudo, a ocupar espacios de influencia cedidos por EUA y asegurar las rutas de abastecimiento a través del Golfo Pérsico, Estrecho de Ormuz y Golfo de Adén.
En este sentido, Irán oficialmente se ha unido al proyecto chino de Ruta de la Seda (OBOR/BRI). A su vez, China es el primer socio comercial de Arabia Saudí y las inversiones chinas son valoradas en el marco de la denominada «Visión 2030 del Reino», consistente en alcanzar sus objetivos de desarrollo. La distensión bilateral sirve asimismo para afianzar expectativas de una más profunda vinculación con China, por parte de los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo. Arabia Saudí también espera unirse al proyecto de la Ruta de la Seda en la región de Jizan, con el fin de atraer inversiones extranjeras.
Por el lado de Irán, las conversaciones con las potencias occidentales para reactivar el pacto nuclear de 2015 (que firmara el presidente Obama) están congeladas y las sanciones económicas impuesta por aquellos han hecho que las relaciones se hayan vuelto más tensas. Por otra parte, Rusia, el principal aliado internacional de Irán, está en guerra con Ucrania, lo cual le otorga a China un papel mayor como mediador, actor diplomático y estratégico en la región del Golfo.
En concreto, por el Nuevo Acuerdo, los compromisos asumidos por las partes reafirman el mutuo respeto a la soberanía, al principio de no injerencia y la reactivación de un acuerdo de cooperación en materia de seguridad firmado en abril de 2001. Asimismo, acuerdan en cooperar en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y el lavado de dinero, así como reactivar un acuerdo comercial y tecnológico firmado en 1998.
Muchos observadores consideran importante analizar el rol que ha jugado en este acuerdo el príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS), gobernante de hecho del reino saudí, habida cuenta de la edad avanzada de su padre, el rey Salman bin Abdulaziz de 87 años. Según un observador, mientras la administración Biden ha destratado a sus aliados del Golfo, amenazando a los saudíes con convertirlos en «parias del sistema» y frenando la provisión de armas, MBS habría encontrado más pragmatismo en la ascendente diplomacia china.
Conforme a esta interpretación, el anuncio sobre la reanudación de relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán no debió haber sorprendido a la Casa Blanca, en tanto ha sido el resultado inevitable de las limitaciones diplomáticas estadounidenses, la declinación relativa de su liderazgo, la guerra ruso-ucraniana y la búsqueda de China por expandir su influencia como un poder global.
Finalmente, la nota más destacada del acuerdo saudí-iraní es que el mediador fue Beijing, un rol tradicionalmente ejercido por Washington. El Financial Times advirtió hasta qué punto quedaron expuestas las renovadas aspiraciones geopolíticas chinas. Señaló que, durante años, Beijing había limitado su atención en Medio Oriente a las cuestiones económicas y comerciales, sin incursionar en el plano de la política y la seguridad. Los acontecimientos, verdaderos amos de la historia, parecen confirmar la tendencia estructural de la época. Al punto que, en el plano estratégico, en geografías distantes como Ucrania y el Golfo Pérsico, Beijing está demostrando una vocación diplomática de mediación y protección global, acorde a su estatus de superpotencia económica mundial.