Nadie discute que Joseph Fouché, célebre veleta, fue un caradura de mucho cuidado. Su vida política -al servicio de quién pudiese ofrecerle poder- es el arquetipo del oportunista, del mismo modo que la Celestina es el arquetipo de la alcachueta. El genial Fouché tenía de los dos.
Contrariamente a muchos políticos chilenos contemporáneos sabía leer y escribir. Amén de ser un tipo cultivado, erudito e ingenioso cuya prosa era elegante y entretenida.
Consciente de su reputación e inquieto de la imagen que conservaría la posteridad, escribió sus célebres Memorias de Joseph Fouché, duque de Otranto, Ministro de la Policía General, publicadas cuatro años después de su muerte (1820) en Trieste, entonces posesión italiana del Imperio austríaco.
Europa siempre ve bailar sus fronteras, sometidas por milenios a la fiebre conquistadora de los émulos de Julio César.
Afiebrado republicano (según él mismo), Fouché estuvo implicado en la violenta represión de la insurrección de Lyon en 1793 y fue ministro de la Policía bajo el Directorio, el Consulado, el Imperio y la Segunda Restauración. Napoleón lo hizo duque de Otranto, honor que el afiebrado republicano aceptó con la misma sonrisa que los millones sustraídos del erario nacional. Las malas lenguas pretenden que de ahí viene el proverbio que reza: A nadie lo amarga un dulce.
Ya descartado por el Emperador, que desconfiaba de todo y de todos, Fouché intentó volver a ganar los favores de Napoleón desaconsejándole invadir Rusia:
Sire, está Ud. en posesión de la más bella monarquía de la Tierra; ¿quiere Ud. extender sin cesar sus límites para dejarle a un brazo menos fuerte que el suyo la herencia de una guerra interminable?
Todo Fouché está en esa frase: la pertinencia, la profundidad, la intuición... y la más abyecta sumisión. Como más tarde probó su adhesión a la Restauración, Fouché se inquietaba más por su propio futuro que del Imperio y del Emperador. Por una vez su inteligencia hacía coincidir su estrella con la de los pueblos europeos cuando escribió:
Las lecciones de la Historia rechazan la idea de una monarquía universal. Tenga cuidado con que demasiada confianza en su genio militar no le haga franquear las fronteras de la naturaleza y chocar contra los preceptos de la sensatez.
Todo lo que su dominación podría ganar en extensión lo perdería en solidez. Deténgase, aún es tiempo; goce por fin de un destino que es sin duda el más brillante de todos los que, en nuestros tiempos modernos, el orden de la civilización le haya permitido a una imaginación audaz desear y poseer.1
Tú sabes que la invasión de Rusia terminó en una estruendosa derrota para Napoleón, y que el episodio del río Berezina fue el equivalente de Stalingrado para Hitler. El emperador ruso Alexander I llegó con sus tropas a París, en donde vivió largos meses confortablemente instalado en el palacio de Talleyrand, otro veleta brillante y genial, del cual el Larousse dice:
Hombre de todos los regímenes, de la Revolución a la Restauración, Talleyrand hizo de la diplomacia un arte en el que el cinismo estaba aliado a la eficacia. Tan diligente para servir como para traicionar, indiferente al juicio de la Historia, se esforzó antes que nada en preservar el rango de Francia en Europa.
Así las cosas, el fin de Napoleón comenzó en la otra ribera del Niémen. Dos ríos, Niémen y Berezina, marcaron el ocaso del Emperador cuya respuesta a Fouché fue clara y brutal:
...necesitaba 800 mil soldados, y los tengo; arrastro a toda Europa tras de mí, y Europa no es sino una puta vieja y podrida de la que haré lo que me dé la gana con 800 mil soldados. ¿No me dijo en otros tiempos que Ud. hacía consistir el genio en no encontrar nada imposible?
Desde niño fui buen público. Las lecturas de Simbad y de Okey y de todo lo legible que cayó en mis manos, desarrolló mi imaginación cosa mala. De ahí que una idea penetrase en mis miolos: si Julio César, Napoleón y tantos otros aspirantes a todopoderosos se fueron de culo a lo largo de la Historia, aspirados por el torbellino de la ambición desmesurada a convertirse en -como decía Fouché- monarcas universales... ¿qué nos dice que no ocurrirá lo mismo con el Imperio actual?
La Unión Europea convertida en el dominio de ultramar del Imperio gracias a la insuficiencia gonadal de sus políticos de posguerra (con la insuperable excepción de Mon Général), la otra América sometida por medio de asesinatos, invasiones, golpes de Estado, compra de consciencias, bloqueos y agresiones varias... el Imperio no descansa. Imagina -como Napoleón- que la fuerza de las armas obligará al resto del mundo a inclinar la cerviz.
En ese sueñito irresponsable Israel constituye un arma estratégica, un portaaviones terrestre. Y los alcahuetes planetarios corren a desafiar cualquier opinión contraria a la colonización de Palestina.
Suiza, por ejemplo:
Los conciertos del pianista turco Fazil Say, previstos en Suiza la semana próxima, fueron anulados en razón de sus comentarios sobre el conflicto en el Medio-Oriente, indicó el artista. Say debía tocar de lunes a jueves, con la orquesta sinfónica de Birmingham, en Zurich, Berna, Ginebra y Lucerna. La razón de este cambio son las declaraciones públicas de Fazil Say luego del ataque terrorista contra Israel.
En un tweet, el pianista respondió a un mensaje del presidente turco Recep Tayyip Erdogan que acusó a Israel de estar en el origen del ataque al hospital Ahli Arab en Gaza. «Estoy totalmente de acuerdo. Gracias por esta declaración llena de sentido», respondió Fazil Say. «Todo el mundo debería hacer algo para detener esta guerra. Netanyahu debería ser juzgado por crímenes de guerra, genocidio y masacres», antes de agregar «Libertad para los Palestinos. Por la humanidad. Basta de esta brutalidad». En un video en Instagram, el pianista turco dice igualmente que «nadie puede aprobar lo que Hamas le hizo a inocentes».
A estas alturas conviene precisar que Turquía es miembro de la OTAN... Y que los llamados a la paz van contra las órdenes provenientes de Washington: «No es hora de un cese al fuego», decidió la Casa Blanca. Las declaraciones de Erdogan, ese aliado que en la UE califican de dictador, son inadmisibles.
Nadie tiene el derecho a una opinión que no sea emitida por el Imperio. Y al parecer el ego se infla más de lo conveniente: ahora «Israel exige la renuncia del secretario general de la ONU y no entregará visados a miembros del organismo».
La tensión entre las autoridades israelíes y la ONU se da luego de que su presidente António Guterres afirmase que los ataques de Hamás «no vienen de la nada», sino tras «56 años de ocupación asfixiante».
Guterres, un socialdemócrata extremadamente moderado, se equivoca: los años de ocupación asfixiante son ya 75.
Para los designios de Washington eso no tiene importancia. Las tropas neocoloniales yanquis están en España, en Bélgica, en Alemania, en Grecia, en América Latina, en Asia, en África... las bases militares del Imperio son incontables.
Lo que me lleva a recordar las palabras de Napoleón:
...necesitaba 800 mil soldados, y los tengo; arrastro a toda Europa tras de mí, y Europa no es sino una puta vieja y podrida de la que haré lo que me dé la gana con 800 mil soldados.
Pero ni Biden ni Trump son Napoleón, quién además de un inmenso ego tenía cerebro. Y poder. Y aliados. Y ministros excepcionales como Fouché y Talleyrand. Y esbirros. Y genio.
Y aun así terminó allí donde lo envió su desmesura. Fouché tenía razón:
Las lecciones de la Historia rechazan la idea de una monarquía universal.
Notas
1 Mémoires de Joseph Fouché, Duc d'Otrante, Ministre de la Police Générale. Editions Jean de Bonnot. Paris, 1967.