En mi experiencia docente, tuve la oportunidad de moverme en diversas instituciones encargadas de ofrecer el servicio educativo en distintos tipos de comunidades. Desde cajas de compensación familiar que requerían diseñar, planear y evaluar procesos educativos con niños y jóvenes de escasos recursos, hasta escuelas con una larga trayectoria en la capital antioqueña donde el tener dinero o posición social era la regla para poder ingresar. Con mayores o menores cambios, moverme en espacios educativos tan diversos (y desde distintas áreas del conocimiento) me permitió hacerme una idea más o menos clara de algunos problemas que posee la educación de mi país (Colombia) y que, en diálogo con colegas que han tenido la oportunidad de enseñar en el extranjero, no son tan opuestos a las dificultades que atraviesan otros países en el mismo campo.
Una de las dificultades que más he alcanzado a divisar, sin duda, es la desaparición al interior del proceso educativo de la responsabilidad y no, no diré aquí que los tiempos pasados eran mejores y -por tanto- necesitamos volver a métodos tradicionales. Permítanme explicar mi punto antes de elaborar un juicio en torno a mi posición pedagógica.
La burbuja de la comodidad
Para poder explicar mi punto en torno al déficit de responsabilidad procederé a acercarme a los trabajos de Viktor Frankl y el Dr. Jordan B. Peterson ambos, articulan sus ideas en torno a la premisa de que son las elecciones del ser humano y su disposición para afrontar las dificultades lo que llevan a que se den procesos de individuación importantes, los cuales llevan al sujeto a madurar en su proyecto vital.
Empecemos ahora, por definir el concepto de responsabilidad y las posibles razones por las cuales ha perdido el encanto que antaño traía consigo.
La palabra «responsabilidad» tiene sus raíces en el latín. Proviene de la combinación de dos términos latinos: responsum y abilitas.
-Responsum se traduce como «respuesta» o «respuesta a una pregunta».
-Abilitas se refiere a la capacidad o habilidad para hacer algo.
En conjunto, «responsabilidad» implica la capacidad de responder o la habilidad para dar cuenta de las acciones, decisiones o deberes asignados. Así, etimológicamente, la responsabilidad está vinculada a la idea de ser capaz de responder por nuestras acciones y asumir las consecuencias correspondientes.
La modernidad ha traído consigo una mejora considerable en muchos de los aspectos de la vida del ser humano. La obtención de una gran cantidad de derechos humanos, la posibilidad de acceder a salud, educación y demás beneficios sociales. Sin embargo, con tiempos llenos de confort es común que el sentido del por qué se hacen las cosas se vuelva difuso o borroso. En este contexto, la responsabilidad emerge como un faro que guía a los individuos hacia la madurez y la plenitud personal. A medida que la modernidad nos brinda comodidades y libertades inimaginables en eras anteriores, la responsabilidad se convierte en el hilo conductor que conecta nuestras acciones con un propósito más profundo. Es en la asunción consciente de nuestras obligaciones y en la toma de decisiones informadas donde encontramos el contrapeso necesario para evitar la pérdida de significado en nuestras acciones cotidianas. La responsabilidad se presenta como un recordatorio de que, junto con los derechos y privilegios, también heredamos la carga de actuar de manera ética y reflexiva en la construcción de nuestras vidas y en la contribución al bienestar de la sociedad. En este equilibrio delicado entre la comodidad moderna y la responsabilidad individual, se forja el camino hacia una madurez que va más allá de la mera realización personal, abrazando la conexión con algo más grande y trascendental. Sin embargo, ¿Qué pasaría en caso de que el adulto moderno tuviera dificultades para comprometerse o, más bien, para responsabilizarse por algo?
Z. Bauman afirma que nos encontramos en una época donde los lazos, el historial profesional, las relaciones significativas e incluso los objetivos de vida son puestos en espera debido a la necesidad de vivir a plenitud cada una de las modas que la estructura consumista del mundo nos propone. Así, el ser humano afirma que «ya habrá tiempo» para asumir luego cargas emocionales y responsabilidades -es momento de vivir al máximo y disfrutar lo que hay-. Este enfoque efímero y orientado al disfrute inmediato puede conducir a una serie de consecuencias profundas en la vida del adulto moderno. La renuencia a comprometerse o asumir responsabilidades puede resultar en una falta de estabilidad emocional y relacional. Las relaciones, tanto personales como profesionales, tienden a volverse superficiales y efímeras, ya que la disposición a comprometerse a largo plazo disminuye en favor de la gratificación instantánea. La falta de una conexión profunda con otros y con metas a largo plazo puede generar un sentido de vacío y desorientación, ya que la vida se convierte en una serie de experiencias fragmentadas en lugar de una narrativa coherente.
Además, la postergación constante de responsabilidades puede afectar negativamente la construcción de una identidad sólida y la sensación de logro personal. La búsqueda perpetua de la última moda y el placer momentáneo pueden resultar en una sensación de insatisfacción crónica, ya que la felicidad se busca constantemente en experiencias fugaces en lugar de en logros duraderos. Así, podemos pasar nuestros 20’s en disposición de vivir plenamente el presente, sin la necesidad de ataduras o compromisos -por pequeños o grandes que sean- pero cuando los 30´s han llegado nuestra mentalidad debería ser otra, el problema radicaría en que persiste en el ser la idea de un presente inamovible, un futuro que no llegará, un «ya habrá tiempo»… pero el tiempo ha llegado y no poseemos las herramientas necesarias, o la experiencia psíquica, para afrontarlo con la suficiente madurez.
Una escuela cómoda
Podría ser que los lugares donde se acostumbraba a incomodar al ser humano se hayan vuelto extremadamente flexibles de un momento a otro con la excusa de parecer innovadores. Y es que la escuela, en aras de satisfacer las necesidades del cliente -padres de familia- han procurado mostrarse como el espacio de comodidad por excelencia. Las tareas que se hacían en casa desaparecieron (en algunas instituciones se prohíbe) las temáticas difíciles se hacen cada día más simplistas, e incluso muchas escuelas prefieren evitar la agotadora tarea de solicitar a los estudiantes pruebas de refuerzo o actividades de apoyo para que puedan pasar al año siguiente, prefiriendo dar un par de sermones en la coordinación académica y con eso basta.
Este cambio en la dinámica escolar, orientado a proporcionar una experiencia más cómoda y menos desafiante para los estudiantes, plantea interrogantes sobre los resultados a largo plazo. La eliminación de tareas en casa y la simplificación de temáticas pueden generar un entorno educativo en el que los estudiantes no se enfrenten adecuadamente a desafíos intelectuales y no desarrollen habilidades de estudio autónomo. La comodidad inmediata puede traducirse en una falta de preparación para situaciones más exigentes en la vida académica y profesional. La escuela, al convertirse en un espacio de comodidad por excelencia, corre el riesgo de no cumplir completamente con su función esencial: preparar a los estudiantes para asumir compromisos gradualmente en sociedad. La educación efectiva implica un equilibrio entre el apoyo necesario y el desafío que impulsa el crecimiento intelectual, emocional/personal y social. La simplificación excesiva podría resultar en una generación de estudiantes que no estén debidamente equipados para enfrentar la complejidad y la diversidad del mundo real.
Para el ya mencionado autor, Jordan B Peterson, la sobreprotección y el intento de ahorrarles a los niños compromisos y frustraciones a corto plazo pueden tener consecuencias existenciales catastróficas en el futuro. Peterson sostiene que la vida está intrínsecamente tejida con desafíos y responsabilidades, y que negarles a los niños la oportunidad de enfrentarse a estos obstáculos puede debilitar su capacidad para hacer frente a las adversidades en la edad adulta.
En lugar de proteger a los niños de toda incomodidad, Peterson aboga por la introducción gradual de responsabilidades proporcionadas a su capacidad y edad. Desde tareas domésticas simples hasta decisiones que involucren cierto grado de autonomía, brindarles a los niños la oportunidad de asumir responsabilidades les permite desarrollar habilidades esenciales, como la resiliencia, la toma de decisiones y la autorregulación emocional.
Desde la perspectiva educativa de Peterson, permitir que los niños enfrenten desafíos y asuman responsabilidades no solo los prepara para el mundo real, sino que también contribuye a la formación de su sentido de propósito y dirección en la vida. Al aprender a lidiar con la responsabilidad desde temprana edad, los niños gradualmente construyen una base sólida para enfrentar desafíos más complejos en su camino hacia la madurez. Viktor Frankl, el renombrado psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, ofrece una perspectiva enriquecedora que complementa la visión de Jordan B. Peterson sobre la responsabilidad. Frankl, en su obra El hombre en busca de sentido, destaca la importancia de asumir la responsabilidad en la toma de decisiones como un factor fundamental para construir una identidad madura y significativa.
Frankl sostiene que, incluso en las circunstancias más adversas, los individuos tienen la capacidad de elegir su respuesta ante las situaciones que enfrentan. Esta capacidad de elección, según Frankl, es lo que distingue a los seres humanos y les otorga una autonomía interior. Asume que la responsabilidad no solo radica en las acciones que emprendemos, sino también en la actitud que elegimos adoptar frente a las experiencias de la vida.
En el contexto educativo, la enseñanza de Frankl enfatiza la importancia de cultivar la capacidad de elección consciente desde una edad temprana. Permitir que los niños comprendan que son responsables de sus actitudes y decisiones contribuye a la formación de individuos capaces de guiar sus propias vidas de manera ética y significativa. Al enseñar a los niños a asumir la responsabilidad de sus elecciones, se les capacita para convertirse en adultos que no solo buscan el propio beneficio, sino que también consideran el impacto de sus acciones en los demás.
Detonar la madurez
En el contexto educativo, este enfoque sugiere una contrapropuesta al discurso líquido y maleable de la modernidad. Las aulas de clase y los entornos educativos deben convertirse en espacios donde se fomente activamente la asunción de responsabilidades, no solo en términos académicos, sino también en la formación de individuos éticos y autónomos. La responsabilidad, entendida como la capacidad de tomar decisiones conscientes y de asumir las consecuencias de esas decisiones, se erige como una herramienta potencialmente detonadora de madurez, por más anticuada que pueda llegar a parecerle a algunos.
Al integrar las lecciones de Bauman, Peterson y Frankl en la educación, se ofrece a los estudiantes la oportunidad de construir un sentido de propósito arraigado en la responsabilidad personal. Este enfoque no solo les equipa para enfrentar desafíos y contribuir de manera significativa a la sociedad, sino que también contrarresta la narrativa efímera y superficial que a menudo caracteriza a la modernidad. En última instancia, la responsabilidad en el ámbito educativo se convierte en un faro que guía a las generaciones venideras hacia la madurez, la autenticidad y la búsqueda constante de significado en un mundo en constante cambio.