Es uno de noviembre en el cementerio de Mixquic, dicen, lugar originario donde comenzó a celebrarse el día de muertos en México. En el laberíntico panteón decorado de flores con muchas tumbas recubiertas de pétalos y velas iluminando el sepulcro que celebraba las almas de los niños difuntos; tres jóvenes alrededor de una tumba que tenía por cruz una patineta, visitaban a su amigo Marlon fallecido cinco años atrás.
El joven de 24 años parecía haberse realizado como si tuviera el doble de su edad. Con el apoyo de la alcaldía y la presentación de su proyecto, había logrado llevar a cabo un programa de mejoría del barrio en el que incluía un skatepark. Uno de sus amigos, embriagado de nostalgia, hablaba efusivamente de él como su gran ídolo pues Marlon había sido un joven muy emprendedor y líder de su comunidad.
Los tres chicos ponían música que a Marlon le gustaba, Pink Floyd, Silvio Rodríguez... Mientras quemábamos Copal, me explicaron muchas historias sobre él. Aunque no eran de Mixquic, si no del municipio de Chalco conocían muy bien todas las hazañas realizadas por su amigo Marlon. Los tres jóvenes hablaban de la afición por escribir y por el cine que tenía. Ellos eran estudiantes de ingeniería industrial, diseño gráfico y computación y habían viajado desde su municipio a unas dos horas de la tumba de Marlon para honrar a su amigo con ofrendas, música, historias y toda la compañía que querían brindarle. Nos despedimos con fuertes abrazos y bendiciones.
Dos de noviembre, celebración para los difuntos adultos. Regreso al panteón que ya está llenándose de gente que avanzan despacio hacia la entrada de la iglesia algunos y hacia las tumbas de sus seres queridos, los otros. Todo el camposanto se transforma en un mar de gente en donde más uno va dejando la entrada principal que divide un lado del otro del cementerio, y más lento se avanza entre los estrechos pasillos de tierra que rodean las tumbas, tan lento es el caminar que parece que uno, ya no vaya a salir nunca más de allí… Solamente los familiares de los difuntos avanzan por estos pasadizos que circundan las tumbas.
Como por inercia, llego a la mismísima tumba donde la noche anterior encontré a estos muchachos y sintiéndome más cerca de la vida de Marlon; me detengo como a un familiar a quien brindo visita, pues además no hay nadie presente en su tumba y ya todas las tumbas de alrededor están atendidas por familiares y amigos que prenden velas, traen ramos y encienden copaleras...
Yo me quedo como detenida por una fuerza superior, a mi frente el skateboard pintado de blanco de Marlon. Me arrodillo, saco de mi morral dos retratos de mis dos queridos amigos Luciano y Jordi para apoyarlos contra la repisa de su tumba. Saco una copalera con salvia seca para encenderlo, lo lleno de copal y mirra, y me dejo envolver por su aroma bajo el mismo velo misterioso de la noche donde el murmuro de los rezos, el crepitar de las velas, el olor a café caliente, los magníficos decorados de flores, las muchachas peinadas y maquilladas de catrinas, me llevan a atravesar umbrales hacia otras dimensiones donde la vida y la muerte bailan abrazadas entre dolor y jolgorio, fundidas la una en la otra hasta sentir la misma muerte con tantos vivos alrededor animándola; desamparada y cálida…
Largo rato después de haber estado compartiendo con tantas almas, aparece una mujer muy callada que de reojo me va viendo fijamente hasta que me pregunta que quién soy. Le hablo de la noche anterior cuando conocí a los amigos de Marlon y que tanto me hablaron de él de una forma tan conmovedora y con tanto amor, y que, de alguna manera, me hicieron conocerlo y hoy quise venir a brindarle honor. Ella era su tía. Muy gentilmente me hizo sentir bienvenida y me anunció que próximamente llegarían los padres de Marlon.
Así fue que conocí a Margarita, su madre y a su padre que llegaban apurados y preocupados que la tumba de su hijo estuviera desolada la noche de todos los santos. No sabiendo bien cómo iban a reaccionar al encontrarse a la tía de Marlon con una huerita, me sorprendió su reacción tan agradecida de que la tumba de su hijo estuviera ya iluminada por la luz de las velas y el copalero lleno del santo humo envolviendo su tumba.
Pasé horas con ellos y me hablaron todo el tiempo de él, de sus estudios de periodismo, de su afición por la fotografía y el cine que lo habían llevado a trabajar en La casa del cine en la ciudad de México, de todos los amigos que tenía que tanto lo querían, parecía que Marlon tenía todo para ser feliz…
Después de una larga velada en el panteón; los padres de Marlon me invitaron a su casa para ofrecerme pan, café y otros alimentos como se hace tradicionalmente…
En la casa, había un altar con el retrato de Marlon lleno de ofrendas que le gustaban a él. Margarita quiso presentarme a su hija -la hermana de Marlon-, Johana. Cuando entro en la habitación, veo a una joven recostada sobre su cama, acaba de graduarse en psicología.
Johana, al igual que los amigos de Brandon, adoraba a su hermano al que extrañaba mucho y cuidaba de ella, pues Johana sufría de una enfermedad degenerativa que le impedía caminar.
Compartimos buenos momentos y hablamos de los simbolismos de Jung, de E. Fromm, de psicología infantil y como no, de Brandon que estaba lleno de sueños como el de ser director de cine en Paris.
Por algún motivo desconocido para toda su familia y amigos, a pesar de haber dejado tanto amor e inspiración en su camino, Marlon decidió una madrugada antes de tomar el autobús para ir a trabajar en algo que lo apasionaba como era el cine, bajarse del tren de la vida; nunca se supo por qué…
Sé que jamás olvidaré a Marlon Ayala tan joven y talentoso con quien compartía muchas afinidades de las cuales sus padres reconocieron y creo que por eso me tomaron aquella noche bajo su ala; algo en mí, les recordaba a su hijo y algo en Marlon reconocí a través de su familia y amigos, como un vínculo, más allá del espacio y el tiempo… Aún lo pienso, sobre todo en estas fechas como si lo hubiera conocido personalmente. Sé que aquel encuentro no se olvidará nunca porque nada es casualidad y en ese intercambio que hubo, cruzamos varias veces la frontera como iniciados entre la vida y la muerte en el que uno ni nace ni muere sin la otra orilla presente… ¡Ometeótl!