En una columna titulada El escritor, la soledad y los lectores, publicada por Folha de Sao Paulo en junio de 2014, el narrador y periodista cubano Leonardo Padura recordó que en cierta ocasión Gabriel García Márquez dijo que «el mejor lugar para vivir un escritor es un burdel: fiesta en la noche y silencio sepulcral en las mañanas. O lo que es lo mismo: distracción sin compromiso y soledad para el trabajo».
Es conocida la devoción que García Márquez tenía por William Faulkner, a quien calificó como «mi maestro» en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1982. Una devoción que lo habría llevado a una suerte de plagio amistoso de la respuesta del escritor estadounidense en la entrevista que concedió a la revista The Paris Review en 1956.
Tras un intercambio acerca de las condiciones para la creación, Jean Stein, el entrevistador, le preguntó al Nobel de Literatura 1949: «Entonces, ¿cuál es el entorno ideal para un escritor?» Y la respuesta fue tan genial que merece ser reproducida íntegramente.
Al arte tampoco le preocupa el entorno, no le importa dónde estés. Pero si se refiere a mí, personalmente, el mejor trabajo que me han ofrecido nunca fue el de encargado de un burdel. Para mí, ése es el mejor entorno de trabajo posible para un artista. Te garantiza la independencia económica y te libera del miedo y el hambre; te proporciona un techo sobre la cabeza y lo único que tienes que hacer es llevar unas simples cuentas e ir una vez al mes a untar a la policía local. El lugar está siempre tranquilo por las mañanas, que son las mejores horas del día para trabajar. Por las noches, si tienes necesidad de distracción, hay suficiente vida social a tu alcance; además, tu posición te otorga cierto estatus en ese ambiente, y no tienes nada que hacer, porque la madama se ocupa de los libros de contabilidad.
En la casa −agregó− solo viven señoritas que te respetan y te tratan de «señor», igual que todos los contrabandistas del barrio, y puedes dirigirte a los agentes de policía por su nombre de pila. En resumen, el mejor entorno para un artista es cualquiera que le pueda proporcionar ciertos niveles de paz, aislamiento y placer a un coste no demasiado elevado. Si el entorno no es el adecuado, por el contrario, lo único que conseguirá es que le suba la presión sanguínea, y desperdiciará demasiado tiempo combatiendo su frustración y su rabia. Mi experiencia personal es que las únicas herramientas que necesito para mi trabajo son papel, tabaco, comida y un poco de whisky.
En su novela Santuario, de 1931, Faulkner recreó el prostíbulo de Miss Reba como el lugar de reclusión de la joven Temple Drake, con un ambiente más bien sórdido, acorde a la crudeza de esa narración, llevada al cine en 1933. Varios años después, en su novela póstuma The Reivers (La escapada o Los rateros, en español) de 1962, presenta la casa de la misma Miss Reba en Memphis como un lupanar elegante y alegre, con hermosas y solidarias prostitutas que refuerzan los tintes de comedia de esta obra, que también tuvo una versión cinematográfica en 1969.
Es que el mundo de las llamadas casas de tolerancia y sus asiladas es una especie de Parnaso múltiple, donde confluyen creadores y musas. Por él pueden desfilar todo tipo de tramas y argumentos, en claves de dramas, tragedias o comedias. La literatura y el cine dan cuenta de esta variedad, que es un reflejo de la vida real, donde el amor rentado muestra un rostro feliz cuando se transa en entornos amables y discretos o una faz terrible cuando está asociado a la explotación sexual y a la trata de personas.
Así como el negocio de la prostitución suministra escenarios para la literatura y el cine, también las prostitutas son personajes atractivos, tal vez por representar a su manera una forma de trasgresión frente a los cánones de las llamadas buenas costumbres y el moralismo.
Las cultoras de «la profesión más antigua del mundo» son a veces expresión contestaria del poder, tanto por estar colocadas al margen de la sociedad como por sus desafíos a esas exclusiones en una dualidad de sumisión y liberación.
Así lo reflejó la directora italiana Lina Wertmüller, en Amor y anarquía (1973), para mí su mejor película junto a Pasqualino siete bellezas. El filme tiene como complemento del título «o bien, esta mañana a las 10, en via dei Fiori, en la conocida casa de tolerancia…», según un parte policial. Transcurre en la Italia de Benito Mussolini, donde el prostíbulo es la base de operaciones de un anarquista que llega a Roma con la misión de matar al Duce.
Amor y anarquía, con las geniales interpretaciones de Mariangela Melato y Giancarlo Giannini, es un drama con aires de tragedia. En tanto, Irma la Douce (1963), otra película antológica del mundo prostibulario se escenifica en un París revestido de comedia a través de una gama de personajes encabezados por Shirley MacLaine y Jack Lemmon.
La casa verde es el burdel de Piura donde transcurre una de las primeras y más notables novelas de Mario Vargas Llosa, con los personajes de Fushía, el sargento Lituma y la Selvática. Un relato de múltiples voces y ambientes, donde el Premio Nobel de 2010 reconoce al igual que García Márquez la influencia de Faulkner. Si esta novela de 1966 tiene un perfil de drama, el propio escritor peruano dará a la prostitución una faz de comedia en 1973 con Pantaleón y las visitadoras.
Políticos, militares, artistas, magnates, oficinistas, jóvenes en vías de pérdida de la virginidad, obreros y toda la amplia gama de personajes de la vida real desfilan por las narraciones y películas del mundo de la prostitución, advirtiendo las discriminaciones patriarcales del lenguaje, con la mujer pública como virtual antítesis del virtuoso hombre público.
Tal vez por lo mismo se da la camaradería del personaje de la prostituta con los otros marginados que viven al amparo de los burdeles, como el homosexual y el travesti. Uno de los libros que recoge esta convivencia con una crítica profunda al machismo es El lugar sin límites (1966), del chileno José Donoso, también llevada al cine en 1978 por el mexicano Arturo Ripstein.
Los chulos, proxenetas o cafiolos en lunfardo, son asimismo personajes infaltables en las tramas de burdeles y de dominios de territorios donde se ejerce el amor alquilado. El propio Leonardo Padura en su novela Personas decentes (2022), en la que se hibridan la historia y las intrigas policiales, retrata a La Habana de comienzos del siglo XX. Allí, en la llamada «Niza del Caribe», los empresarios de los burdeles locales terminan desatando una competencia sangrienta con los apaches franceses que les invaden el negocio con odaliscas importadas desde Europa.
Sería una misión imposible, por espacio y también por desconocimiento, pretender hacer aquí una enumeración exhaustiva de las letras y las apuestas del celuloide dedicadas a los burdeles, donde conviven el sexo, la decadencia, el alcoholismo y a veces los amores trágicos, como en las obras de Charles Bukowski.
En el cierre de estos apuntes, y desde el rostro picaresco de la literatura anclada en la prostitución, es necesario mencionar La reina Isabel cantaba rancheras, la novela con que Hernán Rivera Letelier inició en 1994 una sugerente carrera como autor que lo llevaría a obtener el año 2022 el Premio Nacional de Literatura en Chile.
La sola enumeración de los personajes femeninos del burdel en la pampa nortina da cuenta de este mundillo mágico: la Ambulancia, llamada así por su robustez y blancura, convive con la Malanoche, la Cama de Piedra, la Dos Punto Cuatro, la Chamullo, todas al servicio de La Reina Isabel, regente de la casa y cultora de la música mexicana.