Hoy, más que nunca, las artistas se preguntan cómo traducir en otros lenguajes las cosas conocidas, los cánones. Aunque esta necesidad de entablar una comunicación distinta con el mundo es de por sí una de las cualidades propias del arte.
La búsqueda de un lenguaje más allá́ de los significados preestablecidos supone ponerse en la mente del niñe; quizá, de aquel que fuimos en antaño. Al igual que sucede en la infancia, el artista juega con los significados y los hace objetos de su imaginación.
La metáfora, el simbolismo o la incorporación de una semiótica propia, nos permiten ser capaces de romper dicotomías binarias, como lo son práctica/teoría, cuerpo/mente, política/arte, hombre/mujer...
De esta manera, el ejercicio artístico -más allá de su mera profesionalización- puede convertirse en una actividad social integral que acoja todas las disidencias políticas posibles: transfeminista, ecologista, racial, de clase; una disidencia interseccional.
Que a su vez facilite el diálogo de las ideas con una misma y con las demás personas. Porque, al referirnos aquí a ‘neurotipicidad’ queremos hablar de aquella forma cotidiana y mecanizada que han adquirido nuestras formas de estar y pensar, adecuadas a una supuesta normatividad de lo que debe ser. La normatividad dicta cómo debe interpretarse la realidad, el mundo; delimitando cómo interactuar con esta.
De esa manera no solo se limita el autoconocimiento sino la comprensión de realidades paralelas, de identidades que se comunican de formas muy distintas con los objetos externos.
La importancia de esta necesidad vital, en palabras de Paul B. Preciado, podría definirse como una acción transformadora:
Reclamar la imaginación como fuerza de transformación política es ya empezar a mutar.
(Dysphoria mundi)
Imaginar es crear. Crear es mutar. Mutar es politizar.
Se trata de un ejercicio de emancipación cognitiva que supone el desapego de conceptos aprendidos por inercia, para ir más allá de los límites estandarizados y así identificar los terrenos donde se han sembrado estas ideas sobre nuestra percepción del mundo y las sensaciones que no corresponden con una realidad fáctica; sino con una construcción, a menudo capacitista y de consumo.
El estado ha logrado que el sistema educativo censure y eclipse la importancia de crear, de romper con la palabra colonizada, el cuerpo gentrificado y la visión elitista del arte.
Los colegios olvidaron el arte como medio natural de expresión y herramienta para imaginar otras realidades. Hasta siendo niñes, tenemos que ceñirnos a pintar sin salirnos de las líneas.
Se deberían fomentar dinámicas que hagan converger arte y vida como un sistema válido para el desarrollo y la tolerancia. También muchas personas se librarían de la imperiosa necesidad de darle un ‘sentido’ lógico, lineal y conciso a la obra que observa, sin dejar que penetre y pueda ser entendida desde otros lugares.
Habiendo obras donde la fábula nos hará entender, obras que son pura sensorialidad, otras más discursivo-políticas, interactivas, otras de carácter más absurdista o cómico… Infinitas posibilidades que también podrían suceder en una misma obra; pero que no deben ser excluidas en sí mismas por el mero hecho de salirse de la narratividad Aristotélica, en la que todo se desarrolla de manera lineal.
Poner en juego la perspectiva hará más sencillo poder reconocer los distintos lugares desde los que se aborda la creación, creando un revelador espacio micropolítico que genere otros focos de comunicación. Que puedan integrarse y conocerse los aspectos de la cultura y el espacio locales; que la creatividad no esté despersonalizada de lo que una ya conoce y tiene que contar.
Un ejercicio que de por sí alude a la resignificación que queremos manifestar, es el que hace Ambrose Bierce en su ‘‘Diccionario del diablo”, donde decide redefinir algunos conceptos satíricamente.Define a la persona ‘anormal’ como aquella que no responde a la norma. “En cuestiones de pensamiento y conducta ser independiente es ser anormal y ser anormal es ser detestado.”
La idea de la independencia y salirse de la norma es la base que sostiene este deseo contranarrativo, que reclama la acción imaginativa correspondiente. Imaginar, proyectar alternativas o salirse de las normas puede ser un acto idealizado por las más rebeldes; o negligente, según la moral preestablecida de la historia, el estado y el capacitísta capitalismo. Al fin y al cabo, para vivir hay que trabajar… aunque haya personas que no puedan trabajar.
En cualquier caso, no se pretende dar a entender que el arte pueda cambiar el mundo, pero sí formar parte de un gran cambio que empieza por una misma. Que puede ser beneficioso para cualquier persona de toda edad. No olvidemos que los poetas muertos no solo eran artistas, eran personas atormentadas que solo podían mantenerse vivas a través de su creación. Y ciertamente, a veces, no es suficiente.
Ojalá que, a pesar del ritmo frenético de nuestras sociedades, nos sigamos haciendo muchas preguntas sobre el papel; arrastrando trazos de un lápiz; tensando la cuerda de un violonchelo; arrancando los trozos de un collage; bailando sobre el linóleo de un teatro; escribiendo a través del lenguaje automático de los surrealistas; inventando un artefacto revelador… o que simplemente estemos, en el interrogante perpetuo, mar de la posibilidad.