Este es un siglo con aire, con humor de decadencia. Peste, cambio climático y guerra, casi un calco del siglo XIV (peste negra, guerra de los 100 años y cambio climático en el norte de Europa), pero si hay que elegir un síntoma que resuma la decadencia, sobre todo de la política, la corrupción es el mejor ejemplo.
Es posible que algunos ilusos piensen que la corrupción es inherente a nuestro estado actual de la civilización y del mercantilismo extremo, craso error. Los egipcios, los babilonios, los griegos, los romanos, las sociedades feudales, el catolicismo desde los tiempos de Constantino, ni hablar de los regímenes absolutistas, los totalitarismos y podríamos seguir con las democracias modernas y las dictaduras, estuvieron plagadas de actos de corrupción. Claro está que el poder absoluto, favorece la corrupción absoluta.
Thomas Carlyle, el filósofo, historiador y matemático escocés escribió: «Hay épocas en las que la única relación con los hombres es el intercambio de dinero».
La corrupción es antigua, pero no es pareja, está siempre asociada a épocas de decadencia y actualmente vivimos una época de contradicción, de grandes adelantos científicos y tecnológicos y por otro lado de crisis de la política y de los políticos.
Hemos llegado al nivel de que el politólogo Samuel P. Huntington asegura que «la corrupción puede ser considerada un factor de modernización y de progreso económico, permitiendo, por ejemplo, un recambio social a favor de clases emergentes dispuestas a desbancar el obstruccionismo de las viejas élites, agilizando procesos burocráticos y seleccionando a los principales actores del mercado a fin de que surjan aquellos que invierten de forma decidida, incluso sobornando, en sus proyectos empresariales».
Desde el año 1993 se fundó Transparencia Internacional que elabora el índice de Percepción de Corrupción considerando 180 países y que define la corrupción como el abuso del poder para beneficios privados que finalmente perjudica a todos y que define la integridad de las personas en una posición de autoridad.
Hay dos factores que han incidido con mucho impacto en el conocimiento y la calidad de la corrupción, por un lado, las redes sociales y la velocidad de transmisión de la información determinó que los actos de corrupción sean conocidos con gran celeridad y mucho impacto en las sociedades, también -y simultáneamente- permite deformaciones y manipulaciones muy peligrosas por el manejo de información falsa.
El segundo elemento clave, es la narco corrupción, que por el volumen de dinero que manejas las organizaciones de la droga y su natural acercamiento a la política a los más diversos niveles, ha introducido un cambio muy importante en esta gangrena moral e institucional.
Si consideramos que un kilo de cocaína pura en Bolivia (país productor) cuesta U$ 1.000 dólares y en Europa ese mismo kilo puede llegar a valer U$ 35.000 dólares, podemos tener una dimensión de los movimientos de valor en la cadena del narcotráfico.
Un estudio de las Naciones Unidas calcula que el tráfico de drogas genera en el mundo un volumen que ronda entre los US$ 400.000 millones y los US$ 600.000 millones al año, lo que equivale al 10% del comercio global. Lo que implica que una parte importante de estas cifras monstruosas están destinadas a una parte del sistema bancario, a sobornos a diversos niveles políticos, policiales y de la prensa. Denunciados de forma constante por la prensa, en películas, en las redes sociales por diversas organizaciones no gubernamentales.
Pero siguen inconmovibles. ¿Se puede decir que hemos avanzado en el combate al narcotráfico? De ninguna manera y es precisamente por su capacidad de incidir en la política y en las instituciones y de transformarse en gigantescas redes con ramificaciones en los países productores y consumidores.
Las dimensiones de esta trama, su impacto en los más diversos sectores de la sociedad, en particular en los más desfavorecidos como proveedores de mano de obra, de muertos, de sicarios e incluso de consumidores, aunque no hay sector social que esté libre de ese flagelo.
La militarización creciente de la lucha contra el narcotráfico es un eslabón más de la debilidad de los estados para enfrentarlo. Algunas de las guerras más costosas y largas, como la invasión, ocupación de Afganistán, por rusos, norteamericanos, países de la NATO tuvieron un componente importante en el combate a la producción de opio. Y la derrota de los invasores, en todos los casos estuvo ligada a los recursos generados por y para los Talibanes por las drogas, que hoy siguen produciendo enormes cantidades y exportándolas a los EE.UU. y otros países consumidores.
Otro documento de las Naciones Unidas reveló que el Mar Negro, los puertos de Odesa, Yuzuhny y Sebastopol eran los destinos preferidos de las rutas del narcotráfico para pasar luego al Mediterráneo y a los países de Europa del Este. Ya se están construyendo rutas alternas.
En América Latina la finalización reciente del conflicto armado más antiguo del continente en Colombia, todavía no permite evaluar el impacto que tendrá en la lucha contra la producción de cocaína. Pero no hay dudas que era uno de los soportes de la guerra interna.
Este cambio paulatino y rápido de la intromisión del narcotráfico en las tres rutas principales, el Pacífico, Centro América y México y del sur, desde Brasil, Bolivia, Paraguay hacia Argentina y Uruguay con destino a Europa, son un factor que ya no puede considerarse solo como un elemento policial, debe ser incluido necesariamente en el debate y las acciones políticas al más alto nivel.
Hay un debate de fondo que tiene que ver con los instrumentos necesarios para derrotar el narcotráfico y si debemos encarar a nivel nacional de cada país, pero sobre todo de la propia integración regional, ¿si la prohibición del uso de las drogas sigue siendo un instrumento válido? Sin precipitarse, pero asumiendo los datos de la realidad actual del fracaso, tanto en la lucha contra la producción, el transporte, el micro y el gran tráfico, las finanzas y en la corrupción a los más diversos niveles.
Es otro de los desafíos globales que afrontamos en este siglo XXI.