Hagamos un poco de teología. No es fácil ser católico. No es una excusa, ni un llamado a la lástima ajena. Tampoco es faltar la memoria de aquellos mártires quienes dieron su vida por su fe; mucho menos es comparar la experiencia religiosa de quienes tenemos la bendición de vivir bajo la seguridad de la tolerancia religiosa de los Estados modernos, con la de aquellos que viven persecución a causa de su fe, en naciones premodernas.
Sin embargo, la misma naturaleza de la fe católica presenta una serie de dificultades para sus fieles. En este texto no nos dedicaremos a hablar de los misterios que implica la dogmática cristiana apostólica. No hay intelecto humano capaz de entender propiamente el misterio de la Eucaristía, la transformación del pan y vino en la carne y sangre de Cristo, a pesar de que los accidentes contingentes no se transforman. No es casualidad que muchas de las primeras herejías y discusiones teológicas entre los primeros intelectuales cristianos fuera el misterio de la encarnación: ¿cómo entender que el Verbo que es Dios, el Logos del universo, se encarne en ser humano, asumiendo esa naturaleza sin perder la primera? ¿Cómo es posible que Jesucristo sea al mismo tiempo verdadero hombre y Dios?
En este texto, tampoco me refiero a la dificultad que implica seguir las normas morales que exige el catolicismo. No solo hay que ser buenos, no solo hay que evitar dañar a los demás; a un católico se le exige imitar a Cristo, poner la otra mejilla y, lo más difícil, amar a nuestros enemigos. Más allá de la ética de mínimos o responsabilidades negativas del mundo secular, a los católicos se les pide hacer, activamente, el bien si fijarse en quien. Algunos teólogos argumentan que de esto surge la necesidad de los sacramentos, pues un individuo solo no puede, necesita de la gracia y el apoyo de Dios.
No es fácil ser católico, porque la relación entre una persona y la institución no es sencilla. La diferencia entre ciudadano y fiel muchas veces es formal, no real. Por un lado, dentro de los dogmas católicos uno de ellos dice que la Iglesia es santa, dirigida por el mismo Dios. Sin embargo, nos enfrentamos a una institución muy humana. Una institución marcada por la naturaleza corrompida del ser humano, el pecado original contaminando a la institución santa.
La Iglesia católica es una institución muy problemática. Hay un viejo chiste, de un general que toma Roma o captura a un grupo de obispos, con la intención de destruir la Iglesia. Los obispos capturados ríen: «hijo, no lograrás lo que siglos de obispos y sus pecados no han logrado». Una institución que se ha metido en política, economía, poder y otros intereses muchas veces lejanos a la evangelización.
La llegada de la modernidad y la formación de sociedades seculares y democráticas han implicado la división de la vida pública y privada. Nuestros intereses como ciudadanos y como miembros de una fe no siempre parecen coincidir. ¿Puede un católico votar por un político, que responda a sus intereses económicos y políticos pero que apoye el aborto? ¿Son el matrimonio civil y el religioso lo mismo, parecidos, totalmente diferentes?
En México, junto con otros problemas tenemos una institución dormida en sus laureles. Acostumbrada a ser la religión dominante en el país y la más cercana a la cultura mexicana, no se ha dado cuenta de que se encuentra en una fuerte crisis, perdiendo relevancia social, fieles e incapaz de entablar diálogo con una nueva cultura y espiritualidad emergente. Desde el regreso a prácticas chamánicas, santería o brujería, hasta new age, manejo de vibraciones o yoga; la espiritualidad de los mexicanos viene cambiando y la Iglesia católica mexicana solo ve cómo va quedando relegada.
Y uno, como laico, sin vías para intervenir y sacar del letargo.
Pero el principal problema que hoy acosa a los cristianos es la gran crisis de actos de pederastia cometidos por sacerdotes y, de la mano, el encubrimiento de estos crímenes por parte de las autoridades. ¿Cómo pasó esto? ¿Este problema es producto de algunos malos sacerdotes o un problema de la misma estructura? ¿Es el celibato? ¿Hay algo en la forma de manejar la Iglesia que atraiga a depredadores sexuales a sus filas?
Y al final, ¿cómo puede uno mantenerse dentro de la Iglesia católica? ¿Qué pasó con la pretendida santidad de dicha institución? No son preguntas sencillas, son preguntas existenciales para todos aquellos que profesan la fe católica. No es fácil ser católico.
¿Cómo se puede volver a ver a las víctimas a los ojos y evitar que estos terribles crímenes vuelvan a ocurrir? ¿por qué la institución fundada para cuidar y difundir el Evangelio terminó con abusadores sexuales?
Porque seamos claros, y que se escuche: un sacerdote que abusó sexualmente de un niño o niña es uno de los peores criminales que pueden existir. Atentó como lo más valioso que tenemos, la inocencia de los niños, todo desde la autoridad que le da su sotana, usando como arma la vocación y llamado de Dios. Son monstruos que los primeros interesados en combatir debemos ser los bautizados.
Repito: no es fácil ser católico.
Personalmente solo veo dos soluciones: la acción y el misterio de la Encarnación. Me explico. Según el misterio de la encarnación, en la figura de Cristo se encuentran las dos naturalezas, la humana con todos sus defectos y potencial y la divina con su perfección. Estas naturalezas no se encuentran ni en contradicción ni compitiendo, sino en armonía que se transforma en esperanza, necesaria para que la Iglesia pueda salir de este problema.