Si hace 30 años Hollywood anunciara una película como Flash, hubiera sido muy improbable que las predicciones de taquilla vaticinaran un posible fracaso. Pero llega 2023 y se estrena la primera película del Corredor Escarlata en casi setenta años de creación y este naufraga y se hunde miserablemente hacia las profundidades de un abismo insondable por su fracaso rotundo en la taquilla. Este descalabro llegó luego de una seguidilla de otros fracasos como la polémica Black Adam y la bienintencionada pero floja Shazam 2 (y aún quedan por estrenar Aquaman 2 y Blue Beetle) todas de la misma casa: DC Comics.
Si bien, a Marvel Studios, la competencia, tampoco le va de maravilla con sus películas y series, DC (filial de Warner Bros) es la marca que más ha sufrido por la saturación de este subgénero, que ha sido despreciado por luminarias del cine como Martin Scorcese o Quentin Tarantino. Asimismo, The Flash no es más que la cereza de un pastel amargo que corona el fracaso rotundo del «universo» que el director Zack Snyder intentó construir, pero que ahora no deja nada más que molestas esquirlas.
Ante este panorama funesto, un nuevo jugador ingresó al juego para renovar el tablero: James Gunn, el conocido director de la saga Guardianes de la Galaxia, es ahora el nuevo CEO, junto a Peter Safran, de la recién fundada DC Studios, quien se presenta ante el mundo como la «nueva esperanza» para renovar la marca y relanzarla como si fuera un producto nuevo, presentando un plan de 10 años para construir otro universo cinematográfico cohesionado y borrar todo lo que construyó Snyder en la década anterior.
Por lo tanto, la pregunta es: ¿es esa la solución para reflotar a los superhéroes de DC y competir de cara a Marvel?, ¿es necesario construir otro universo cuando el anterior fracasó tan estrepitosamente? No será un camino sencillo. Sólo queda como respuesta inmediata: la incertidumbre. Ya que tanto Gunn como Safran tienen ahora muchas lanzas apuntándoles a sus cabezas en las siempre tóxicas redes sociales, aunque en parte, algunos fans podrían tener razón.
La anterior y desastrosa administración de la marca DC recayó en los incompetentes Walter Hamada y Geoff Johns, quienes fueron los culpables de la terrible primera versión de La Liga de la Justicia, la cual encerraba una historia turbulenta de conflicto entre el estudio y Snyder, la cual destruyó prácticamente la esperanza de crear un universo exitoso. A pesar de contar con un éxito taquillero como Aquaman (única película de la franquicia que superó el billón de dólares), DC nunca volvió a repuntar.
Si le preguntáramos a un jovencito de hace más de 30 años atrás si una película con Batman, Superman y Mujer Maravilla juntos sería un fracaso, nos diría incrédulo que estamos todos locos. Pero fue así. Finalizada la era del «Snyderverso», luego de complacer a un grueso de fans con el corte de La Liga de la Justicia, los escándalos personales de Ezra Miller y la salida bochornosa del buen Henry Cavill, tras anunciar su esperado regreso como Superman, la percepción de la marca DC no es nada más que la de fracaso, desastre y desorganización. Y no, no culpamos al resto de actores, muy comprometidos con sus roles, ni a Snyder, un buen tipo con gran talento visual, sino a la visión corporativa de Warner, de tratar a sus superhéroes como frías máquinas de hacer dinero, sin proponer una visión artística convincente que conecte con la audiencia.
Mientras que Marvel se había adelantado años en construir su universo y bien, gracias a su paciencia y al acertado fichaje de actores carismáticos como Robert Downey Jr., DC llegaba corriendo por detrás y quiso hacer el sprint final cuando la competencia ya había despegado y llegado a la meta mucho antes, creando un universo a la apurada (sólo basta con ver como matan a Superman en su segunda película y juntan a la Liga en la siguiente), sin entender qué es lo que realmente funciona.
Tal vez la cruda verdad es que a DC le iría mucho mejor con películas individuales, es decir, sin un universo compartido. Como muestra, la excelente The Batman de Matt Reeves, una película con personalidad y con un tono muy alejado del género de superhéroes que no depende de otros personajes para tener su propia identidad y triunfó en taquilla o más aún el Joker de Todd Phillips, el cual tiene más en común con el cine de autor que el de estudio y al que le llovieron premios (y Oscars) por la antológica actuación de Joaquin Phoenix. Ambas vienen precedidas por la magistral trilogía The Dark Knight de Christopher Nolan, el cual marcó un hito en el cine de superhéroes.
Es por ello que resulta inconcebible que personajes tan icónicos en la cultura popular como Superman o Wonder Woman fracasen tan estrepitosamente en conquistar a la audiencia. Es por ello por lo que considero que la jugada de Gunn es tan atrevida como arriesgada. Él mismo es el encargado de escribir y dirigir el relanzamiento con Superman Legacy el cual será la piedra angular de todo lo que vendrá después (incluso se atrevió a anunciar otra versión de Batman en paralelo a la versión de Reeves y Robert Pattinson). Si bien, existen pocas dudas sobre el talento de Gunn para equilibrar el drama, la comedia y la acción en sus películas, tiene entre manos un enorme desafío -tal vez, el más difícil de su carrera- para volver a enamorar a la audiencia, aún recelosa por la salida de sus actores favoritos.
La clave para el posible éxito de un nuevo universo DC se debe basar en un excelente storytelling y no tanto en los efectos visuales, algo que a la saga Transformers siempre se le criticaba, pero que con sus últimas dos películas parece enmendar. Y al parecer, esta será la filosofía de trabajo para Gunn a partir de ahora: calidad > cantidad, algo en lo que Marvel estaba fallando en los últimos dos años al entregar entre dos a tres películas al año, generando saturación y productos mediocres. Por si fuera poco, el género parece haber perdido su esencia entre tanta pirotecnia visual: los superhéroes son seres imposibles que idealizamos, pero a su vez, son «cercanos» por su altruismo y su amor a la humanidad.
Necesitamos cine de superhéroes que sean fascinantes, interesantes, que nos devuelva esa fascinación perdida y que provoque ese agradable debate post función que sólo sucede cuando la película es así de buena. Porque en el pasado ya se demostró que sí se puede hacer cine de gran calidad con estos personajes, con historias emotivas y muy maduras, tales como Logan de James Mangold.
Si Gunn y compañía aspiran a que este fantástico, complejo y rico universo de DC triunfe, deben apostar por reclutar a directores talentosos, con personalidad (como Phillips y Reeves) y sobre todo con guiones magistrales bajo el brazo que, no sólo exalten lo fantasioso o ficticio de la naturaleza superheroica, sino también conectar con las emociones de la audiencia, tal como sucedió en el ya lejano verano de 1978 con Superman: La Película del inolvidable Christopher Reeve, quien le hizo creer a todo el mundo el milagro de ver a «un hombre que puede volar».