El pasado viernes 9 de junio Donald Trump se convirtió en el primer expresidente estadounidense de la historia en ser acusado de un delito federal en el que las posibilidades de ser condenado e ir a prisión no son precisamente bajas. Hace tan solo diez años esta noticia no solo habría acaparado las portadas de todos los noticieros del mundo, sino que hubiera supuesto una sentencia de muerte política para el acusado, pero claro, esos eran otros tiempos. Es cierto que ahora mismo en España los medios están enfocados en las próximas elecciones, pero es bastante llamativo que al día siguiente no hubiera ninguna mención en las portadas de los principales medios nacionales, en serio, nada de nada.
Y es que muy lejos queda ya el que una felación en el Despacho Oval fuera motivo de apertura de informativos; ahora el hecho de que el principal candidato republicano a las próximas elecciones pueda ir a la cárcel no parece ser noticia. Recuerdo que durante la campaña de 2016 desde el partido republicano se estuvo vendiendo la idea de que, si ganaba las elecciones, Trump comenzaría a comportarse «presidencialmente» una vez tomase el cargo y que todos los exabruptos que se habían visto hasta ahora, como el mofarse públicamente de un reportero con discapacidad, eran solo cosas de campaña. Cierto es que ahora esas afirmaciones provocan risa, pero lo que me llama más la atención cuando las miro con retrospectiva es que llevaban implícita la idea de que ese comportamiento estaba mal; ahora parece casi ciencia ficción que existiera ese consenso.
Actualmente en el Partido Republicano o GOP (Good Old Party) el solo hecho de insinuar que Trump ha hecho algo remotamente mal te puede condenar al ostracismo. El líder siempre tiene razón y no importan ni sus mentiras ni su hipocresía y mucho menos sus ya existentes condenas o las que estén por venir. Hay que apoyar al líder en todo, lo cual no siempre es fácil, ya que hay quienes se ven obligados a cambiar el mensaje a menudo y el caso de los documentos clasificados ha sido especialmente notable en ese aspecto.
Cuando en agosto de 2022 el FBI registró la residencia de Mar-a-Lago y publicó la foto con todos los documentos marcados como secretos que había encontrado allí, la primera reacción de Trump fue decir que habían sido los agentes federales quienes habían llevado allí esos documentos para inculparle. Días después cambió su versión para decir que sí, que los documentos los tenía él pero que los había desclasificado para más adelante admitir que no estaban desclasificados pero que él tenía derecho a tenerlos y así hasta que ahora mismo su defensa consiste en decir que Joe Biden se llevó muchos más documentos y no le están investigando.
Ya no pierde el tiempo en negar el crimen y la verdad es que tampoco le hace falta pues ello no va a mermar en lo más mínimo el apoyo de sus acólitos sino más bien todo lo contrario. Esto quedó perfectamente plasmado en la entrevista que le hicieron pocos días antes al exvicepresidente y uno de los candidatos a presidir el partido de cara a las próximas elecciones, Mike Pence. Al ser preguntado por el tema del caso de los documentos clasificados Pence dijo: «Déjenme aclarar que nadie está por encima de la ley» y tras una breve pausa dramática continuó la frase con «pero en lo relativo a las circunstancias únicas aquí» dando paso a hablar del presidente Biden y acabar diciendo que le gustaría que hubiera alguna manera de pasar página sin la necesidad de tomar un paso tan «drástico, dramático y divisivo como es el acusar a un expresidente».
Básicamente el resumen sería éste: Yo no he hecho eso. Bueno, sí que lo he hecho, pero eso no es algo malo. Vale, sí que es algo malo, pero yo tenía derecho a hacerlo. De acuerdo, no tenía derecho a hacerlo, pero seguro que otro ha hecho algo peor por lo que creo que lo mejor es olvidarse de todo.
Trump nos ha demostrado que «El traje nuevo del Emperador» es un concepto más que obsoleto. Da igual que el Emperador esté desnudo, que os haya tomado el pelo o que sea directamente un criminal pues él es el líder infalible e incuestionable y así lo seguirá siendo. Trump se ha convertido en una figura de culto para sus seguidores hasta el punto de que algunos le comparan con Jesucristo y es que el movimiento MAGA (Make America Great Again) ha conseguido trascender el plano político para entrar en el religioso, algo que no parece que vaya a cambiar pues aún en el caso de que se prueben de manera irrefutable un millar de crímenes contra él y acabe yendo a prisión, a lo ojos de sus acólitos, no lo hará como un criminal sino como un mártir. Hay que aceptar que el trumpismo ya no es una visión política sino una religión que ha venido para quedarse.