Todos en algún momento nos hemos preguntado qué es el espacio, tiempo, energía, gravitación, etc., y muchas veces acudimos a nuestros profesores en busca de respuestas. Sin embargo, no imaginábamos que tales preguntas meterían en serias dificultades a nuestros queridos docentes. Ahora bien, si éramos un poco más perseverantes (como de seguro habrá jóvenes hoy día) entonces íbamos en busca de algún experto en física quien seguramente nos sacaría del aprieto. La desilusión llega pronto cuando vemos al físico sumido en una franca complicación que intenta esconder bajo explicaciones «tangenciales» y engorrosas, intentando esquivar la pregunta que hemos hecho. Al final, no obtenemos una contestación.
Y no es que el físico haya olvidado las respuestas. Lo que sucede es que no las conoce. Esto suena increíble, pero nociones como energía, materia, gravedad, neutrinos, etc., son conocidos en física como los «inobservables» un conjunto de entidades que existen, pero, nunca han sido observadas de manera directa y no tienen una significación clara. Sin embargo, estos inobservables son los responsables de sustentar todas las teorías físicas. Pudiera decirse que el físico las «encarna» en cuanto las nombra o asigna una «palabra» o «término» (el verbo se vuelve carne). Es decir, al inicio, el físico las postula en sus teorías (sin tener certeza de si existen, o no) y posteriormente se descubre que tal «palabra» o «concepto» existe. No es solo algo teórico. Realmente existe. Hay muchísimos ejemplos de esto, desde el neutrino hasta el bosón de Higgs o las ondas gravitacionales.
Estos inobservables han sido motivo de interés también para los filósofos, quienes en algún momento pasaron a considerarlos solo «términos» o «conceptos». Pronto esta postulación fue rechazada ya que la física lograba de alguna forma (bajo los grandiosos avances tecnológicos) obtener evidencia experimental de la existencia de los inobservables, aunque de manera indirecta.
Los inobservables son escurridizos. Se muestran a los físicos y filósofos de diversas maneras. Son una especie de «camaleones» que cambian sus pieles, pero sin dejar de ser lo que son. ¿Y qué son? Esta es la cuestión. Justamente es por ello que es tan difícil dar una definición certera acerca de lo que son. El misterio (junto a otros más) ha llevado a físicos y filósofos a enfrentarse, aunque no siempre fue así.
La Física y la Filosofía son dos disciplinas que despiertan la curiosidad del ser humano. Los avances más significativos en la historia de la ciencia y de la humanidad han estado protagonizados en su mayoría por físicos y filósofos. Sin embargo, y a pesar de compartir este lugar común, ambas esferas se enfrentan en encarnecidos debates, como por ejemplo, la génesis de los inobservables.
Ahora bien, paradójicamente, la física y la filosofía estuvieron fusionadas como un único saber hace muchos siglos atrás en la llamada era griega conformando una sola ciencia conocida como «Filosofía Natural». Los inicios de esta unión se remontan a la ciudad de Mileto, donde se funda la escuela de Thales de Mileto. Para esta escuela el factor constante es la descripción de un mundo perfecto y equilibrado, un mundo bello en función de su orden y armonía; un mundo caracterizado por una permanencia en tanto estabilidad. A partir de estas consideraciones, y, posteriormente, la escuela pitagórica pasa a sostener que el número es el ente que vincula lo terrenal con lo divino mostrándolo –el número– como el principio fundamental que subyace en la naturaleza. A estas consideraciones siguieron otras más, tan importantes como las que he citado; Anaximandro, Aristóteles, Platón, Eudoxo de Cnido, Demócrito, etc., cada uno realizó postulaciones realmente significativas que, hoy día, no pierden interés entre los estudiosos. Podemos sintetizar diciendo que para los griegos «hacer ciencia» se resume en buscar el principio fundamental que subyace en la naturaleza dándole orden, armonía y equilibrio.
Siglos después, y durante el periodo denominado por los historiadores «moderno» prosperaba la idea de un mundo en movimiento o dinámico dirigido por un Ser divino e inteligente que garantiza el orden, la belleza y la armonía del mundo a la cual referían los griegos. Ya no se concebía la existencia de un principio fundamental, sino que se atribuía las características del mundo y la naturaleza a un Ser superior. Esta cosmovisión inspirará a pensadores como Copérnico, Galileo, Kepler, Newton o Leibniz a describir la realidad integralmente en forma de leyes de la naturaleza. Luego, y con el desarrollo de la aplicabilidad descriptiva de las leyes y el lenguaje matemático, la física y la filosofía toman caminos diferentes. Cada una empieza a esbozar de manera más definida sus cosmovisiones, metodología, y lenguaje manteniendo solo un lugar común: la búsqueda constante de comprender la Realidad. Tanto físicos, como filósofos persiguen el mismo fin, aún, hoy en día.
Pero si físicos y filósofos persiguen el mismo objetivo, cabe preguntarse: ¿por qué no unen esfuerzos? Encontrar la respuesta pasa por comprender las diferencias entre los aspectos metodológicos, lingüísticos y epistémicos de cada una. Me centraré en uno de ellos: el lenguaje. No puede haber una comunicación efectiva si utilizamos lenguajes diferentes. Para ningún académico es un secreto que el físico no comprende al filósofo cuando éste expone sus argumentaciones teóricas y enredadas precisiones terminológicas. De igual manera, el filósofo no comprende al físico cuando éste echa mano de sus interminables y complicadas ecuaciones fisicomatemáticas. Entonces, pretender tender un puente lingüístico entre la física y la filosofía pasa por disminuir las diferencias y construir un lenguaje neutral, y hasta común, entre ambas. Tarea nada fácil, pero no imposible.
¿Y que tiene ver el lenguaje con los inobservables? Le pido al lector en este punto un poco de paciencia. Pronto vislumbraré la relación, por el momento es necesario comprender las diferencias entre física y filosofía. Comencemos. Es bien sabido que el lenguaje es una de las áreas de investigación más fascinante. Dentro de las reflexiones más profundas que expertos académicos han escrito acerca del lenguaje y sus múltiples aristas, queda aún abierta una dicotomía no resuelta: la pertinencia (o no) de la ontología del lenguaje. Es decir, el lenguaje como realidad palpable, tangible. Si algo existe, es porque ¿lo nombro o lo conceptualizo? O más bien, ese algo, ¿existe de manera independiente sin importar si lo nombro o no? Un ejemplo es el término «aporofobia» que significa «miedo o rechazo a los pobres». Este fenómeno ha existido desde siempre, sin embargo, al no tener un término, palabra, o nombre, pasaba «desapercibido» en las sociedades anteriores a la actual. Antes del siglo XXI, nadie hablaba de algo como la «aporofobia» y así el fenómeno era invisible a nuestros ojos. Algo similar ocurre con el término ghosting tan popular en nuestros días. Sin embargo, nadie lo evidenciaba, o era motivo de estudio psicológico o social porque carecía de un término o nombre. Pero, ¿no existían? O, ¿no lo percibíamos porque no tenían un término? Esta es la cuestión.
Ahora bien, esta misma situación sucede en física con los inobservables, como por ejemplo, agujeros negros, ondas gravitacionales, gravitones, multiversos, materia oscura, energía oscura, etc., ¿existían antes de ser nominados? O más bien ¿empiezan a existir cuando los nombramos o conceptualizamos? Los físicos, ¿describen un mundo existente? O, por el contrario, ¿describen el mundo que ellos perciben o miden indirectamente? Reflexionar sobre estas cuestiones exige niveles de abstracción bastantes fuertes. Este será nuestro punto de partida para construir el puente lingüístico entre físicos y filósofos (o al menos intentarlo) para reflexionar y analizar el misterio de los inobservables y su (¿posible?) encarnación a través del verbo.
El título de este artículo es «El verbo se transforma en carne» y justamente las ejemplificaciones anteriores muestran como a partir de «nombrar algo» éste –algo– empieza a «existir» (¿o no?) la dicotomía no resulta nada fácil de resolver y es aquí donde los denominados «inobservables» se vuelven tan interesantes tanto para la física, como para la filosofía (de allí la necesidad de «construir» un puente entre ellas). Pero, volvamos un momento a los inobservables. ¿Existen, o no existen? Esa es la cuestión. Una mirada híbrida podría reflexionar de manera más completa acerca de este problema. Raphael Neelamkavil, filósofo de la física asume el desafío de ofrecer esta visión físico-filosófica. La propuesta de Neelamkavil es tender un puente entre la física y la filosofía a partir de la lingüística y la ontología científica.
Neelamkavil parte de una evidencia experimental dada en el año 2014 a través de los avances neurocientíficos: espacio y tiempo son condiciones cognoscitivas. Es decir, espacio y tiempo no son cosas que «están fuera de nosotros» sino que son condiciones que yacen en nuestro cerebro. He aquí una afirmación tajante: espacio y tiempo no existen fuera del sujeto. Son parte del sujeto. Por supuesto, antes del advenimiento de la neurociencia, Einstein en física y, antes que él, Kant en filosofía ya habían vislumbrado este aspecto del espacio y tiempo.
Entonces, la física que en sus teorías ha concebido al espacio y al tiempo como «cosas existentes» debe pasar a cambiar su manera de expresarse. Neelamkavil propone dos categorías lingüísticas que pertenezcan tanto a la filosofía como a la propia física: «Extensión-Cambio». Según Neelamkavil, «Extensión» refiere a «Espacio» en tanto «algo que está fuera de nosotros» es decir, ontológico y, análogamente, «Cambio» refiere a «Tiempo».
¿Cómo se conecta esto con los denominados «inobservables»? Según Neelamkavil, existen cosas independientemente de si las nombramos o no, es decir, existen cosas fuera de mí. A esto lo denomina «Universales Ontológicos» y son, por ejemplo: energía, masa, neutrinos, agujeros negros, etc., es decir, todo aquello que existe de manera independiente de si lo percibimos o no, o más aun, si lo nombramos o no. En pocas palabras, los inobservables son los universales ontológicos.
Neelamkavil da ejemplos de cómo, previo a cualquier palabra o nombre que le diera el ser humano a lo que existe, ya existían los agujeros negros, neutrinos, etc. Tomemos un ejemplo fuera de la física, la palabra «aporofobia» ¿Quién no conoce la historia de Oliver Twist del gran escritor inglés Charles Dickens? En esta historia, Oliver es un niño huérfano que sufre hambre continuamente. Junto a los demás niños del orfanato donde vivía, deciden echar a la suerte quien pedirá un plato adicional de comida y Oliver resulta ser el elegido. Cuando Oliver decide pedir un plato de comida más, el director del orfanato lo ofrece como aprendiz iniciando así, las aventuras y desventuras de Oliver. Esta historia escrita por Dickens relata el ideario colectivo de la Inglaterra victoriana, y como la pobreza era merecedora de desprecio, hostilidad y rechazo. Resulta evidente ver a través de los personajes de Dickens el rechazo a la pobreza ¿No entra esto dentro del fenómeno denominado «aporofobia»?
Entonces, quiere decir que las cosas existen previa e independientemente de si las nombramos, o no. No es necesario esperar a que el «verbo se transforme en carne». Si nos llevamos este análisis a las teorías físicas, entonces veremos que éstas están soportadas en «conceptos» que existen independientemente de si los hemos «observado» o no. Los físicos han evidenciado la existencia de muchos inobservables a través de mediciones indirectas, pero, aun no tienen una definición concreta de estos entes o «universales ontológicos» (por eso nuestros queridos profesores no pueden respondernos). Es muy difícil para el físico contestar a la pregunta ¿qué es la energía? O, ¿qué es la materia? y, muchos de ellos dirán que no es necesario una definición clara para «operar» con estos entes. Bien sabemos, que esta respuesta esquiva no satisface a la ciencia.
Ahora bien, si pudiésemos evidenciar dentro de las ecuaciones físicas las precisiones y significaciones filosóficas estaríamos tendiendo un puente lingüístico entre físicos y filósofos y con ello poder extender a mayor profundidad el estudio acerca del misterio que encierran estos inobservables. Justamente esta es la utilidad de incorporar las categorías físico-ontológicas «Extensión-Cambio» de Neelamkavil.
«Espacio» entendido ahora como «Extensión», y, «Tiempo» entendido como «Cambio», permitirán establecer estas evidencias. Tomemos como ejemplo la ecuación de campo de la relatividad general de Einstein. Esta ecuación está compuesta por dos partes: una parte ontológica (filosofía) y una parte epistémica (podemos relacionarla con física). Esta ecuación pasa a referir al tensor métrico que, por supuesto, viene expresado en términos de espacio y tiempo, pero si observamos un poco más de cerca, encontraremos que a un nivel superior podemos identificar los elementos filosóficos presentes y, a su vez, las categorías «Extensión-Cambio», sobre todo si atendemos a los universales ontológicos o inobservables (en este caso, la gravedad).
Si extendemos este análisis a otras ecuaciones de la física (cuántica, física solar, astrofísica, cosmología, etc.) podemos identificar los elementos filosóficos presentes en ellas y evidenciar la presencia de la filosofía en las teorías físicas. No quiere decir esto que, a través de la identificación de los elementos filosóficos en las ecuaciones daremos una respuesta definitiva al modo en que los inobservables se «encarnan» en ciencia, pero, si se generará un vínculo lingüístico entre físicos y filósofos para poder estudiar los inobservables desde la conciliación entre ambas. Al mismo tiempo, al poder identificar los inobservables y elementos filosóficos dentro de las ecuaciones, se puede «aislar» al inobservable y compararlo con la funcionalidad que tiene éste mismo inobservable en otras teorías físicas. Al hacerlo, se podría evidenciar el carácter multifacético del inobservable y con ello dar cuenta del aspecto «procesual» de la Realidad. Como dije, reflexionar acerca de los inobservables exige descender a las profundidades del pensamiento abstracto, pero hacerlo sin duda conduce a interesantes elucidaciones que permiten la apertura a nuevas postulaciones.
La Realidad, el Mundo, la Naturaleza, como la queramos llamar, es dinámica. No es estática. Está en constante movimiento. Está en constante «proceso», y, los inobservables muestran justamente la cara dinámica de la Realidad. Esto es lo que hace que sean tan esquivos a la hora de querer «encerrarlos» bajo un solo significado. Es por ello que, lograr expresar la multiplicidad del dinamismo de los inobservables a través de categorías que transciendan nuestro aparato perceptual se hace tan necesario. Si además de esto, estas categorías son comprendidas y adoptadas tanto por filósofos como por los físicos, ya habría un avance no solo en la conciliación entre físicos y filósofos, sino que, además, los físicos no tendrían que seguir esquivando las preguntas de sus estudiantes acerca de la naturaleza de cualquier inobservable (energía, masa, etc.) bastará con referir al carácter procesual de la Realidad al tiempo que se describirá estos inobservables como «entidades procesuales» en constante «Extensión-Cambio» en lugar de mantener, aun, la fantasiosa idea de que los inobservables se «vuelven carne» en cuanto los nombramos.