En los abismos de una mente inquieta, donde las sombras tejen sus hilos con maestría, se alza un espíritu que, en ansias dolientes, se pierde entre idealizaciones y melancolía. Sobre aquel telar de pensamientos incesantes, cada hilo se enlaza en demasía, que enredado en el ovillo de sus complicaciones, se sumerge en un mar oscuro. Una idea, cual relámpago en su océano mental, da señales turbulentas con las que hiló conclusiones inexistentes, tan letal.
Existen almas que cargan con un peso invisible, aquellos que viven o que hemos vivido en el constante estruendo de la inquietud, somos conscientes que nuestras mentes son como cajas de resonancia, amplificando cada temor, cada inseguridad, hasta que el silencio se vuelve un tesoro inalcanzable. En las cuestiones diarias, buscamos encajar las piezas de un rompecabezas que nunca termina, con el deseo de calmar el bullicio, los corazones laten con una sensibilidad abrumadora, la empatía se multiplica, pues comprendemos el sufrimiento de los demás. Así, a pesar de las heridas que los pensamientos causan, el camino es hacia adelante, en busca de un respiro que permite descansar del torbellino de nuestras mentes.
Durante mucho tiempo, los pensamientos negativos nos arrastran hacia abismos de autodestrucción, cada mínimo detalle, se convierte en un detonante que alimenta el fuego de ansiedad e inseguridad, vemos peligro en cada esquina y cuestionamos cada acción. El tiempo se distorsiona, se estira interminablemente mientras nos debatimos entre posibles futuros desfavorables, nos hace creer que el mundo es un lugar hostil y que somos vulnerables frente a cada desafío que se nos presenta.
Nuestros pensamientos no siempre son reflejo de la realidad, son proyecciones distorsionadas, espejismos que oscurecen nuestra percepción y alejan la serenidad. Nos aferramos a ideas irracionales y terminamos enredados en el enigma de lo que podría ser. Hasta que un día, algo cambia, en un destello de lucidez, paramos, recordamos que uno mismo es quien jala la cuerda hacia abajo, de pronto, llega un golpe liberador a la existencia, como una luciérnaga solitaria, la tranquilidad emerge de entre las sombras, pintando con suavidad los contornos del ser afligido. En su presencia, el caos se desvanece y el corazón, exhausto de luchas internas, encuentra un descanso. Así, entre ese vaivén, encontramos equilibrio, la lucha se transforma en aceptación, y el murmullo constante se convierte en una sinfonía de introspección.
En ese instante, comprendemos que la verdadera fortaleza reside en la capacidad de encontrar la belleza en medio de la tormenta y, con ello, iluminar el camino hacia la sanación. Es un proceso arduo, se empieza a reconocer esos patrones de pensamiento negativo, y se desafían su validez, desarrollamos el poder de elegir cómo reaccionar ante ellos, emergen los momentos de debilidad, pero se detienen por la convicción de que no es imposible superar esa situación. Con cada paso, se va reconstruyendo la confianza y cultivando una mentalidad más positiva.
La transformación interna, enseña a llevar la vida en la que los pensamientos negativos, son sólo visitantes ocasionales y no inquilinos permanentes. Sobre todo, enseña a estar presente.
Nos convertimos en creadores conscientes de nuestro propio destino, descubrimos que el poder de la transformación radica en nuestra capacidad de aceptación y gratitud. Apreciamos las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas: un rayo de sol acariciando nuestra piel, una sonrisa amable de un extraño, el aroma del café por la mañana. Nos damos cuenta de que la vida está compuesta de momentos de plenitud.
Es un camino en constante evolución, todos somos capaces de transitarlo y seguir adelante con la mente más clara y el corazón más ligero.
Para quien necesite leerlo…