La ausencia de pensamiento no significa un vacío de consciencia. Tiene que haber una consciencia para conocer el vacío. El conocimiento y la ignorancia son de la mente; nacen de la dualidad. Pero el ser está más allá del conocimiento y de la ignorancia. Es la luz misma.
(Ramana Maharshi)
Hay cosas que no se escriben, pero danzan como palabras, cosas que no se ven que deslumbran la mirada, que no se dicen, pero abrazan y aman. Hay música que no se escucha, que hace bailar las almas. Mas allá de los sentidos, se siente, más allá de estar, se es. Mas allá de la personalidad de cada uno, hay uno. Mas allá del entender, hay un saber que no se entiende, y del querer, un amor que trasciende. Un mar que arropa todo. Una voz en silencio. Un aliento sin tiempo.
Algo se derramó allá adentro, que subió hasta los pozos de mis ojos y mi estar consciente, y se desbordó creando por un momento un mar continuo. Me sobrevino una sensación sin los sentidos, un darme cuenta sin pensamiento, una serenidad sin espacio y tiempo que era tan natural que solo era.
Duró instantes sin tiempo y, al salir de aquella realidad tan real, me di cuenta de las miradas intercambiadas durante toda una vida, del relacionamiento con los otros. Parte de ese esfuerzo que uno hace por entender qué es todo esto que nos rodea, y quién es el yo observador. Este asomado escondido detrás de los ojos, cautivo en un cuerpo particular, con esta personalidad de cada uno. Expresando cultura, género, temperamento, asombro y terquedad en conjuntos únicos. Y son tantos los demás que uno ve pasar, tantos los cuentos e historias de los que han pasado, y tantos los sueños de los que pasarán.
Así vamos, enmarcando vida y universo, latencias de energía, ritmos de crecimiento y muerte. Infancia, juventud y vejez rodeados de seres queridos, de los «otros» y de la naturaleza vasta y diversa. Y, además, todo este contenido adentro de uno, de pensamientos, sentires, amores, miedos, conclusiones, confusiones, argumentos, creencias y conceptos. Los cuales pueden dar lugar, por un lado, a una iniquidad que en un instante puede destruir lo concebido en el espacio, o generar una codicia y un egoísmo que socava la belleza de la vida y, por otro, lado liberar una generosidad y un sacrificio de amar, capaz de llevar a entregar la vida de uno por los demás. Un amor universal invencible y deseos mezquinos incontenibles. Una contradicción constante y una sabiduría que siempre se nos va y siempre vuelve.
Al sentir aquella marejada transformadora de adentro, me vi a mí mismo en todos y a todos en mí. Traté de alcanzarme para alcanzarlos, pero de nuevo me perdí. Y me reí, en llanto profundo, me di cuenta de que estaba tratando de cantar canciones que aún no sabía, imaginando espacios inexistentes en mi mente. Esta, desesperada, elucubraba pensamientos sin fin por segundo, buscando soñar con una explosión súbita de la consciencia, lanzando gritos de auxilio, en búsqueda de la comprensión de una serenidad perpetua. Suspiros de alma.
Explotaron los circuitos de neuronas que guardaban las lecturas sobre ciencia, cosmología, filosofía, misticismo e historia. Concluí que, en este momento de civilización, hemos alcanzado niveles de información, de desarrollo de instrumentos para observación, verificación y procesamiento de datos, para lograr integrar racionalmente el macrouniverso con el microuniverso. Y nos hemos dado cuenta de la naturaleza sistémica y de la interconexión de todo.
Pero la mente racional no puede alcanzar la esencia de la existencia, no puede entender lo que está más allá del entendimiento y pertenece al ámbito de la experiencia. Esta energía racional, de la verdadera ciencia, podría en conjunto con otros elementos de la naturaleza humana, como son la inspiración, la intuición y el amor, por lo menos incorporar en nuestra percepción de ser el concepto de unicidad como nuestra cosmovisión.
Pero en vez de lograr esta integración, hemos combinado el modelo racional con el egoísmo, la codicia y el hambre de poder, creando una sociedad de consumo y olvidándonos de la compasión, el amor y la unicidad, de la ternura y del amor. Nos hemos olvidado de estas cualidades que forman parte esencial de nuestra humanidad, igual que la mente racional, y en vez de integrarlas a nuestra ecuación de ser, parece que nos estamos separando cada vez más de ellas.
Nuestra cosmovisión prevaleciente se basa en un materialismo científico fundamentalista y reduccionista, que nos impide ver adentro de nosotros mismos. Esto nos ha llevado a tener una visión fragmentada de la existencia, y a adoptar un sálvese quien pueda en el relacionamiento con los otros y con nuestro entorno. Generando una indiferencia, a aquello que no consideramos parte de nuestro ego, familia, o grupo social o nacional, en lugar de ahondar en la percepción de que todos somos parte de este ser.
Toda la gama del universo que nos rodea, a través de una increíble danza, culminó en la forma humana, con redes neurales capaces de dar espacio a la mente, posibilitando la expresión de la consciencia plena. La capacidad humana de darnos cuenta de que nos damos cuenta surgió a través del proceso evolutivo del universo, desde las estrellas donde se confeccionaron los elementos que hacen posible la vida; el oxígeno, el carbón, el nitrógeno, hasta el surgimiento de los planetas, la aparición de las proteínas, las células, los organismos multicelulares y nosotros.
Pensé en aquel momento de desbordamiento evanescente, de suspiros de alma, que la mente humana es el envase ensamblado por la vida para que la consciencia pueda enfocar plenamente en su propio descubrimiento, y darse cuenta de la existencia. Pero el envase se convirtió en obstáculo para la plena visión de la consciencia. Y la vida, que hasta entonces había sido una aventura evolutiva, para ensamblar la complejidad del envase y llevar a la consciencia hasta el punto de saberse existencia, emprendió otra aventura para desensamblar el envase, como andamiaje de la consciencia, y dejar que esta se derrame y se percate de su existencia ilimitada.
Los momentos de revelación no están basados en pensamiento ni procesos lógicos, son experienciales. Y no pueden describirse con la mente porque están más allá del pensar, más allá del lenguaje. La experiencia es el verdadero conocimiento. El lenguaje es un código para transmitir la experiencia a los demás. La experiencia de un momento de revelación no puede codificarse en lenguaje. Quizás con un abrazo, o con una mirada a otro, que en ese momento esté sensible y haya tenido la experiencia.
Incluso la transmisión de experiencias obtenidas a través de la percepción sensorial no se puede comunicar a través del lenguaje si la otra persona no ha tenido la misma experiencia. No se puede explicar un dolor de cabeza a alguien que nunca haya sufrido uno.
Y, aun así, siempre hay una diversidad, porque no todo el mundo percibe las cosas de igual manera. Por lo tanto, la comunicación a través del código del lenguaje no necesariamente comunica la misma experiencia entre dos o más personas que la tienen. Solamente podríamos decir que hay una aproximación. «Es un día hermoso», puede comunicarle una persona a otra. Y la otra persona, sintiendo la belleza del día, asiente. Pero lo que cada uno experimenta es diferente. Se puede parecer, pero nunca es exactamente igual. Cada experiencia es única al particular punto de vista que la percibe. Lo que resulta, entonces, es un consenso de la experiencia que están teniendo una o varias personas. Este consenso es la sumatoria de las percepciones individuales de cada uno. Pero, lo que cada uno ve o siente es lo que cada uno ve o siente, es único.
Cuando se combinan la calidad y atención prestada por los cinco sentidos de cada uno con la sensibilidad diferenciada interna que cada persona tiene, esto resulta en un sistema de percepción complejo, para integrar el contexto de lo percibido, de una manera absolutamente singular. Aunque se puede coincidir, en el consenso antes mencionado, nunca es idéntico para cada uno de los puntos de vista.
Y así, las diferentes personalidades con diferentes capacidades, culturas, maneras de ver lo que ven, condiciones fisiológicas y sociales diferentes, tienen distintas maneras de sentir adentro de sí mismo lo que son y lo que perciben. Cada uno va interpretando y describiendo la vida, desde sus distintos puntos de vista, y fragmentando el continuo en bienes raíces de personalidad y ego, en pensamientos y deseos que reflejan el envase, desde distintos ángulos, pero no dan paso al fluir de la consciencia de la existencia.
El envase, el andamiaje de la mente filtra la experiencia. Solo cuando el envase de la mente se desgasta, al punto que se derrama su contenido de consciencia nos podemos dar cuenta de que somos, sin predicado, una sola existencia. Es el concepto de realización mencionado por los maestros de la espiritualidad.
Pero todos, en algún momento de la vida, experimentamos ese momento «ajá», de revelación, una suspensión momentánea donde uno se pierde en la existencia. Ahora que estoy en la antesala de salida de este salón de los espejos, cansado de rebotar la misma imagen desde distintas perspectivas, de vez en cuando siento que hay un lugar muy adentro desde donde se percibe el ser.
Ese ser que se encuentra más allá, y simultáneamente, en y entre, toda nobleza e iniquidad. Mucho más allá de teorías de la mente, de los deseos del cuerpo y las emociones del corazón. Sin embargo, íntimamente entretejido en ellos. Que subyace en lo más burdo y en lo más sublime, que es absolutamente independiente de la forma y el pensamiento, pero se manifiesta a través de estos.
Que canta en espacios musicales, y habla en poesía y rima, pero está en silencio todo el tiempo. Es misterio y a la vez claridad, que ase corazones y almas en un sentimiento indescriptible, más allá de impresiones y emociones, y suscribe cada acción, cada descanso. Él, sin forma en su vestido invisible de siempre belleza, en su presencia siempre ausente, sostiene cada gota que cae y que surge, cada tiempo inexistente que hace tictac. Su fragancia lo impregna todo. A veces sientes su eco sin quererlo, en el momento más inapropiado e inesperado, como una extraña y delicada explosión dentro de tu pecho. Aférrate a él, ríndete a ella.
Clamé entonces por ese mar desparramado soñándose en gota perdida, con una escorrentía que me arrastrase hasta ahogarme en esa inmensidad inconcebible. ¡Queriendo ser abrazo para buscarme en tantos otros y encontrar la corriente que nos lleve a ese continuo donde solo se es!