Un viejo aforismo profesional dice que el periodista no es la noticia, sino el intermediario entre el acontecimiento y el público. Pero esta norma se rompió el 6 de abril en Chile con el caso de Paulina de Allende-Salazar, luego de que un general de Carabineros la expulsara de una rueda de prensa porque aludió con el modismo «paco» a un policía baleado por delincuentes.
La reacción del general Alex Chaván, director de Control de Drogas e Investigación Criminal de Carabineros (policía militarizada), acarreó ese mismo día el despido de la periodista del canal Megavisión, estación para la cual trabajaba Paulina de Allende-Salazar, lo cual desató una ola de protestas contra el jefe policial y la estación televisiva.
Los medios chilenos reprodujeron una y otra vez el lapsus de la reportera, que en un despacho en vivo, cuando acudía a la comisaría para recibir la información oficial de Chaván sobre el asesinato del suboficial Daniel Palma, se refirió a este como «paco», aunque de inmediato se excusó y cambió ese término coloquial por «carabinero», la expresión formal.
La situación se produjo en un clima político tensionado por las muertes de dos carabineros a manos de delincuentes durante procedimientos policiales, lo cual aceleró la aprobación de una controvertida ley de «legítima defensa privilegiada», cuyo objetivo es ampliar las facultades para que los efectivos policiales puedan abrir fuego al sentirse amenazados.
La decisión del general Chaván recibió ese mismo día el espaldarazo de unas 400 personas que interpusieron denuncias contra Paulina de Allende-Salazar ante el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), organismo autónomo que se encarga de supervisar las emisiones de la televisión abierta, cuidando que los canales no emitan mensajes inapropiados, contra la ley o la ética.
Lo más probable es que el CNTV emita su veredicto de rechazo o aceptación de las denuncias cuando ya haya pasado el alboroto comunicacional. Pero en tanto se abrió otra vertiente polémica que atañe a la libertad de expresión y a la arbitrariedad que se atribuye en este caso tanto a Chaván como a los directivos de Megavisión, un canal privado propiedad de un grupo empresarial afín a la derecha.
El Colegio de Periodistas y varias personalidades del mundo de las comunicaciones respaldaron a la profesional, que exhibe una notable trayectoria como periodista de investigación, reconocida el año 2010 por el Premio Periodismo de Excelencia de la Universidad Diego Portales y el 2019 por el prestigioso Premio Lenka Franulic de la Asociación de Mujeres Periodistas.
En cuanto a Chaván, se recordó que, en 2017, cuando era director del Departamento de Comunicaciones Sociales de Carabineros, vetó la participación en una rueda de prensa del periodista Matías Rojas, quien interpuso un recurso ante los tribunales, que fallaron a su favor.
Tampoco escasearon las sospechas de una suerte de ajuste de cuentas con la periodista, que trabajó varios años en la estatal Televisión Nacional (TVN) en reportajes de investigación. En 2010 cubrió y denunció el escándalo de pedofilia del sacerdote Fernando Karadima, en 2015 investigó actos de corrupción de altos mandos de Carabineros y en 2018 denunció sobresueldos de uniformados a través de las mutuales de la policía uniformada y civil y de las Fuerzas Armadas.
«Pacogate» es el nombre con que los medios denominaron los casos de corrupción de 2015, destapados por el equipo de TVN. A raíz de la reacción del general Chaván contra Paulina de Allende-Salazar, varios profesionales de la prensa preguntaron, medio en broma y medio en serio, si podrían seguir usando esa denominación.
Lo cierto es que Chaván cometió un exabrupto, tal vez justificable por la contingencia del asesinato del carabinero Palma, pero dejó sentado un grave precedente de censura contra la libertad de expresión. Funcionarios del gobierno del presidente Gabriel Boric se pronunciaron en contra de la actitud del general de Carabineros y también la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados decidió tratar el conflicto.
¿Por qué tanto escándalo por el uso de la palabra paco? Es la pregunta que muchos se hacen a partir de la sobrerreacción del general Chaván, sobre todo tratándose de una expresión popular que según el contexto puede interpretarse como ofensiva, cariñosa y hasta neutra.
¿Tienen derecho las autoridades, con uniforme o sin uniforme, a arrogarse el control del uso de las expresiones del lenguaje popular? Incluso el propio Cuerpo de Carabineros ha difundido, como aporte teórico a su museo, investigaciones académicas que han intentado dilucidar el origen del término «paco» para aludir a sus efectivos.
Una investigación de muchas hipótesis, varias de las cuales se remontan al siglo XIX, mucho antes de la creación de Carabineros en 1927, por parte del entonces gobernante, el general Carlos Ibáñez del Campo, que precisamente pasó a la historia como «el Paco Ibáñez».
Muchas hipótesis sin respuesta única, como ocurre lógicamente con las expresiones coloquiales, cuya validación se da en un decurso histórico de influencias de distinta raíz, mediadas a menudo por situaciones anecdóticas que se pierden en el tiempo.
Chile no es el único país donde se llama coloquialmente «pacos» a los policías uniformados, pero es donde está más extendido, mientras que en otras naciones de América del Sur, particularmente en Venezuela, Colombia y Perú, se les llama «tombos». En tanto en Ecuador, y sobre todo en Quito, se les denomina «chapas».
En Brasil y Argentina son «canas», aunque en este último país al policía se le conoce también como «botón». Este último apelativo se derivaría de la cantidad de botones brillantes en los uniformes de los vigilantes a comienzos del siglo pasado, así como la expresión «tiras», usada en Chile y Argentina para los detectives de la policía civil, vendría de las cintas que otrora lucían en los hombros de sus casacas.
Como siempre, hay interferencias en el lenguaje popular de modismos impuestos desde el coa, el lunfardo u otras expresiones alimentadas desde el hampa. Se supone que el «tombo» es a fin de cuentas una transformación del «botón», con el procedimiento de invertir el orden de las sílabas.
El lunfardo es rico en esos recursos: el doctor es el «tordo», el cajón el «jonca», que por derivación metafórica alude al ataúd, y así los ejemplos podrían seguir hasta el infinito. Sumemos los apelativos que se apoyan en detalles, como el color del uniforme, para llamar «grises» a los guardias civiles en España o «verdes» a los carabineros en Chile.
Las instituciones uniformadas siempre serán objeto de tratamientos coloquiales, derivados del lenguaje o del uso popular, a veces para transmitir recelos o algún tratamiento despectivo o burlón hacia ellas. El ejemplo más recurrente en nuestros países es el de milicos por militares, mientras quedó en desuso el «gorilas» con que en el siglo pasado se trató a los dictadores de uniforme.
La creatividad evoluciona y el lenguaje popular también, aunque a veces colisione con reacciones desmesuradas de algún general.
En nuestra infancia era muy popular una canción infantil, cuyo estribillo decía: «Hay un pájaro verde puesto en la esquina, esperando que pase la golondrina…». Con ingenua maldad, a veces se la cantábamos o silbábamos a la distancia a un paco… perdón, carabinero, de punto fijo en el barrio.