El sumo pontífice Francisco nos pidió el miércoles 28 de diciembre de 2022 que rezáramos por el Papa emérito Benedicto XVI, debido al empeoramiento de su salud. El sábado, víspera de Año Nuevo, conocimos la noticia de la «partida al encuentro» –repitiendo las palabras del santo padre Joseph Ratzinger–. Agradecemos a Dios por su vida y obra, obra que tiene su mejor expresión en los numerosísimos libros que escribió. El Papa fue probablemente el más grande teólogo de los siglos XX y XXI. En el momento de conocer la noticia fue inevitable pensar que era el último Papa que padeció los horrores del mayor conflicto armado de la historia, siendo obligado en su adolescencia a combatir por el Tercer Reich. A continuación, como un humilde homenaje a su persona y legado, comentaremos algunos aspectos del significado de este hecho; y nuestro testimonio que por ser fieles católicos siempre estamos cercanos al obispo de Roma.
Joseph Ratzinger tenía seis años cuando el nazismo llegó al poder en 1933 (recuerda que era un día lluvioso y fueron obligados todos los estudiantes a marchar, los cuales lo hicieron «sin despertar entusiasmo»). Era hijo de un miembro de la policía rural de la tradicional Baviera, región alemana que es conocida en relación al Tercer Reich como la cuna del nacionalsocialismo (el movimiento nazi). La razón está en ser una zona fuertemente conservadora, pero dicha tendencia posee diversas vertientes que incluso se oponen entre sí. Una de ellas era la de su familia, y nos referimos a un auténtico catolicismo que determinaba toda su vida. Buen ejemplo son las palabras de sus memorias: Mi vida. Textos autobiográficos (1977) (en adelante cuando usemos comillas será la transcripción de este libro, y de no ser así lo señalaremos) cuando habla de su nacimiento el 16 de abril de 1927 que cae Sábado Santo:
Ser la primera persona a ser bautizada en el Agua Nueva de la Pascua era visto como un acto muy significativo por parte de la Providencia. Siempre me he llenado de sentimientos de gratitud por haber sido inmerso en el Misterio Pascual de esta manera; (...) cuanto más lo reflexiono, tanto más me parece apropiado a la naturaleza de nuestra vida humana: aún esperamos la Pascua definitiva, aún no estamos en la plenitud de la luz, pero hacia ella caminamos llenos de confianza.
El gran misterio de «no estar en la plenitud de la luz» se mostró con terrible certeza en la época en la cual le tocó crecer al futuro Papa. El peso que tienen las experiencias infantiles y de adolescencia en nuestras vidas es determinante, y el joven Ratzinger padeció la oscuridad y la desolación. En la Alemania Nazi parecía que el mal había triunfado. Su padre, como oficial de policía, tuvo que enfrentar en varias ocasiones a los cuerpos paramilitares del partido (las SA) a medida que ganaban popularidad. La familia se mudaba con frecuencia en la región debido al cargo del jefe de familia, pero ante el rechazo que mostró al nuevo orden instaurado por Adolf Hitler fue enviado muy lejos al pie de los Alpes (a Auschau am Inn). Finalmente lo jubilarían en 1937 y se establecen en Hufschlag, en las afueras de la ciudad de Traunstein.
En casa de los Ratzinger se leía la prensa católica ¡por supuesto!, siendo esta una de las primeras lecturas que hizo desde muy niño con gran frecuencia. Estaban suscritos tanto al Münchener Tagblatt, el periódico del Partido del Pueblo de Bavaria (BVP) con el cual simpatizaban, y al antifascista: Gerade Weg, fundado y editado por Fritz Gerlich (un converso católico del norte protestante de Alemania). En este último se podía leer titulares tales como: «El Nacional Socialismo es una plaga» (31 de julio de 1932), y la advertencia del peligro que significaba dicho partido junto a su líder e ideología: «la enemistad con las naciones vecinas, la tiranía en casa, la guerra tanto a lo interno como a lo externo; y el dominio de la mentira, el odio, y la pobreza extrema». También el editor ofrecía las noticias del choque de los nazis con los católicos, y la incompatibilidad de ambos. A poco menos de un mes de la llegada al poder de Hitler, los SA irrumpieron con violencia en las oficinas del Gerade Weg preguntando: «¿dónde está el cerdo de Gerlich?» Lo encerraron en el campo de Dachau donde sería asesinado al año siguiente, y solo le enviaron a la esposa sus lentes ensangrentados. Dicho personaje, junto a estas últimas escenas, fueron representadas por el actor Mathew Modine en el biopic: Hitler: The rise of Evil (Christian Duguay, 2003).
Al vivir en un pequeño pueblo, la represión nazi fue menor en los primeros años de la construcción del régimen totalitario. El Estado y la Iglesia habían firmado un Concordato, pero poco a poco Adolf Hitler irrespetaba la autonomía de las organizaciones católicas, en especial las escuelas. Se hizo obligatoria la pertenencia a las organizaciones juveniles del partido (Hitlerjugend y Bund deutscher Mädchen), por lo que sus dos hermanos mayores se incorporaron. Se vigilaba y amenazaba a todo sospechoso de oposición, en especial los sacerdotes que rechazaban los rituales paganos «germánicos». Su padre ayudaba a los que corrían peligro. Al final el clero alemán comenzó desde el púlpito a denunciar la violación del Concordado e informó al Vaticano de todos los abusos (incluyendo la persecución de los judíos y el resto de los partidos).
El Papa Pío XI había dedicado una encíclica en contra del totalitarismo comunista en 1935, y al determinar que los nazis seguían por el mismo camino, pero desde la derecha, escribió un texto paralelo. Por primera vez en la historia de la Iglesia no se publicó en latín sino en alemán (y es la única en este idioma), la encíclica: Mit brennender Sorge («Con gran preocupación. Sobre la situación de la Iglesia Católica en el Reich alemán») del 21 de marzo de 1937, la cual rechaza el neopaganismo y la doctrina de superioridad racial base de la ideología nazi. La misma fue prohibida en Alemania, pero fue leída por partes generando una mayor persecución contra los católicos.
No todos los católicos resistieron, e incluso una parte del clero defendía una cohabitación con los nazis; pero fueron los primeros (entre los que se encontraban sus padres, pero también párroco y maestros) los que sirvieron de ejemplo para el niño y luego joven Joseph. Y de esa forma nos relata que muchos «eran conscientes de su fe cristiana como el más auténtico fundamento de nuestra cultura y, por ello, también de su labor cómo educadores». Su hermano George en 1937, al cual admiraba profundamente, se hizo monaguillo y luego entró al seminario del Colegio Arzobispal. De esta forma agrega: «seguiría sus pasos –en 1939–, aunque no podía compararme con su empeño y capacidad».
En el seminario menor de Traunstein inicia su carrera eclesiástica. En el Gymnasium de lenguas clásicas aprende latín y griego desde 1937, el llamado «bachillerato humanístico», y del mismo dirá: «la formación cultural basada en el espíritu de la antigüedad griega y latina creaba una actitud espiritual que se oponía a la seducción ejercida por la ideología totalitaria». Fe y Razón lo protegieron de las presiones del nazismo, pero también el ambiente de su hogar donde sus padres y sus hermanos eran auténticos cristianos; la Iglesia que resistía y sus maestros que nunca se inscribieron en el partido a pesar de las amenazas; y por último: la permanente admiración de la belleza que le rodeaba (en la naturaleza, costumbres, arquitectura, música y liturgia). Después sería la vida en comunidad en el seminario mientras avanzaba la guerra.
La realidad cambió definitivamente en la segunda mitad de 1941, cuando el ataque a Rusia hizo que todos los edificios dedicados a la educación religiosa fueran adaptados como hospitales militares. Al final, los hermanos Ratzinger volvieron a casa, y George tuvo que entrar al «Servicio laboral del Reich», y luego unirse al Ejército en el otoño de 1942. Joseph descubriría la literatura y la poesía, y con solo 16 años fue enviado a Múnich en 1943 para vivir en barracones con otros estudiantes de su edad. Al menos le permitían seguir estudiando mientras eran entrenados en el manejo de cañones antiaéreos (arma cada vez más necesaria ante la campaña de bombardeo aliado). Estuvo en varias bases que defendían la industria aeronáutica. En sus memorias lo recuerda como un tiempo de crecimiento y estudio, y ayuda espiritual entre los jóvenes católicos que como él debían prestar servicio militar.
Desde 1944 la destrucción y la intensidad de la guerra crecían, y a finales del año pasa al «Servicio laboral del Reich» al sur de Austria. La esperanza de muchos era que los aliados occidentales vencieran rápidamente. Su experiencia en esta nueva etapa la reduce a una palabra: «opresiva», pero su anhelo de ser sacerdote le dio fuerzas frente a los insultos de las autoridades nazis. A finales de ese año volvió a su casa para que la asignaran un nuevo destino, y sobre este regreso afirma: «las montañas resplandecían luminosas en el sol del atardecer: raramente he sentido tan intensamente la belleza de tierra como este retorno a casa desde un mundo desfigurado por la ideología y el odio».
En los últimos meses de la guerra tuvo la suerte de no ser enviado a combatir, y entre abril y mayo de 1945 decidió desertar con el peligro que esto significaba (ser fusilado o colgado como traidor). Pasó varios momentos de angustia por la posibilidad de captura tanto en el camino a casa como en su propio hogar donde se alojaron oficiales de las SS. Su explicación: «parecía que un ángel especial velaba por nosotros». Al llegar los estadounidenses lo obligaron a caminar a un campo de prisioneros, y el futuro papa eligió llevar un cuaderno y un lápiz con el cual escribió sus reflexiones (¡Qué no dice si las logró conservar!). Encarcelado pudo hacer amistades con los intelectuales y asistir a las misas que se improvisaban con los sacerdotes ¡eran 50 mil prisioneros de guerra en total!
El 19 de junio de 1945 fue liberado y regresó a casa en un camión de leche. Al llegar a Traunstein dice:
Llegué antes del ocaso: la Jerusalén celestial no me hubiera parecido más bella en esos momentos. En la iglesia se oía cantar y rezar, era la noche del viernes del Sagrado Corazón. (…) Al verme vivo delante de él, mi padre estaba fuera de sí de la alegría. (…) Nunca en mi vida había comido una comida con tanto gusto como el almuerzo que preparó mi madre aquella vez con los productos de nuestro huerto.
(…) Para que nuestra alegría fuese completa faltaba algo [el retorno de su hermano George, que fue en julio]. Se oyeron pasos y apareció en medio de nosotros el que había desaparecido hace tanto tiempo (…). Se sentó al piano y se puso a entonar agradecido y liberado ‘Groser Gott, wir lobee dich’ (Gran Dios, te alabamos).
Los viejos anhelos sacerdotales fueron retomados con alegría por los dos hermanos, y por tantos que habían logrado convertirse a través de la cruz de la guerra. «Trabajamos con todas nuestras fuerzas en la reconstrucción del seminario semidestruido». En 1946 comenzaron los cursos en el seminario de Frisinga con unos 120 seminaristas. De este inicio escribió:
Nos unía un gran agradecimiento por el hecho de haber salido del abismo de aquellos años difíciles. De esta gratitud nacía la voluntad determinada de recuperar el tiempo perdido y de servir a Cristo en su Iglesia por un tiempo nuevo y mejor, por un mundo mejor. Nadie dudaba que la Iglesia era el lugar de nuestras esperanzas. Ella había sido, pese a las muchas debilidades humanas, el polo de oposición contra la ideología destructiva de la dictadura nazi; ella había permanecido en pie en el infierno que había devorado a los poderosos, gracias a su fuerza proveniente de la eternidad. Nosotros teníamos la prueba: las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Sabíamos por experiencia propia, qué cosa eran «las puertas del infierno» y podíamos ver también con nuestros ojos que la casa construida sobre la roca se había mantenido firme.
Nuestras principales fuentes fueron las ya citadas Memorias y la biografía de Peter Seewald, quien tuvo una larga trayectoria de entrevistas que publicó poco a poco, y que apoyaron este gran estudio del 2020: Benedict XVI: A life. Volume I. Youth in Nazi Germany to the Second Vatican Council II. 1927-1956. Y finalizamos recordando la película Los dos Papas (Fernando Meirelles, 2019), que a pesar de ser una ficción histórica, nos muestra cómo muchos han tenido y tienen una visión totalmente errada del gran ser humano y Papa que fue Joseph Ratzinger. En una escena en la calle el cardenal Jorge Bergoglio dice a un extraño que recen por el Papa Benedicto, pero la persona se molesta y le dice: «¡Por ese nazi nunca!» Y el futuro Papa Francisco responde con dolor: «¡No!», conocedor de la santidad de nuestro querido Papa emérito, que padeció el totalitarismo hitleriano y el horror de la muerte y destrucción de la Segunda Guerra Mundial.