El Libro de Buen Amor, por algunos conocido como Libro de los Cantares, o el Libro del Arcipreste, es una compilación de manuscritos originales encontrados sin ningún título. Este libro presenta 1728 estrofas divididas en setenta y siete capítulos, incorporados estos en ocho grupos. Es, según los entendidos, una obra maestra de la literatura medieval española. Fue escrita por Juan Ruiz (c. 1283-c. 1350), arcipreste de Hita (un arcipreste era el sacerdote más antiguo o eminente, encargado de dirigir al decanato de una diócesis, sustituir al obispo, debido a causa mayor, en las ceremonias de culto). Relata la autobiografía ficticia del autor, representado como don Melón de la Huerta, intercalando fábulas y apólogos que conforman una colección de historias moralizadoras y doctrinales al estilo de aquellas que normalmente se incorporaban en los sermones para el vulgo. Recuerdo de mis tiempos de bachillerato haber leído partes del libro, en alguna clase en la que nos pusieron a comparar el castellano antiguo con el moderno, un interesante divertimento por parte de nuestro maestro de castellano y literatura de segundo o tercer año.

La estrofa 972, parte del capítulo denominado «De Lo Que Le Contesçió Al Arçipreste Con La Sserrana», nos indica que:

Luego después, desta venta fuyme para Ssegovia, Non á conprar las joyas para la chata Troya; Fuy veer una costiella de la serpiente groya, Que mató al viejo Rrando, según dise en Moya.

Algunas de las primeras interpretaciones de esta estrofa indican que la serpiente groya y su costilla, se refería a algún «bicho raro», quizás un dragón, «fantaseado sobre las osamentas de algún animal antediluviano», tal y como un pterodáctilo, o quizás se refería a algún cocodrilo traído desde tierras egipcias. Quizás también podía referirse a una real serpiente, de las que «cuelgan» en alguna catedral, como símbolo del demonio vencido. Quizás una leyenda popular, que involucraba al «viejo Rando o Raudo», nombre que aparece poco claro en el manuscrito original.

Investigadores más acuciosos y aguzados han resuelto el enigma del supuesto ofidio. La palabra «groya» parece significar «granito». En sentido petrológico esta es una roca ígnea compuesta de cuarzo, feldespato, mica y algunos minerales accesorios, formada por el enfriamiento del magma a relativa profundidad en la corteza terrestre. La «costiella» (costilla) es una clara alegoría al costillar de una serpiente. Vemos entonces que, desde un punto de vista figurativo, metafórico y lingüístico, la tal «serpiente groya» es una serpiente de granito. Ese «ofidio» es, sin duda, el acueducto de Segovia, el cual visto desde altas colinas, asemeja el esqueleto de una gran serpiente moviéndose entre las edificaciones de la ciudad. En una sección del acueducto, frente a la plaza, se nota el «costillar» de esa serpiente. Aunque algunas de las rocas que conforman los sillares del acueducto son granodioritas, dioritas, y una que otra monzonita, la mayoría son granito. Los cuatro tipos de piedra pueden notarse si uno observa las diferentes secciones del acueducto. La erosión, es sin duda, evidente. Una que otra pieza o pedazo de piedra cae de vez en cuando. Como parte de la técnica constructiva, se observan huecos labrados en cada lado de las piedras, utilizados para subirlas y apoyarlas. Hace apenas días (mientras escribo esta nota) que el gobierno de la ciudad ha ordenado multar a quien se apoye, escriba, trepe, o deposite cualquier tipo de material, herramientas, o escombros, aunque sea de manera temporal, en el acueducto.

El Imperio romano existió entre el 27 a. C. y el 476 d. C. en el Occidente, perdurando hasta 1453 d. C. en el Oriente. Durante este tiempo se desarrolló una cultura artística, literaria y arquitectónica que ha sido referencia para todas las sociedades occidentales, incluyendo las contemporáneas. El imperio comenzó en la península itálica, pero su excelencia guerrera los llevó a conquistar y controlar casi todo el continente europeo, la costa mediterránea de África y las zonas habitadas del Cercano Oriente. Su frontera norte la marcaban los ríos europeos Rin y Danubio, la frontera occidental limitaba con el océano Atlántico, su frontera oriental con los mares Rojo y Negro asiáticos y la frontera sur llegaba hasta el desierto de Sahara africano.

Durante las siete dinastías que gobernaron el imperio, este giraba alrededor de la figura del emperador. Durante el periodo imperial, la cultura romana se destaca en diversas disciplinas incluyendo la arquitectura. Quienquiera que fuera el emperador, ordenaba construir grandes obras, edificios, monumentos, anfiteatros, arcos de triunfo, baños públicos, redes cloacales y acueductos. Estas construcciones estaban orientadas al uso civil y militar. Era típico que, una vez conquistado cada pueblo, los romanos cambiaran totalmente la fisionomía de este, adaptándolo a sus puntos de vista y necesidades, sin destruir ni los templos, ni los mausoleos, ni los cementerios, los cuales podían ser reestructurados y reacondicionados para sus propósitos, pero no necesariamente cambiados. Tal es el caso de la ciudad de Paestum, totalmente reconstruida como ciudad romana, pero conservando sus tres templos y un heroon, de origen griego.

Entre las fenomenales obras arquitectónicas romanas, destacan los acueductos. Construidos con características muy propias, a lo largo de todo el imperio, su finalidad era el transporte de agua desde manantiales, hasta ciudades y pueblos. El agua sería suministrada a termas, fuentes, baños públicos, letrinas y hasta hogares privados, pero también era para el uso de actividades de otra índole, como la minería, los molinos, y el riego de cultivos y jardines.

El agua de los acueductos se movía por efecto de la gravedad, gracias a ligeros gradientes de descenso en conductos normalmente de piedra o ladrillos, algunas secciones, especialmente en pueblos y ciudades, podían ser metálicas. Muchos de estos conductos eran subterráneos, y seguían el contorno de los terrenos por donde pasaban. Pero en ciertas secciones, atravesando valles, o pasando por tierras bajas, el agua era conducida sobre puentes especialmente construidos para mantener el leve desnivel. Los acueductos incluían depósitos para «desarenar» el agua. Allí los sedimentos iban al fondo, mientras que el agua sin sedimentos era distribuida a sus destinos particulares. Ya en su domicilio final, los aliviaderos de los acueductos iban a desagües y a las alcantarillas.

Roma, por ejemplo, tenía once acueductos, lo que permitía mantener una población superior al millón de habitantes. Muchos acueductos eran tan eficientes y duraderos, que se mantuvieron en uso hasta comienzos de la era moderna. Hay secciones de algunos, que aún se encuentran en uso. Este es el caso de uno de los acueductos de Roma, Aqua Virgo. Aunque con la caída del Imperio romano, cayó en desuso, durante el Renacimiento, el papa Adriano I (700-795), ordenó repararlo. Luego de subsecuentes reparaciones, el papa Nicolás V (1397-1455) lo bautizaría con el nombre de Acqua Vergine en 1453. De este acueducto es poco lo que se ve en la ciudad de Roma, apenas tres arcadas en vía Nazareno, cerca de la Fontana de Trevi, a la cual alimenta, al igual que a otras fuentes de la ciudad.

Gracias a una invitación del gobierno israelí, a través de su agencia para la cooperación y desarrollo internacional, interesado en algunos de los proyectos sobre plasticultura que realizábamos cuando yo dirigía el Departamento de Hortalizas de la Estación Experimental de Cagua de la Fundación Servicio para el Agricultor (FUSAGRI), tuve la suerte de ver, además de otras maravillas propias de Israel, a la ciudad de Cesarea Marítima (llamada en sus primeros tiempos Cesarea Palestina), en la que destaca su acueducto. Esta ciudad portuaria fue construida por Herodes El Grande (c. 74 a. C.-4 a. C.). Al no tener ni ríos, ni manantiales, se construyó un acueducto que traía el agua desde los manantiales de Shuni, en la base del Monte Carmelo, a unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad. Una segunda sección del canal fue construida a la derecha del primero durante el gobierno del emperador Adriano (76-138), quien lo ordenó al notar en visita al lugar, que la ciudad crecía dramáticamente. Esta sección duplicaba la capacidad de suministro de agua. Es sorprendente ver cómo tal maravilla arquitectónica, con sus numerosos arcos, aún sobrevive a los embates del tiempo y la erosión.

Hace apenas semanas que mi esposa y yo visitamos España; teníamos como una de nuestras metas visitar Segovia y admirar el acueducto, uno de los monumentos más emblemáticos del país. Estudios arqueológicos datan la construcción de esta obra entre los años 112 y 116, durante el mandato de Trajano (53-117) y finalizado por el anteriormente mencionado Adriano, época de gran esplendor de Segouia (Σεγουβία), hoy Segovia.

Mientras caminábamos admirados entre las arcadas del acueducto, una simpática lugareña se nos acercó a conversar y preguntarnos si conocíamos la leyenda del acueducto. Algo habíamos leído, pero le pedí nos la contara. De acuerdo con la leyenda, hoy parte del patrimonio cultural inmaterial y de la memoria colectiva de los segovianos, el acueducto no fue construido por el Imperio romano, sino por el mismo diablo. Una joven aguadora, cansada de cargar los cántaros llenos de agua por las empinadas calles de la ciudad, decidió ofrecer su alma al diablo si este construía un acueducto que transportara el agua hasta su casa, para evitar así, realizar tan ardua labor. Satanás se le materializó, aceptando el reto, comprometiéndose a construir la faraónica obra en tan solo una noche. Quedó de acuerdo con la joven, que el acueducto estaría listo para comenzar a funcionar antes de que cantara el gallo al amanecer. Solo entonces, el alma de la joven le pertenecería.

Lo joven aguadora, consideró entonces el error que cometía y asustada por su impetuosa e impensada promesa, pasó toda la noche rezando, mientras legiones de diablillos traían y colocaban las piedras, armando así el acueducto. Justo cuando el diablo se disponía a colocar la última piedra, cantó el gallo. Las muescas que se observan en cada piedra de esta estructura son las huellas de las pezuñas de Lucifer, quien tuvo que irse del lugar disgustado al no poder apropiarse del alma de la aguadora.

Con el tiempo, en el hueco que quedó en el lugar donde estaría la piedra que le faltó colocar al diablo, se colocó la imagen de la Virgen de Nuestra Señora de la Cabeza.

Mas recientemente, en 2019, el Ayuntamiento de Segovia recibió en donación del escultor José Antonio Abella Mardones la escultura de un «diablo venido a menos, con algunos años encima, [y] muchos kilos de más» tomándose una autofoto con el acueducto de fondo. Aunque se creó cierta controversia y algunos vecinos recogieron firmas para no colocar esta escultura en lugar público, ya forma parte del decorado urbano. Podemos así verlo sentado en la calle San Juan, admirándose al fotografiarse a sí mismo y la obra que no pudo concluir a tiempo.

Notas

Castro Guijarro, T. (2012). Las dos rutas segovianas del «Libro de Buen Amor». Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
Díez Herrero, A. y Martín-Duque, J. F. (2005). Las raíces del paisaje. Condicionantes geológicos del territorio de Segovia. Valladolid: Junta de Castilla y León, 461 pp.
EFE Segovia. 23-01-2029. El controvertido diablo que se hace selfies en el acueducto de Segovia La Vanguardia.
Frontino, S. J. (2016). De Aqvaedvctv Vrbis Romae. Las Canalizaciones de Aga de la Ciudad de Roma. Zaragoza: Libros Pórtico. 107 pp.
Kiss, T. (2017). Imperio Romano.
Ruiz, J. (1967). Libro de Buen Amor. II. Madrid: Espasa-Calpe, S. A. 340 pp.