Nace este artículo a raíz de una reciente visita realizada al edificio Media TIC en Barcelona, junto a nuestros alumnos de la Escuela de Arquitectura de Valencia, al que, muy amablemente, nos acompañó su autor, Enric Ruiz Geli.
Y sirve la ocasión para hacernos reflexionar al colectivo profesional de la dirección que nuestra profesión está tomando gracias a la interrelación con las nuevas tecnologías digitales y las nuevas demandas económico-sociales a las que nos enfrentamos.
La primera pregunta que Enric les dirigió a los estudiantes fue demoledora: ¿Qué hay de «economía del conocimiento» en vuestros proyectos? «Si vais a proyectar un edificio semejante a éste, una incubadora de empresas, un centro I+D+I... donde start-ups, coworkings y spin-offs campan por sus anchas (esto lo añado yo, en tono intencionadamente distendido), deberíais saber qué es la economía del conocimiento».
Nuestro mundo está cambiando, las demandas sociales evolucionan (en todos los aspectos, no sólo el residencial, claro) a ritmo exponencial, y nuestros edificios (de lo cual el magnífico Media TIC barcelonés es un claro ejemplo) han dejado de ser esa mole pesada de cemento y cristal que albergan funciones más o menos precisas y organizadas.
Hoy los edificios no tienen un para qué. No. Tienen un cómo y un quizás.
Poco más. O mucho más, según se mire. Los edificios albergan usos cambiantes, personas y empresas (verdaderos coproductores, como diría M. Castells) que manejan el conocimiento que se divulga en la red y la información sobre cada uno de nosotros. Y con ello se genera poder y riqueza. Con nuestros datos y nuestros deseos. Con lo que antes se construía una casa, hoy el mundo global se enriquece y las empresas definen estrategias. Y eso pasa dentro de nuestros edificios y éstos mutan con ello.
En este Media TIC todo es diferente. El edificio pesa lo que Fuller sabía que no pesaba aquel edificio de Foster. Cada fachada responde sosteniblemente a su orientación, y cada planta tiene un carácter diferente; Desde una planta baja colaborativa gratis para toda la ciudadanía, hasta la última que alberga las parcelas más caras de la ciudad. Un edificio que ilumina la ciudad, no necesita ser iluminado por ésta, y que innova en procesos y materiales. Generando conocimiento, avance, progreso, desde la propia arquitectura. Y las gentes que lo habitan cambian, mutan, el propio edificio y la realidad.
Porque como decía O.Fogué, llevado hoy a la máxima exponencia, los arquitectos hacemos “ciencia ficción”. No sabemos nada de lo que va a ocurrir en nuestros edificios ni cómo se van a usar a lo largo del tiempo. Construimos un contenedor físico, real, para una historia posible, ficticia.
Ya lo adelantó Toyo Ito hace unas décadas, al integrar por primera vez las nuevas tecnologías electrónicas en el discurso disciplinar. Para él, el destino de nuestra arquitectura sólo podía ser desvelar la «estructura de la ficción».