Se trata de la Iglesia Madre de la Compañía de Jesús. Su nombre es del Santísimo Nombre de Jesús y su construcción se inició en 1568 en el área de la Iglesia de la Virgen de la Calle y de las casas que la rodeaban, según el proyecto del arquitecto Jacopo Barozzi da Vignola y, seguidamente, de Giacomo Della Porta, autor de la fachada, y cuya consagración tuvo lugar en 1580.
Aquí se conserva la tumba de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de San José Pignatelli y de San Pedro Favre además de muchas reliquias de Santos y Beatos Jesuitas.
Sobre la puerta central domina el escudo del escultor manierista Bartolomeo Ammannati. Por su lado, en el interior, lucen obras maestras de Giovan Battista Gaulli, el Bacciccio, Andrea Pozzo, Giovanni Carlone, Jean-Baptiste Théodon, Pierre Legros, Gian Lorenzo Bernini, Pietro da Cortona, Alessandro Algardi, Pompeo Batoni, Carlo Maratta además de otros relevantes artistas.
¿Cómo se llegó a decidir su edificación? –San Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros llegaron a Roma en el otoño de 1537 e inmediatamente se dedicaron a una frenética actividad callejera, como anunciar la fe a los transeúntes, catecismo a los niños, acercamiento a los pobres, y general ayuda a prostitutas y otros marginados de la sociedad.
En 1539, les fue otorgado el uso de una iglesita, cuyo título se combina perfectamente con su apostolado: Virgen de la Calle. Desde su conversión, Ignacio prefería firmarse «el pobre peregrino». Y su secretario, Nadal dirá de los primeros jesuítas: «nuestro claustro es la calle». Con esta invocación mariana, los seguidores de Ignacio saborearon algo del estilo de los primeros cristianos, llamados «esos de la calle». De aquella primitiva iglesia se ha conservado solo la pintura mural con una imagen tardomedieval de la Virgen con el Niño. Venerada en la actualidad en la capilla a la izquierda del fondo en la Iglesia del Jesús.
La antropología de los Jesuítas no sustituye lo humano con lo divino sino que enseña a revelar lo que lo humano tiene ya de divino. Y esto es posible si se ama con pasión lo divino que ha querido hacerse humano. Es el amor por la persona de Cristo en carne y hueso lo que estimula a San Ignacio a amar también su Iglesia.
Y es de interés recordar que la iglesita de los primeros jesuítas se sitúa exactamente entre el Palacio Venecia (entonces residencia papal) y una de las zonas más populares de la ciudad en aquellos tiempos. Como queriendo convertirse en un puente entre los dos «vicarios de Cristo»: los pobres y el sucesor de Pedro.
Pero, muy pronto la pequeña iglesia de la Virgen de la Calle demuestra que no cuenta con la capacidad suficiente para acoger a la multitud necesitada del cuidado de los jesuítas. Se busca a estos curas itinerantes reformados, que predican la pobreza, sobre todo para las confesiones y los coloquios espirituales, un servicio que Ignacio llama «ministerio de la Consolación de las almas». Dos veces, invano, Ignacio intenta proyectar una ampliación y edificación de una iglesia con más capacidad. Por fín en 1568, pasado algún tiempo tras la muerte del fundador, los jesuítas iniciaron la construcción de la que aún hoy es su «Iglesia madre».
Fue el entonces Cardenal Alejandro Farnesio, el principal mecenas de la Roma del siglo XVI, el que financió las obras. Su arquitecto de confianza, Vignola, debía dirigir la obra junto con el arquitecto de confianza de la Orden, el hermano jesuita Giovanni Tristano. Lo cierto es que entre ambos arquitectos el entendimiento no resultó fácil. El Farnesio anhelaba una edificación de magnificencia que diera brillantez a su dinastía, mientras Tristano y el General de los Jesuitas insistían en la funcionalidad del espacio y en la sobriedad de la obra, que debía respetar «la memoria de nuestra pobreza», la de San Ignacio.
El compromiso se concretizó en la creación inesperada de un nuevo modelo arquitectónico, que se confirmó enseguida el prototipo de todas las iglesias jesuitas, que se irán levantando en las décadas sucesivas, de Coimbra a Macao y de Sao Paulo a Vilnius.
La planta de la nueva iglesia resultó a cruz latina con una imponente cúpula. Mas las naves de las capillas laterales -que coinciden en gran parte con las diversas etapas de los «Ejercicios Espirituales»- quedaban aplastadas para dar la máxima amplitud a la nave central. Se trataba del modelo «aula» ya experimentado por Leon Battista Alberti en la iglesia de San Andrea de Mantúa y por Antonio da Sangallo el joven, en la iglesia de Santa María de Monserrat de los Españoles en Roma. Su estilo es renacentista tardío y adornada con una resplandeciente decoración barroca.
Con la iglesia del Jesús, la iglesia madre de los jesuitas dedicada al nombre de Jesús, revela que la Orden de los Jesuitas no fue fundada solo por San Ignacio sino por un grupo de compañeros que preferían llamarse «amigos del Señor».
Y ahora el Año Ignaciano, iniciado en 20 de mayo de 2021 -tras 500 años de la herida en la pierna del Santo infligida durante la batalla de Pamplona, en cuya convalecencia tuvo un momento de reflexión en el camino de la conversión- terminará el 31 de julio de 2022, cuyas celebraciones estrenan la restauración del gran retablo del altar de su iglesia.
Y a Jesús está dedicado también el retablo La circuncisión de Jesús del Altar Mayor, realizado por el pintor romano Alessandro Capalti (Roma, 1807-1868), que tras la ultimada restauración que retoma su remozada cromía, fue recolocado en su lugar, celebrando los 5 siglos de la conversión de San Ignacio de Loyola. Una intervención también necesaria para la catarata, uno de los pocos ejemplos funcionantes de máquina barroca de Andrea Pozzo (Trento, 1642 - Viena, 1709), que con su bajada permite ver la estatua de Cristo en la hornacina.
En la actualidad y desde 1873, la Iglesia del Jesús pertenece al Fec (Fondo Edificios de Culto), -legalmente representado por el Ministro del Interior pro tempore-, cuyo origen de su patrimonio deriva de las leyes de la segunda mitad del siglo XIX, en mérito a las cuales el Estado italiano suprimió algunas entidades eclesiásticas. La misión de este Fondo es la de asegurar la tutela, la valorización, la conservación y la restauración de los bienes, en caso de riesgo o peligro, a veces en colaboración con el Ministerio de la Cultura y/o patrocinadores privados.