A veces la historia es como un río largo y lento. De vez en cuando, aquí y allá, hay rápidos. Pueden ser de muy distinto tipo, pero tener consecuencias similares, como la crisis de la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania. De repente vivimos en un mundo diferente, un mundo en el que no es posible moverse libremente y un mundo en el que las guerras de antaño vuelven a ser una realidad.
Aunque para la mayoría de los habitantes de la Tierra esta libre circulación nunca existió, mientras las guerras son una realidad cotidiana en demasiados países, es difícil negar que el mundo está cambiando rápidamente. La globalización se cuestiona, el mundo unipolar de la posguerra fría se acaba, las relaciones geopolíticas cambian.
Desde el punto de vista económico, varios países ricos reflexionan sobre un nuevo tipo de proteccionismo para preservar y proteger sus industrias, defendiendo su «soberanía». La firme creencia en el multilateralismo está decayendo. La guerra de Ucrania está reforzando el discurso sobre la importancia de la independencia, como si algún país pudiera ser realmente independiente y no necesitara a los demás para sobrevivir. Las propuestas para reformar el sistema de la ONU llevan sobre la mesa al menos desde la década de 1980.
El cambio de perspectiva en las relaciones internacionales también se debe al cambio climático. En este sector en concreto está más que claro que todos dependemos de los demás.
Por último, la brecha de desigualdad vinculada a los regímenes totalitarios, los conflictos en curso y la degradación del medio ambiente conducen al irresoluble problema de la migración. La emigración es ahora la única vía directamente viable para que la población del sur escape del hambre, la pobreza y la persecución, pero el apoyo político en el norte se derrite como la nieve al sol. Es el caldo de cultivo de las fuerzas políticas de derechas. La nacionalidad pierde importancia en favor de identidades múltiples y variadas. Las culturas hegemónicas, si alguna vez existieron, desaparecerán necesaria y esperanzadoramente. El universalismo, aliado necesario de la diversidad, se impondrá, no cabe duda.
Está claro que tenemos que buscar mejores formas de organizar nuestra convivencia, con interdependencia, sin hegemonía ni dominación.
Un nuevo internacionalismo
Las nuevas relaciones internacionales que se están gestando se basan en intereses, reales o imaginarios, aunque no en necesidades. Las sanciones están vinculadas principalmente a los intereses de las potencias dominantes. Muy a menudo, perjudican las necesidades de los pueblos.
Si pensáramos en las necesidades de las personas en términos de innovación tecnológica, protección del medio ambiente, energía, alimentos, aire limpio y agua potable, no habría embargos ni sanciones económicas contra los países. Si fuéramos plenamente conscientes de nuestras interdependencias, no habría necesidad de barreras comerciales ni aranceles aduaneros.
Hoy en día, algunos Estados luchan por mantener su posición dominante, aunque es muy posible que su papel cambie radicalmente. Con la emergencia del neoliberalismo, sus tareas se redefinieron para limitar su papel en la economía y centrarse en la protección de los mercados «libres», la promoción de la competitividad, la reducción de la pobreza (pero no la promoción de los Estados del bienestar), la protección de los derechos de los consumidores (pero no de los trabajadores). En varios países, se promovieron las organizaciones de la sociedad civil para que asumieran tareas que antes correspondían al sector público.
Esta reorganización de los Estados, los mercados y los ciudadanos dio lugar a numerosas iniciativas para reformar las organizaciones internacionales. También dio lugar a más investigaciones sobre la gobernanza global, el federalismo mundial, el omnilateralismo, el plurinacionalismo o el no alineamiento. Se percibe una fuerte necesidad de una mayor participación democrática a escala internacional y de reducir la organización exclusiva de las relaciones mundiales dirigida por los Estados.
Es evidente que existe un deseo de tener más en cuenta nuestras interdependencias realmente existentes, reforzar las democracias y promover la igualdad y los derechos humanos.
Comunes
Este es el contexto en el que podría tener sentido iniciar una nueva reflexión sobre los comunes mundiales.
Sería ingenuo pensar que los Estados desaparecerán y dejarán paso a organizaciones regionales o mundiales. Sin embargo, podría merecer la pena reflexionar y promover un mejor reparto de funciones y responsabilidades.
Los comunes se vienen debatiendo desde hace varias décadas, en muchas formas diferentes. Los comunes van «más allá de los Estados y los mercados», como suele decirse, aunque esto no significa necesariamente «sin Estados ni mercados». En esta configuración, los ciudadanos y sus organizaciones podrán tener un papel y una responsabilidad más directos, mejorando la democracia y la transparencia. También permite mantener el carácter crucialmente político de todos los comunes, cuya existencia depende de la decisión colectiva de quienes quieren crearlos.
Los comunes tampoco son «bienes comunes» o «bienes públicos», un concepto económico que requiere una acción colectiva tradicionalmente atribuida al Estado. Los comunes son distintos: son todas las cosas que nos pertenecen a todos: nuestro planeta, nuestros océanos, nuestros bosques, nuestra tierra y nuestras semillas. Son comunes naturales. También tenemos comunes culturales: nuestros saberes, nuestro patrimonio cultural, nuestro Internet... Y tenemos comunes sociales: nuestros derechos humanos, nuestros servicios públicos, nuestra atención sanitaria. Cuando los ciudadanos deciden cuidarlos y responsabilizarse de ellos, los bienes comunes o públicos se convierten en comunes. Son siempre el resultado de una decisión política colectiva.
Un común tampoco puede ser una propiedad privada o, si lo es, esta propiedad no dará derechos absolutos a su propietario. Los comunes significan que es posible superar la división entre lo privado y lo público, entre el mercado y el Estado.
Estos sencillos principios explican por qué los comunes pueden convertirse en un elemento estratégico en la lucha contra el neoliberalismo, contra las privatizaciones, contra el acaparamiento de tierras, contra la monopolización del comercio de semillas, contra el extractivismo... El concepto de comunes encaja en un nuevo pensamiento económico que pone el foco en las necesidades y en el cuidado. Nuestra economía debe producir lo que necesitamos, cuidando de la naturaleza y de las personas, promoviendo la sostenibilidad de todas las formas de vida.
Comunes mundiales
La inspiración para la idea se puede encontrar en Thomas Paine y su Justicia agraria de 1795:
Es una posición que no se puede discutir que la tierra, en su estado natural y cultivado, era, y siempre habría seguido siendo, la propiedad común de la raza humana. En ese estado, cada hombre habría nacido para la propiedad. Habría sido propietario vitalicio junto con los demás de la propiedad del suelo y de todas sus producciones naturales, vegetales y animales... es solo el valor de la mejora, y no la tierra en sí, lo que constituye la propiedad individual.
Hay ejemplos de países en donde se han aplicado estas ideas.
El gobierno de Alaska decidió crear un Fondo Permanente con el 25% de los ingresos del petróleo. Desde 1982, se paga un dividendo a los ciudadanos, bajo ciertas condiciones. La cantidad pagada no es estable, ya que varía en función de los ingresos. Esta idea también estuvo detrás del sistema de reforma de los subsidios energéticos y alimentarios en Irán en 2011. Los subsidios se sustituyeron por una transferencia de efectivo a casi toda la población. Mongolia es otro ejemplo en donde, debido al auge de la minería a principios de la década de 2000, se creó un Fondo de Desarrollo Humano con el objetivo de recaudar y redistribuir equitativamente los recursos.
Otro ejemplo procede de Guy Standing y su libro The Plunder of the Commons. Utiliza la idea de nuestro patrimonio común para dar a todos los ciudadanos una cantidad básica de dinero, procedente de un fondo creado por los ingresos de la explotación de, entre otros, nuestros recursos naturales.
Según este razonamiento, la explotación de los recursos naturales redundaría en beneficio de toda la sociedad. Se trata fundamentalmente de una cuestión de justicia social y los ciudadanos pueden reclamar con razón «la devolución de nuestros bienes comunes».
Sabiendo que esto es prácticamente muy factible en un contexto nacional, no puede ser demasiado difícil hacer que se aplique a un contexto global. En una búsqueda de «comunes mundiales» parece aún más importante dar a otros un derecho a acceder a estos recursos. No hay razón para seguir pensando que los Estados nacionales son los propietarios exclusivos de los recursos que se esconden en su suelo con derecho absoluto a decidir quién tiene acceso a ellos. Con las numerosas privatizaciones de las últimas décadas, gran parte de la propiedad ya se ha trasladado de los bienes nacionales a las empresas multinacionales, lo que ha permitido que crezca la riqueza privada y disminuya la pública. Lo que necesitamos hoy en día no es solo desprivatizar, sino también considerar como comunes globales toda la riqueza de la Tierra, para los países y sus poblaciones.
¿No sería realista considerar los recursos naturales que todos necesitamos y que nuestro planeta común puede proporcionar como nuestros comunes naturales? Daría a la vieja idea de «interdependencia» un contenido político concreto que reduciría la dependencia realmente existente hoy en día entre los países. De hecho, sería una decisión altamente política, que admitiría que ningún bien es público o privado por sus valores intrínsecos, sino solo como consecuencia de una decisión global política y consciente. No cambiaría fundamentalmente las normas de propiedad, sino que solo las interpretaría de tal manera que se ajustaran mejor a los puntos de vista actuales sobre nuestro planeta común, separando nuestro patrimonio común de su explotación real. Se pueden establecer normas para repartir equitativamente los recursos.
La idea es menos revolucionaria de lo que parece a primera vista. Ya disponemos del «Derecho del Mar», un marco jurídico de la ONU para todas las actividades marinas y marítimas. Contiene disposiciones especiales para la protección del medio marino, que obligan a todos los Estados a colaborar. También más allá de las jurisdicciones nacionales está el Tratado sobre la Exploración y Utilización del Espacio Ultraterrestre. Este debe llevarse a cabo en beneficio e interés de todos los países. El espacio ultraterrestre, según el tratado, no puede ser objeto de apropiación nacional y es libre para su explotación y uso por todos los Estados.
Sabiendo que la mayoría de los conflictos interestatales de nuestro planeta tienen que ver con la apropiación de recursos naturales, una norma mundial para el acceso y reparto de la riqueza de los recursos naturales podría ser una poderosa herramienta para promover la paz.
¿Es aceptable en tiempos de globalización seguir considerando a los Estados como únicos propietarios de los recursos que esconden sus suelos? ¿No deberíamos reflexionar urgentemente sobre el concepto de comunes mundiales? ¿Acaso los recursos naturales no pertenecen a todos los habitantes de la Tierra?
Por un nuevo orden económico internacional
Este punto parece muy relevante en el nuevo debate en curso en torno al «Nuevo orden económico internacional». Esta Declaración de la Asamblea General de la ONU de 1974 fue revolucionaria y contiene algunos elementos que merecen claramente volver a ponerse en el orden del día.
La declaración se centra en la «plena soberanía permanente de cada Estado» sobre sus recursos naturales y todas las actividades económicas y da a los Estados la posibilidad de nacionalizarlos. Su Programa de Acción menciona específicamente el problema de las «materias primas» y su utilización en interés del desarrollo nacional.
Aunque a primera vista la «plena soberanía permanente de los Estados» podría ser contraria a un planteamiento de comunes mundiales, los demás elementos de los distintos apartados sí apuntan a la autosuficiencia colectiva, la cooperación internacional mutua, los acuerdos conjuntos y el beneficio para todos. Además, está claro que los recursos naturales deberían beneficiar efectivamente a los intereses nacionales —aunque cabría añadir «intereses comunes»— y que se pueden mejorar los ingresos de exportación.
En cuanto a la «plena soberanía permanente», hay muchos estudios que indican que ya no puede entenderse de la misma manera que hace cincuenta años. De hecho, siempre fue una ficción debido a todas nuestras interdependencias y a la necesidad de compartir el poder de gobernanza. Hoy en día el concepto se cuestiona con razón, más allá y dentro de los Estados. Muchos acuerdos internacionales, a muchos niveles políticos, muestran la necesidad y la posibilidad de compartir el poder y la gobernanza, lejos de cualquier proyecto hegemónico.
En cuanto a la gobernanza económica mundial, podrían mencionarse muchos ejemplos desde principios del siglo XX. Es cierto que la mayoría de las intervenciones exteriores se basaban en el poder, no en el Estado de Derecho. Pero lo cierto es que cada vez existe un mayor control internacional sobre la estabilidad financiera y los intercambios mundiales. Para muchos recursos naturales se han celebrado acuerdos internacionales, aunque la mayoría de ellos no han logrado la estabilidad y la equidad. Se pueden extraer lecciones de estas experiencias para preparar un futuro mejor.
Por lo tanto, parece obvio que la Declaración sobre la NOEI es perfectamente compatible con una perspectiva ajustada de una NOEI con comunes mundiales.
Conclusión
Los comunes mundiales no se harán realidad rápidamente. Todos los tratados y normas internacionales tardan años en configurarse y acordarse. La renovación del internacionalismo vuelve a estar en el orden del día. Parece claro que tendremos que mirar más allá de todas las viejas reivindicaciones y perspectivas, para las economías locales, nacionales y globales. No solo porque a los viejos problemas se han añadido otros nuevos, sino también porque las reivindicaciones y perspectivas del pasado no han sido capaces de resolver los grandes problemas a los que se enfrentan los pueblos. Una transformación progresiva hoy debe pasar necesariamente por un renacimiento de los comunes, con una nueva alianza entre la gobernanza mundial, los Estados nacionales, los mercados y los ciudadanos.