Hay temas donde la confrontación entre quienes provocan los grandes problemas y quienes los padecen son rotundas. Los últimos siglos de la historia de la humanidad están guiados por la lógica de que la técnica y los recursos del planeta, no tienen otro límite que las ganancias que permiten acumular y acumular más ganancias y poder para imponerse a los demás.
A eso le llaman «progreso». Ahora la realidad les demuestra que, a la vuelta de la esquina, están los topes que daban por inexistentes. Gran parte de esos límites fueron construidos por la propia acción humana y ahora vienen las facturas a pagar y los poderosos pretenden que lo hagan los de abajo. Y en primer término está el tema del cambio climático.
¿Quiénes son los principales afectados por los fenómenos (terremotos, vendavales, inundaciones, sequías) que afectan la vida humana? En el origen de muchos de esos hechos están los propios humanos. El extractivismo de minerales, maderas, agua o tierra fértil, ha sido una de las formas usadas. La principal razón es sencilla: producir más ganancia. La falta de respeto por las propias leyes, condiciones y posibilidades de la naturaleza está en el origen de muchos de estos fenómenos.
Ante los graves problemas de todo tipo –sobre todo congelamiento- que este año causó la tormenta invernal Elliot en Estados Unidos, Canadá y el norte de México, cabe recordar las palabras del expresidente estadounidense Donald Trump cuando aseveró: «¿Qué demonios está pasando con el calentamiento global? Por favor, vuelve pronto, ¡te necesitamos!» (para combatir las bajas temperaturas). «Quizás podríamos utilizar un poco de ese viejo calentamiento global que nuestro país, pero no otros, iba a pagar billones de dólares para combatir».
Esos billones estaban vinculados a los acuerdos establecidos por la Comunidad Internacional incluso en la Cumbre de París de 2015. Por orden de Trump, su país se retiró de dichos acuerdos, alegando que Estados Unidos no era el único culpable del supuesto calentamiento global y, por tanto, no debía pagar por lo que otros hacían mal.
Un informe de su propio gobierno estimaba que las consecuencias del cambio climático podrían costarle a Estados Unidos cientos de miles de millones dólares que está pagando el país luego de que Elliot sembró muerte, desquició la extracción de gas y petróleo, produjo incalculables daños en las actividades agropecuarias (avicultura, ganadería, porcicultura, siembras), al igual que en el transporte aéreo y terrestre de personas y mercancías.
La ONU preocupada
La preocupación llega a Naciones Unidas. El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió a los miembros del Consejo de Seguridad que ninguna región del mundo es inmune a los peores impactos climáticos y que «la ventana de oportunidad» para prevenir este grave problema para la humanidad «se está cerrando rápidamente».
«Los incendios forestales, las inundaciones, las sequías y otros fenómenos meteorológicos extremos están afectando a todos los continentes. Los efectos del cambio climático son especialmente profundos cuando se solapan con la fragilidad y los conflictos pasados o actuales. Está claro que el cambio climático y la mala gestión del medio ambiente son multiplicadores del riesgo», alertó durante un debate abierto sobre el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.
En consecuencia, y cuando se cuenta con capacidades de respuesta limitadas y una disminución de recursos naturales, alertó que pueden dispararse los agravios y las tensiones dificultando los esfuerzos de prevención de conflictos y el mantenimiento de la paz. O sea, resaltó la íntima relación entre guerras y cambio climático.
Para ilustrarlo, recurrió al ejemplo de Somalia donde «las sequías e inundaciones, más frecuentes e intensas, están socavando la seguridad alimentaria, aumentando la competencia por los escasos recursos y exacerbando las tensiones comunitarias existentes de las que se beneficia (el movimiento Al) Shabaab».
A este complicado escenario añadió que más de 30 millones de personas se vieron desplazadas por desastres relacionados con el clima y que el 90% de los refugiados proceden de los países más vulnerables con menos capacidad de adaptación al cambio climático. A su vez, muchos de estos refugiados son acogidos por naciones que también padecen los efectos del cambio climático, un marco que complica la situación de las comunidades de acogida y los presupuestos de estos países.
En materia de adaptación y resiliencia recordó que «los países desarrollados deben cumplir su promesa de entregar 100.000 millones de dólares anuales en financiación climática al mundo en desarrollo, y deben asegurarse de que esto llegue a las poblaciones más afectadas. La calidad de esta financiación también es clave. La financiación a través de subvenciones es esencial, ya que los préstamos se sumarán a la ya aplastante carga de la deuda en los países más vulnerables al clima», destacó.
Los conflictos ambientales
Un informe del Instituto Trasnacional señala que la relación entre guerra y clima es evidente. Una investigación de Isabella Arria y Álvaro Verzi Rangel para el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, señala que entre 2001 y 2018, EEUU emitió mil 267 billones de toneladas de gases de efecto invernadero.
La cifra representa 40 por ciento de los que han sido atribuidos a la guerra y al terror tras los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y a las intervenciones militares de tropas de EEUU, sus aliados y mercenarios en Afganistán e Irak.
Los países del «Norte global» (Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel y Japón) son responsables del 92% del total de emisiones que están provocando el colapso climático. Mientras, el Sur Global -Asia, África y América Latina- son responsables de solo el 8% del «exceso de emisiones». Pero los impactos del cambio climático recaen de manera desproporcionada en los países del Sur global, que sufren la gran mayoría de los daños y la mortalidad inducidos por el cambio climático.
En el Sur global, los patrones climáticos están cambiando. El aumento de la frecuencia e intensidad de los eventos climáticos extremos es una realidad y, por desgracia, los que más las sufren son algunas de las regiones más vulnerables del planeta, como por ejemplo África, con el lamentable resultado de millones de desplazados en busca de comida, agua o alguna otra necesidad, y eso fomenta el conflicto.
Un nuevo estudio de la Universitat Politècnica de València y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) explica cómo se espera que el cambio climático aumente la frecuencia y la duración de los conflictos armados en África. Un incremento prolongado de la temperatura media y las precipitaciones aumenta la probabilidad de un conflicto más allá del área afectada entre cuatro y cinco veces, sobre todo en poblaciones situadas en un radio de 550 kilómetros, señala el informe.
Aunque las lluvias excesivas, según los investigadores, pueden aumentar la probabilidad de una guerra, también las sequías y las hambrunas provocadas por el cambio climático aumentan las probabilidades de un conflicto armado, y en un periodo de tiempo muy corto.
Sin dudas, el cambio climático es un amplificador y un multiplicador de crisis, advirtió el secretario general de la ONU: «Cuando el cambio climático seca los ríos, reduce las cosechas, destruye la infraestructura crítica y desplaza a las comunidades, exacerba los riesgos de inestabilidad y conflicto», afirmó Antonio Guterres durante una reunión convocada para discutir la relación entre clima e inseguridad mundial.
Guterres citó un estudio del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo que encontró que ocho de los diez países que albergaron las mayores operaciones multilaterales de paz en 2018 estaban en áreas altamente expuestas al cambio climático.
«Los impactos de esta crisis son mayores donde la fragilidad y los conflictos han debilitado los mecanismos de supervivencia; donde la gente depende del capital natural como los bosques y las pesquerías para su sustento; y donde las mujeres, que soportan la mayor carga de la emergencia climática, no disfrutan de los mismos derechos», explicó.
Guterres puso como ejemplo a Afganistán, donde el 40% de la fuerza laboral se dedica a la agricultura, y la reducción de las cosechas empuja a las personas a la pobreza y la inseguridad alimentaria, dejándolas susceptibles de ser reclutadas por bandas criminales y grupos armados. También citó a África occidental y el Sahel, donde más de 50 millones de personas dependen de la cría de ganado para sobrevivir. Allí, los cambios en los patrones de pastoreo han contribuido al aumento de la violencia y los conflictos.
«La vulnerabilidad a los riesgos climáticos también se correlaciona con la desigualdad de ingresos. En otras palabras, los más pobres son los que más sufren», dijo. Tras advertir que los altos niveles de desigualdad, aumentada al cambio climático, pueden debilitar la cohesión social y dar lugar a discriminación, chivos expiatorios, tensiones y disturbios, aumentando el riesgo de conflicto.
«Los que ya se están quedando atrás, se quedarán aún más atrás. La alteración del clima ya está provocando el desplazamiento en todo el mundo», recalcó el titular de la ONU.
Guerra y cambio climático
Estados Unidos tiene unas 800 bases militares alrededor del mundo, y la coordinación de ese vasto sistema, tanto en tiempos de paz y máxime en los de guerra, acarrea enorme utilización de combustibles fósiles para el transporte aéreo, terrestre y marítimo de tropas y equipo militar. Lo cierto es que los militares no han sido capaces de encontrar alternativas adecuadas a los combustibles para sus vehículos, o sus jets de combate que emiten grandes cantidades de gas de efecto invernadero.
Lo peor es que continúan desarrollando nuevas armas que son todavía más contaminantes o comprando jets de combate como los F35, de muy alto consumo de gasolinas y turbosinas: 24 para la República Checa, 35 para Alemania, 36 para Suiza y 375 adicionales para Estados Unidos.
Es que el negocio de las armas y las enormes ganancias se impone a la preocupación por la crisis climática, máxime cuando la guerra en Ucrania ha sobrecargado el gasto militar. El incremento del gasto de defensa en la Unión Europea será este año de cerca de 200 mil millones de dólares, mientras Estados Unidos ha llegado al récord de 847 mil millones de dólares para 2023. Para lograrlo, los altos mandos castrenses exageraron la amenaza potencial de China.
Mientras de todos lados nos advierten que el mundo se incendia, los objetivos climáticos son tirados por la ventana y los máximos ganadores de estos conflictos son la industria de armamentos y la de los combustibles fósiles. Pero también muchos de aquellos que recitan, habitualmente justicia climática son «convencidos» de abandonar su agenda ambientalista para endosar la guerra «en nombre de la democracia».
Las alertas siguen cayendo en oídos sordos o descompuestos: las ilegales sanciones económicas también son actos de guerra que pueden, según el documento de Instituto Trasnacional, desatar una guerra nuclear. En la dimensión climática, el boicot al gas y al petróleo ruso ha derivado en crecimiento de las embarcaciones de gas natural licuado a Europa por las compañías de Estados Unidos que han devastado el medio ambiente con la revolución del fracking (la extracción de petróleo no convencional).
Las economías capitalistas maduras, responsables del acumulado de carbono y otros gases peligrosos en la atmósfera durante los últimos 100 años, son las que menos interesados y menos apurados para resolver la crisis climática. Alrededor de un tercio del stock actual de gases de efecto invernadero ha sido creado por Europa y un cuarto por EEUU.
Sí, China e India son los primeros y terceros emisores en la actualidad. Pero en términos de emisiones por habitante, están entre el 40 y el 140, y medidos en términos de su stock per cápita, suponen una décima parte del nivel de Europa. E irónicamente, los principales contribuyentes al stock de emisiones de carbono se benefician del calentamiento global ya que estas economías capitalistas maduras se encuentran en climas fríos, señala el economista británico Michael Roberts.
El cambio climático y la mala gestión del medio ambiente son agentes multiplicadores del riesgo y pueden dispararse las tensiones dificultando los esfuerzos de prevención de conflictos y el mantenimiento de la paz. Parece que los países centrales están más interesados en la aniquilación que en la conservación del planeta.