Al mundo se le mira con un lente. Nadie se escapa del negativismo social y de mirar realidades que no nos gustan. América Latina, por ejemplo, tiene un panorama desolador en cuanto al desarrollo económico y migratorio; la deuda externa inflada en el continente; la inercia de los políticos sobre los temas de los derechos humanos, la educación y la salud.

La reacción de los poderosos es frívola, como la de los observadores que solo tenemos capacidad para determinarlo, y poco podemos hacer con nuestras acciones. La semilla individual es lenta, pero vale. Depende de muchos y no digo de todos, porque no a todos les interesan estos temas y evaden su realidad con el consumismo y la frivolidad de la existencia y el sopor en las cosas inútiles y muertas.

La frivolidad del Ártico desde la perspectiva del clima, se vuelve una metáfora inaguantable para los que somos del trópico. Vivir bajo esas condiciones nos enfrenta a circunstancias a las que nadie está preparado, a excepción de los nativos, que ya genéticamente están condicionados a esos extremos. Y volviendo, a la frivolidad como conducta humana, no se nos advierte que la maldad y la ambición existen y que son armas letales para la igualdad y el bien común.

Las piedras son frías como los corazones. ¿Qué es lo que hace que el ser humano se desborde de indiferencia ante los sucesos calamitosos del mundo donde vive? ¿Está fallando los valores en las familias, en la escuela o la ética en las universidades, y la academia? Parecen muros de piedras, con cerebros que no conectan la razón con la sensibilidad y el humanismo. Los programas de las ONG se han debilitado y son como cartas de presentación de algunos políticos o líderes que se aprovechan de la plataforma social y los beneficios tienen duración a corto plazo.

No podemos apoyarnos solo en el individualismo, razonando que con nuestra parte podremos levantar la civilización en prosperidad, y sostenibilidad.

Los muros de piedras se levantaron en la arqueología del pasado como medios de protección frente a las guerras, las inclemencias climáticas, para el feudalismo y centralidad de las jerarquías de poder de la Historia. Hoy esos muros necesitan ser derruidos, y aunque literalmente no estamos rodeados de murallas, las hay invisibles por territorialidad y marcar lo nuestro y lo tuyo.

La frivolidad de la vida nos hace perdernos, nos deja de importar lo real y verdadero. Nos consume. Nos invade desde el tuétano porque es la forma como se va perdiendo el sentido de humanidad. Y eso, es lo que debemos de levantar como brasas al fuego. Ver en todos un medio de cooperación y salvación amplificada. Todos nos necesitamos. Todos requerimos del calor humano, sea, en la manera como nos tratamos unos a otros, países con países y con todo aquello que late y mantiene el equilibrio en el mundo.

Cuando hay un desastre natural, seguimos la vida como si nada nos importara. Cuando hay un desastre causado por el hombre, sobran responsabilidades, pero no nos unimos como sociedad para ver como restaurar el daño, sea ambiental o social.

Cuando la pobreza y la poca accesibilidad a las oportunidades de la educación se imponen como carencia, delegamos siempre todo al gobierno patriarcal. Creo en lo comunitario. En ayudarse entre sí. En dejar a un lado lo frívolo de las piedras con que tropezamos. Y damos nuestra esencia, nuestras capacidades, nuestras alternativas a otros que las necesite.

No podemos desplazar lo sensible por lo insensible. Las palabras vivas por palabras muertas, transitar el discurso de la paz con activos de la guerra porque se interpone el nacionalismo. Porque se castiga el amor, se castiga la bondad posible entre los unos y los otros, sin importar si los conocemos o no. Esa frivolidad de piedra hay que patearla. Cambiarla de lugar y suplantar la utopía por realidades posibles, pequeñas y comunales. Personales y de mano a mano. Como darle vuelta al mundo cantando una breve canción llamada esperanza.